Capítulo 5
LA Trinidad
Como se dijo anteriormente, Mormón tenía, al compilar los anales que constituyen el Libro de Mormón, un objetivo primordial: convencer al judío y al gentil de que Jesús es el Cristo. Esto iba a ser llevado a cabo mediante la unión de los “palos” (o libros) de Efraín y de Judá. Ezequiel también se ha referido al mismo método de probación, según las siguientes palabras:
Vino a mí palabra de Jehová, diciendo:
Hijo de hombre, toma ahora un palo, y escribe en él: Para Judá, y para los hijos de Israel sus compañeros. Toma después otro palo, y escribe en él: Para José, palo de Efraín, y para toda la casa de Israel sus compañeros.
Júntalos luego el uno con el otro, para que sean uno solo, y serán uno solo en tu mano.
Y cuando te pregunten los hijos de tu pueblo, diciendo: ¿No enseñarás qué te propones con eso?
Diles: Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí, yo tomo el palo de José que está en la mano de Efraín, y a las tribus de Israel sus compañeros, y los pondré con el palo de Judá, y los haré un solo palo, y serán uno en mi mano. (Ezequiel 37:15-19)
Quizás porque estaba escribiendo para una generación futura que tendría acceso directo a las Escrituras judías, Mormón no consideró necesario citar muy extensamente las referencias de las Planchas de Bronce—al menos, no mucho más que los pasajes de Isaías, pasajes que tenían un significado especial para la cultura nefita, y algunas otras citas de profetas antiguos que servían para dar realce al mensaje de los oradores. Pero la gente de Mormón estaba familiarizada con las Escrituras de los profetas hebreos, desde José, el que fuera vendido en Egipto, hasta Jeremías, y aun algunas Escrituras de un tiempo posterior les fueron reveladas por el mismo Jesucristo, cuando El apareció en este continente al resucitar.1
Asimismo, Mormón aclara que muchas puras y preciosas verdades, según los dictados del espíritu, fueron retenidas y no incluidas en su compilación, de lo que se deduce, evidentemente, que la generación que iba a recibir el Libro de Mormón, debía vivir de tal manera que, en su propio y debido tiempo, estas “cosas mayores” pudieran serles reveladas.2
Por consiguiente, para obtener un completo entendimiento de las cosas de Dios, nuestra generación debe escudriñar no solamente el Libro de Mormón, sino también las palabras del Señor en las Escrituras judaicas, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento y las revelaciones de los últimos días. En otras palabras, el conocimiento que Mormón y aquellos de entre sus contemporáneos que participaron en los escritos sagrados, era mucho más completo que el simple contenido del Libro de Mormón.
Necesitamos una educación básica en el conocimiento de todas las Escrituras, para poder comprender por qué en un pasaje Mormón nos describe a Cristo como el Eterno Padre, en otro nos relata las palabras de oración de Cristo a Su Padre, y en un tercero define a Cristo como el Hijo del Eterno Padre.
Es necesario declarar en forma bien definida que el gran consejo que preside el universo está compuesto de tres personajes— personajes que han aparecido y revelándose a Sí mismos al hombre: (1) Dios, el Eterno Padre; (2) Su Hijo, Jesucristo; y (3) el Espíritu Santo. Y que estos tres personajes son individuos separados entre Sí y físicamente distintos uno del otro, está demostrado por reconocidos registros que hablan de divinos convenios con el hombre. (Véase Artículos de Fe, por Talmage, páginas 32-34.)
Algunos leen pasajes aislados del Libro de Mormón entonces desconfían de sus escritores originales, pensando que éstos estaban confundidos con respecto a la personalidad de Jesucristo. Pero estos lectores no alcanzan a comprender que Jesús es el Creador (padre) de este mundo y que por consiguiente Él es la cabeza (padre) de la gran familia integrada por todos aquellos que han aceptado ser hijos e hijas de Dios el Padre, en la carne tanto como en el espíritu.
Obviamente, Mormón no estaba confundido. Puesto que estaba considerando el tema a través de mayores anales de Escrituras a que tenía libre acceso, él no veía inconsistencia alguna en el concepto. Tampoco debiera, en nuestro tiempo, estar confundido el lector del Libro de Mormón, puesto que cualquiera puede aprovechar la información contenida en todas las Escrituras disponibles, con respecto al concepto de la Trinidad. Las Escrituras, en su totalidad, presentan definidos conceptos sobre cualquier particular, por lo que el lector podría recurrir a ellas a fin de destruir toda sombra de duda que haya surgido de la lectura de pasajes aislados.
