Enseñanzas del Libro de Mormón

Capítulo 6

Los Atrbutos de Dios


Puesto que Dios el Padre es semejante a Dios el Hijo, ya que, de acuerdo a las propias palabras del Salvador, quien ha visto al Hijo ha visto también al Padre,1 se hace evidentemente in­dudable el hecho de que los atributos del Hijo son similares a los del Padre. Por ello fue que los escritores nefitas, al describir la obra de Dios, hablaron en sentido colectivo.

Un Dios Universal

Los profetas nefitas no sólo sabían que había un Dios, sino también comprendían mucho acerca de Su gloria, de la magni­tud de Su dominio y de la naturaleza de Sus atributos. En medio de un período de la historia de la tierra en que la mayoría de las naciones estaba limitando a Dios en cuanto al área en que Él tenía poder y con respecto la naturaleza misma de dicho poder, los nefitas sabían que Dios está sobre todas las cosas creadas, tanto arriba en los cielos como abajo en la tierra. Ellos le concebían como cosmológico—correspondiente al Universo y parte principal del entero orden del mismo.

Lehi declaró a sus hijos:

. . . hay un Dios que ha creado todas las cosas: el cielo, la tierra y todo cuanto en ellos hay; tanto las cosas que obran, como las que reciben la acción. (2 Nefi 2:14)

Y el rey Benjamín amonestó a su pueblo con estas palabras:

Creed en Dios; creed que existe, y que creó todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra; creed que él tiene teda sabiduría y todo poder, tanto en el cielo como en la tierra; creed que el hombre no comprende todas las cosas que el Señor puede. (Mosíah 4:9)

Los nefitas no creían que los intereses de Dios estaban limita­dos sólo a ellos. Nefi mismo advirtió a una postrera generación el peligro de confinar el interés de Dios al beneficio de un solo pueblo, cualquiera sea éste:

¿No sabéis que hay más de una nación? ¿No sabéis que yo, el Señor vuestro Dios, he creado a todos los hombres y me acuerdo de los que viven en las islas del mar; que gobierno arriba en los cielos y abajo en la tierra, y llevo mi palabra a los hijos de los hombres, sí, a todas las naciones de la tierra?

¿Por qué murmuráis por tener que recibir más de mis palabras? ¿Acaso no sabéis que el testimonio de dos naciones os es un testigo de que yo soy Dios, y que me acuerdo tanto de una nación como de otra? Por tanto, hablo las mismas palabras, así a una como a otra nación. Y cuando las dos naciones se junten, su testimonio se juntará también.

Y hago esto para mostrar a muchos que soy el mismo ayer, hoy y para siempre; y que declaro mis palabras según mi voluntad. Y no supongáis que porque hablé una palabra, no puedo hablar otra; porque aún no he concluido mi obra, ni se acabará hasta el fin del hombre, ni desde entonces para siempre jamás. (2 Nefi 29:7-9)

Dios: un Personaje

El Libro de Mormón presenta al lector un Dios personal, a cuya imagen el hombre mismo fue creado, proponiendo una serie de experiencias a fin de probar dicho concepto. Y puede recono­cerse la importancia de esta posición si consideramos la diferen­ciación entre las cosas personales y las impersonales. Una persona es susceptible a diversas emociones y puede actuar o moverse a raíz de ellas. Más aún, dichas emociones pueden ser incitadas por otras fuerzas o inteligencias fuera de la persona que las experi­menta. Por consiguiente, un Dios personal es aquél con quien noso­tros podemos razonar. Es alguien a quien podemos aun persuadir. Es uno que puede conmoverse mediante la compasión, la miseri­cordia y el amor. Es un ser con el que podemos establecer un convenio. Pero considerar a Dios impersonal equivale a reconocerlo indiferente. Identificarlo como la “Madre Naturaleza”, la “Fuerza Creadora” o la “Primera Gran Causa”, es negarle un carácter emocional y proclamar que toda oración es inútil y que el perdón divino es imposible.

Mientras la mayoría de los Cristianos abriga en su corazón el concepto de un Dios personal, una gran cantidad de personas está negándole aun forma a dicho ser, lo cual en cierto modo li­mita Su presencia o Sus actividades. Por supuesto que la idea o concepto de Dios como un hombre perfeccionado es extraña para ellos. Espinoza, el filósofo judío del siglo XVII, escribió:

Todo lo que de una forma u otra se refleja de la divina naturaleza, niega que Dios tiene un cuerpo. Al respecto encontramos una prueba excelente en el hecho de que nosotros sabemos que cuerpo es algo que tiene una cantidad definida, con longitud, ancho y profundidad y de un forma delimitada, y es el colmo de la insensatez predicar tal cosa como Dios, siendo que éste es un ser absolutamente infinito. (Espinoza, según lo citara B. H. Roberts en The Seventy’s Course in Theology, Tercer año, página 153.)

El filósofo inglés John Locke, describiendo a Dios como un espíritu infinito e inmaterial, de una presencia constante que llena toda la inmensidad, escribió:

Tal como todos pueden fácilmente entender, Dios llena la eternidad; y es difícil encontrar una razón por la cual alguien podría dudar que de la misma manera ocupa la inmensidad. Su infinito ser es ciertamente tan ilimitado en un sentido como en el otro; y me parece que se concede demasiada importancia a la materia cuando se dice que donde no hay cuerpo no hay nada. . . no se puede atribuir movimiento a Dios; no porque sea inmaterial, sino porque es un espíritu infinito. (Locke’s Works (Obras de Locke), tomo 1, páginas 195 y 319)

Otro filósofo, el alemán Kant, proclamó la idea de “Dios, Li­bertad Humana e Inmortalidad”, como principio de razonamiento práctico.2

En cambio, Hegel no concedía lugar en su filosofía para Dios como individuo, mientras que Herbert Spencer conceptuaba a Dios como un ser “ignoto e incognoscible.”3

En la larga línea de filósofos de gran nombradla, sólo uno, Juan Fiske, concibió que Dios tenía una cierta forma de cuerpo físico. No obstante, su punto de vista, expresado en las siguientes palabras, es todavía indefinido:

Podemos sostener que el mundo de los fenómenos es sólo comprensible si se lo considera como una multiforme manifestación de una Energía Omni­potente que en cierto sentido—aunque de un modo muy por encima de nuestra finita comprensión—es antropomorfa o semipersonal. (Fiske, Studies in Re­ligión (Estudio de la Religión), páginas 93-94)

Los profetas nefitas no tenían esa vaguedad de concepto. Aun­que ninguno de ellos se jactaba de tener un completo entendimiento acerca de Dios, el relato de sus experiencias con relación a El refleja una cabal comprensión con respecto al hecho de que Dios es un personaje y que el hombre fue creado a Su imgen.

La experiencia del hermano de Jared avergüenza la duda y la incertidumbre de los filósofos. Leemos en el Libro de Mormón:

Y sucedió que cuando el hermano de Jared hubo dicho estas palabras, he aquí, el Señor extendió su mano y tocó las piedras, una por una, con su dedo. Y fue quitado el velo de ante los ojos del hermano de Jared, y vio el dedo del Señor; y era como el dedo de un hombre, a semejanza de carne y sangre; y el hermano de Jared cayó delante del Señor, porque fue herido de temor.

Y el Señor vio que el hermano de Jared había caído al suelo, y le dijo el Señor: Levántate, ¿por qué has caído?

Y dijo al Señor: Vi el dedo del Señor, y tuve miedo de que me hiriese; porque no sabía que el Señor tuviese carne y sangre.

Y el Señor le dijo: A causa de tu fe has visto que tomaré sobre mí carne y sangre; y jamás ha venido a mí hombre alguno con tan grande fe como la que tú tienes; porque de no haber sido así, no hubieras podido ver mi dedo. ¿Viste más que esto?

Y él contestó: No; Señor, muéstrate a mí.

Y le dijo el Señor: ¿Creerás las palabras que hablaré?

Y él le respondió: Sí, Señor, sé que hablas la verdad, porque eres un Dios de verdad, y no puedes mentir.

Y cuando hubo dicho estas palabras, he aquí, el Señor se le mostró, y dijo: Porque sabes estas cosas, eres redimido de la caída; por tanto, eres traído de nuevo a mi presencia; por consiguiente yo me manifiesto a ti.

He aquí, yo soy el que fue preparado desde la fundación del mundo para redimir a mi pueblo. He aquí, soy Jesucristo. Soy el Padre y el Hijo. En mí todo el género humano tendrá vida, y la tendrá eternamente, sí, aun cuantos crean en mi nombre; y llegarán a ser mis hijos y mis hijas.