Para nuestro propósito, nada mejor que exponer algunos de estos pasajes de las Escrituras que debieran ser tenidos en cuenta cada vez que se consideren las contribuciones del Libro de Mormón con respecto al concepto de la Trinidad.
En la Perla de Gran Precio leemos:
Las palabras de Dios a Moisés, las cuales le habló en cierta ocasión en que Moisés fue arrebatado a una montaña excesivamente alta,
Y vio a Dios cara a cara, y habló con él; y la gloria de Dios cubrió a Moisés; por tanto, éste pudo aguantar su presencia.
Dios le habló a Moisés, diciendo: He aquí, soy Dios el Señor Omnipotente, y Sin Fin es mi nombre; porque soy sin principio de días o fin de años. ¿No es esto sin fin?
He aquí, tú eres mi hijo; mira, pues, y te mostraré las obras de mis manos; pero no todas, porque mis obras no tienen fin, ni tampoco mis palabras, porque jamás cesan.
Por consiguiente, ningún hombre puede mirar todas mis obras sin ver toda mi gloria, y ningún hombre puede ver toda mi gloria y después permanecer en la carne sobre la tierra.
Tengo una obra para ti, Moisés, mi hijo. Eres a semejanza de mi Unigénito, y mi Unigénito es y será el Salvador, porque es lleno de gracia y de verdad; pero aparte de mí no hay Dios, y todas las cosas están en lo presente para conmigo, porque a todas las conozco. (Moisés 1:1-6)
La obra del Hijo y Su relación con este mundo, es puesta de manifiesto en un pasaje posterior:
Y yo, Dios el Señor, le hablé a Moisés diciendo: Ese Satanás, a quien tú has mandado en nombre de mi Unigénito, es el mismo que existió desde el principio; y vino ante mí, diciendo: Heme aquí, envíame. Seré tu hijo y rescataré a todo el género humano, de modo que no se perderá una sola alma, y de seguro lo haré; dame, pues, tu honra.
Más he aquí, mi Hijo Amado, aquel que fue mi Amado y mi Electo desde el principio, me dijo: Padre, hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre.
Pues, por motivo de que Satanás se rebeló contra mí, e intentó destruir el albedrío del hombre que yo, Dios el Señor, le había dado, y también que le diera mi propio poder, hice que fuese echado fuera por el poder de mi Unigénito.
Y llegó a ser Satanás, sí, aun el diablo, el padre de todas las mentiras para engañar y cegar a los hombres, aun a cuantos no escucharen mi voz, llevándoles cautivos según la voluntad de él. (Moisés 4:1-4)
La relación del Padre y el Hijo está claramente definida en la instrucción que, con respecto al sacrificio, dio el ángel a Adán:
Y pasados muchos días, un ángel del Señor se apareció a Adán, y le dijo: ¿Por qué ofreces sacrificios al Señor? Y Adán le contestó: No sé, sino que el Señor me lo mandó.
Entonces el ángel le habló, diciendo: Esto es a semejanza del sacrificio del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Por consiguiente, harás cuanto hicieres en el nombre del Hijo, y te arrepentirás e invocarás a Dios en el nombre del Hijo para siempre jamás.
Y ese día descendió sobre Adán el Espíritu Santo que da testimonio del Padre y del Hijo, diciendo: Soy el Unigénito del Padre desde el principio, desde ahora y para siempre, para que así como has caído puedas ser redimido; también todo el género humano, aun cuantos quisieren. (Moisés 5:6-9)
Leamos también lo que sigue:
Y el Señor me había mostrado a mí, Abrahán, las inteligencias que fueron organizadas antes que el mundo fuese; y entre todas éstas había muchas de las nobles y grandes;
Y Dios vio estas almas, y eran buenas, y estaba en medio de ellas y dijo: A éstos haré mis gobernantes—pues estaba entre aquellos que eran espíritus, y vio que eran buenos—y él me dijo: Abrahán, tú eres uno de ellos; fuiste escogido antes de nacer.
Y estaba entre ellos uno que era semejante a Dios, y dijo a los que se hallaban con él: Descenderemos, pues hay espacio allá, y tomaremos estos materiales, y haremos una tierra en donde éstos puedan morar;
Y así los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare.
Y a los que guardaren su primer estado les será añadido; y aquellos que no guardaren su primer estado no recibirán gloria en el mismo reino con los que lo hayan guardado; y quienes guardaren su segundo estado, recibirán aumento de gloria sobre sus cabezas para siempre jamás.
Y el Señor dijo: ¿A quién enviaré? Y respondió uno semejante al Hijo del Hombre: Heme aquí; envíame. Y otro contestó; y dijo; Heme aquí; envíame a mí. Y el Señor dijo: Enviaré al primero.
Y el segundo se enojó, y no guardó su primer estado; y muchos lo siguieron ese día. (Abrahán 3:22-28)
Consideremos ahora también los siguientes pasajes del Nuevo Testamento:
Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me envió. (Juan 6:38)
Pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que yo salí de Dios.
Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre. (Juan 16:27-28)
Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.
Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese.
Ahora pues, Padre, glorifícame tú para contigo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese. (Juan 17:3-5)
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. (Efesios 1:3; léanse también los versículos 4 y 5)
En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él.
Y nosotros hemos visto y testificado que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo. (1 Juan 4:9, 14)
Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; más ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. (Juan 20:17)
En nuestras Escrituras, Dios, el Padre, siempre ha aparecido para presentar a Su Hijo y hacer saber al mundo que Jesús es Su Hijo y que está autorizado para hablar en Su nombre. Leemos en el relato de Mateo:
Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él.
Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia. (Mateo 3:16-17)
Nuevamente en Mateo 17 leemos con respecto a lo acontecido en el Monte de la Transfiguración:
Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a el oíd. (Mateo 17:5)
Esto está de acuerdo con el relato del profeta José Smith referente a la primera visión que tuvo:
No bien se hubo aparecido, cuando me sentí libre del enemigo que me tenía sujeto. Al reposar la luz sobre mí, vi a dos Personajes, cuyo brillo y gloria no admiten descripción, en el aire arriba de mí. Uno de ellos me habló, llamándome por nombre, y dijo, señalando al otro: ¡Este es mi Hijo Amado: Escúchalo! (José Smith 2:17)
Relación entre Dios el Padre y Jesucristo
Habiendo encontrado en las Escrituras que la Trinidad está integrada por tres personajes distintos—Dios el Padre, Jesucristo el Hijo, y el Espíritu Santo—, nos resta definir la relación existente entre el Padre y el Hijo, y en qué sentido ambos son uno.
En Su simple condición de Hijo, Jesús aclara que Él llega a ser el “Padre” de los hombres sólo por adopción. En oportunidad de orar por última vez junto a los Doce del Viejo Mundo, Él dijo:
Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti;
Como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste.
Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.
Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese.
Ahora pues, Padre, glorifícame tú para contigo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.
He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra.
Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que Salí de ti, y han creído que tú me enviaste.
Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo es mío; y he sido glorificado en ellos. (Juan 17:1-10)
Esta unidad o singularidad de propósito que caracterizaba la relación entre Jesucristo y Sus discípulos, se pone de manifiesto como similar a la unidad o singularidad de propósito que caracteriza la relación entre Jesús y Su Padre Celestial. Jesús pronunció una oración semejante cuando estuvo sobre el continente americano.
Padre, gracias te doy porque has purificado a los que he escogido por motivo de su fe; y ruego por ellos, y también por los que han de creer en sus palabras, para que sean purificados en mí, mediante la fe en sus palabras, así como son purificados en mí.
Padre, no te ruego por el mundo, sino por los que me has dado del mundo, a causa de su fe, para que sean purificados en mí, para que yo sea en ellos como tú, Padre, eres en mí, para que seamos uno, y yo sea glorificado en ellos. (3 Nefi 19:28-29)
Así habló también Jesús al hermano de Jared:
He aquí, yo soy el que fui preparado desde la fundación del mundo para redimir a mi pueblo. He aquí, soy Jesucristo. Soy el Padre y el Hijo. En mí tendrá luz eternamente todo el género humano, sí, cuantos creyeren en mi nombre; y llegarán a ser mis hijos y mis hijas. (Éter 3:14)
Jesús explicó al hermano de Jared que la naturaleza eterna de la relación entre Dios y los hombres quedaría establecida mediante Su expiación. Por lo tanto, mediante un convenio con Jesucristo, y el cumplimiento de Sus mandamientos, podían llegar a ser hijos e hijas de Jesucristo, y por ende, hijos e hijas por adopción de Dios en la carne.