Y nunca me he mostrado al hombre a quien he creado, porque jamás ha creído en mí el hombre como tú lo has hecho. ¿Ves que eres creado a mi propia imagen? Sí, en el principio todos los hombres fueron creados a mi propia imagen.

He aquí, este cuerpo que ves ahora es el cuerpo de mi espíritu; y he creado al hombre a semejanza del cuerpo de mi espíritu; y así como me aparezco a ti en el espíritu, apareceré a mi pueblo en la carne.  (Éter 3:6-16)

El Propósito de la Creación

Los profetas nefitas atribuían a Dios la creación de todas las cosas. Entendían, además, el propósito de esas creaciones. Nefi declaró:

He aquí, el Señor ha creado la tierra para que sea habitada; y ha creado a sus hijos para que la posean. (1 Nefi 17:36)

Un Dios de Leyes

Lehi comprendió que la creación habría sido imposible sin leyes que separaran e identificaran una cosa de otra. En cuanto a la ley moral, él identificó una “ley de oposición en todas las cosas”, diciendo:

Porque es preciso que haya una oposición en todas las cosas. Pues de otro modo, mi primer hijo nacido en el desierto, no habría justicia ni iniquidad, ni santidad ni miseria, ni bien ni mal. De modo que todas las cosas necesaria­mente serían un solo conjunto; y si fuese un solo cuerpo, habría de estar como muerto, pues no tendría ni vida ni muerte, ni corrupción ni incorrupción, ni felicidad ni miseria, ni sensibilidad ni insensibilidad.

Por lo tanto, habría sido creado en vano, y no hubiera habido ningún objeto en su creación. Esto, pues, habría destruido la sabiduría de Dios y sus eternos designios, como también el poder, la misericordia y la justicia de Dios.

Porque si decís que no hay ley, decís también que no hay pecado. Y si decís que no hay pecado, decís también que no hay justicia. Y de no haber justicia, no hay dicha. Y si no hay justicia ni felicidad tampoco hay castigo ni miseria. Y si estas cosas no existen, tampoco existe Dios. Y si no existe Dios, nosotros tampoco existimos, ni la tierra; porque no podría haber habido creación de cosas ni para actuar ni para recibir la acción; por tanto, todo se habría desvanecido. (2 Nefi 2:11-13)

Alma enseñó que Dios gobierna a sus hijos mediante leyes:

Mas el arrepentimiento no podía llegar a los hombres a menos que se fijara un castigo, igualmente eterno como la vida del alma, opuesto al plan de la felicidad, tan eterno también como la vida del alma.

Y, ¿cómo podría el hombre arrepentirse, a menos que pecara? ¿Cómo podría pecar, si no hubiese ley? Y, ¿cómo podría haber una ley sin que hubiese un castigo?

Mas se fijó un castigo, y se dio una ley justa, la cual trajo el remordimiento de conciencia al hombre.

Ahora bien, de no haberse dado una ley de que el hombre que asesina debe morir, ¿tendría miedo de morir si matase?

Y también, si no hubiese ninguna ley contra el pecado, los hombres no tendrían miedo de pecar.

Y si no se hubiese dado ninguna ley, ¿qué podría hacer la justicia si los hombres pecasen? ¿O la misericordia? Pues no tendrían derecho a reclamar al hombre.

Mas se ha dado una ley, y se ha fijado un castigo, y se ha concedido un arrepentimiento, el cual la misericordia reclama; de otro modo, la justicia reclama al ser humano y ejecuta la ley, y la ley impone el castigo; pues de no ser así, las obras de la justicia serían destruidas, y Dios dejaría de ser Dios.

Mas Dios no cesa de ser Dios, y la misericordia reclama al que se arrepiente; y la misericordia viene a causa de la expiación; y la expiación lleva a efecto la resurrección de los muertos; y la resurrección de los muertos lleva a los hombres de regreso a la presencia de Dios; y así son restaurados a su presencia, para ser juzgados según sus obras, de acuerdo con la ley y la justicia. (Alma 42:16-23)