Ahora pues, a causa de la alianza que habéis hecho, seréis llamados progenie de Cristo, hijos e hijas de él, porque he aquí, hoy os ha engendrado él espiritualmente; pues decís que vuestros corazones han cambiado por la fe en su nombre; por tanto, habéis nacido de él y habéis llegado a ser sus hijos y sus hijas.
Y bajo este título sois rescatados, y no hay otro título por medio del cual podéis ser librados. No hay otro nombre dado por el cual viene la salvación; por tanto, quisiera que tomaseis sobre vosotros el nombre de Cristo, todos los que habéis hecho convenio con Dios de ser obedientes hasta el fin de vuestras vidas.
Y sucederá que quien hiciere esto, se hallará a la diestra de Dios, porque sabrá el nombre que lleva; pues llevará el nombre de Cristo. (Mosíah 5:7-9)
Y fue con similar inspiración que Abinadí, en el capítulo 15 de Mosíah, declaró su testimonio en cuanto a la verdad de que el Salvador se manifestaría a sí mismo en la carne, a fin de preparar el camino a toda la humanidad para el regreso al círculo familiar del evangelio mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas que fueran promulgadas desde antes de la fundación de mundo. También fue éste el entendimiento de Alma, quien hablando a Korihor, dijo:
¿Crees que hay un Dios?
Y él le contestó: No.
Y Alma le dijo: ¿Negarás otra vez que hay un Dios, y negarás también al Cristo? Pues he aquí, te digo: Sé que hay un Dios y también sé que Cristo vendrá. (Alma 30:37-39)
Para poder entender las Escrituras, y específicamente el Libro de Mormón, tenemos que reconocer esta diferenciación entre el Cristo que habla por Su Padre y el Cristo que habla por Sí mismo, como uno de los miembros de la Trinidad.
Mayores Contribuciones del Libro de Mormón
El Libro de Mormón agrega su testimonio al de otras Escrituras, al declarar que el Padre y el Hijo son personajes separados, aunque uno en propósito y acción. Y este testimonio es fruto de la visita del Cristo resucitado a los fieles nefitas del continente americano. Una voz de los cielos lo presentó ante ellos, diciendo: “He aquí a mi Hijo Amado, en quien me complazco, en quien he glorificado mi nombre: a él oíd.” (3 Nefi 11:7.)
Luego de la presentación hecha por Su Padre, Jesús anunció a los que le contemplaban:
He aquí, soy Jesucristo, de quien los profetas testificaron que vendría al mundo.
Y he aquí, soy lo luz y la vida del mundo; y he bebido de la amarga copa que el Padre me ha dado, y he glorificado al Padre, tomando sobre mí los pecados del mundo, con lo cual he cumplido la voluntad del Padre en todas las cosas desde el principio. (3 Nefi 11:10-11)
En numerosas ocasiones, las nefitas presenciaron el frecuente acto de Jesucristo orando a Su Padre.3 Además, al instruirlos en cuanto a la oración, Él les dijo: “De esta manera, pues, oraréis: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.” (3 Nefi 13:9.)
Previamente, Él les había aleccionado con respecto al método apropiado para bautizar, indicándoles que debían hacerlo “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.”4
También en oportunidad de indicar a los nefitas cómo debían llevar a cabo la ordenanza de la Santa Cena, El destacó prolijamente el orden de la oración y estableció la relación existente entre el Padre y el Hijo.5
1 Véase 3 Nefi 23:14 y 26:2.
2 Véase 3 Nefi 26:6-12.
3 Véase 3 Nefi 7:21; 3 Nefi 19:19-23, 27-29.
4 3 Nefi 11:25.
5 Véase 3 Nefi 18:1-11.

























Gracias por tan importante altura Gracias bendiciones saludos
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Gracias por este bello mensaje Gracias excelente explicacion
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