Este código de leyes no fue promulgado a fin de privar la libertad humana, sino precisamente para hacer posible dicha liber­tad. De dicho concepto deriva naturalmente el hecho de que el gozo o la miseria serán, según corresponda, consecuencia directa de la opción individual y que sobre cada uno descansa una respon­sabilidad total. Helamán nos dice:

y esto con objeto de que aquellos que crean sean salvos, y sobre los que no crean descienda un justo juicio; y también, si son condenados, traen sobre sí su propia condenación.
Así pues, recordad, recordad, mis hermanos, que el que perece, perece por causa de sí mismo; y quien comete iniquidad, lo hace contra sí mismo; pues he aquí, sois libres; se os permite obrar por vosotros mismos; pues he aquí, Dios os ha dado el conocimiento y os ha hecho libres.
Él os ha concedido que discernáis el bien del mal, y os ha concedido que escojáis la vida o la muerte; y podéis hacer lo bueno, y ser restaurados a lo que es bueno, es decir, que os sea restituido lo que es bueno; o podéis hacer lo malo, y hacer que lo que es malo os sea restituido. (Helamán 14:29-31)

Misericordia y Justicia

Dios siempre fue considerado como justo y misericordioso, y parece que la mayoría de los profetas no sintieron la necesidad de dar explicaciones sobre el particular. Después de hablar sobre la ley y la justicia y de cómo “la misericordia reclama al que se arre­piente” (citado anteriormente—Alma 42:16-23), el gran Profeta prosigue diciendo:

Pues he aquí, la justicia ejerce todos sus derechos, y también la miseri­cordia reclama cuanto le pertenece; y así, nadie se salva sino el que verda­deramente se arrepiente.

¿Acaso crees que la misericordia puede robar a la justicia? Te digo que no; ni un ápice. Se fuera así, Dios dejaría de ser Dios. (Alma 42:24-25)

Dios, Personificación de lo Bueno

También consideraban a Dios como la personificación de todo lo bueno. Este concepto fue utilizado para determinar detrás de qué acciones de los hombres estaba Dios. Si había algo malo, no podía ser de Dios. Mormón hace la más notable declaración al respecto:

Por consiguiente, toda cosa buena viene de Dios, y lo que es malo viene del diablo; porque el diablo es enemigo de Dios, y siempre está contendiendo con él, e invitando e incitando a pecar y a hacer lo que es malo sin cesar.

Pero he aquí, lo que es de Dios invita e incita continuamente a hacer lo bueno; de manera que todo aquello que invita e incita a hacer lo bueno, y amar a Dios y servirlo, es inspirado de él. (Moroni 7:12-13)

Y para definir la diferencia entre lo bueno y lo malo, Mormón sigue diciendo:

Porque he aquí, mis hermanos, os es concedido juzgar, a fin de que podáis discernir el bien del mal; y tan palpable es la manera de juzgar, a fin de que podáis discernir con perfecto conocimiento, como la luz del día lo es de la obscuridad de la noche.

Pues he aquí, a todo hombre se da el Espíritu de Cristo para que pueda distinguir el bien del mal; por tato, os estoy enseñando la manera de juzgar; porque todo lo que invita a hacer lo bueno y persuade a creer en Cristo, es enviado por el poder y el don de Cristo; y así podréis saber, con un cono­cimiento perfecto, que es de Dios.

Pero lo que persuade a los hombres a hacer lo malo, y a no creer en Cristo, y a negarlo y no servir a Dios, entonces podréis saber, con un cono­cimiento perfecto, que es del diablo; porque de este modo es como obra el diablo, porque él no persuade a los hombres a hacer lo bueno, no, ni a uno solo; ni lo hacen sus ángeles, ni los que se sujetan a él.

Ahora bien, mis hermanos, puesto que conocéis la luz por la cual habéis de juzgar, que es la luz de Cristo, cuidaos de juzgar equivocadamente; porque con el mismo juicio con que juzguéis, seréis juzgados. (Moroni 7:15-19)

Moroni consideró que el único criterio valedero estaba conte­nido en las palabras de Cristo. Y entonces nos las repite:

Y cualquier cosa que persuade a los hombres a hacer lo bueno, viene de mí; porque el bien de nadie procede, sino de mí. Yo soy el que conduce a los hombres a todo lo bueno; el que no quiera creer mis palabras, tampoco me creerá a mí: que yo soy; y aquel que no quiera creerme, no creerá al Padre que me envió. Porque he aquí, yo soy el Padre, yo soy la luz, y la vida, y la verdad del mundo. (Éter 4:12)


Juan 14:9.
2  Kant, Crítica de la Razón Práctica, 1783.
Herbert Spencer, First Principies (Los Primeros Principios), páginas 47-48.

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2 Responses to Enseñanzas del Libro de Mormón

  1. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    Gracias por tan importante altura Gracias bendiciones saludos

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  2. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    Gracias por este bello mensaje Gracias excelente explicacion

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