Capítulo 8
La necesidad de un Salvador
A fin de entender cabalmente la misión que Jesucristo tuvo al venir al mundo en la carne, es necesario considerar para qué necesitábamos, en tal caso, un Salvador. ¿De qué necesitaba el hombre ser salvado? Y si él no fuera salvado ¿qué le sucedería? ¿Cómo se llevó a cabo dicha salvación? Afortunadamente, el Libro de Mormón contiene considerable información que puede servirnos para responder a tales preguntas.
Primeramente, el hombre necesita ser salvado de la muerte, a la cual, debido a la transgresión de Adán, ha quedado sujeto. También necesita ser rescatado (salvado) de las consecuencias resultantes de sus malas acciones, una vez que haya reconocido sus propios errores. Tal como lo manifiestan los profetas nefitas y jareditas, la muerte vino sobre el hombre a raíz de la consciente transgresión de Adán y Eva a las leyes de la inmortalidad, acto por el que se sujetaron a todas las vicisitudes de la vida mortal, incluyendo el dolor físico y la muerte misma. Este hecho es definido como la “Caída”. Si bien el Libro de Mormón corrobora la versión de los hebreos, el conocimiento que los profetas nefitas tenían con respecto a la “Caída” no provenía enteramente de la Escrituras hebreas. Moroni nos dice que los anales de los Jareditas contenían la historia de Adán.1 Este relato, entonces, precedería al libro de Génesis de los hebreos, por lo menos, por unos mil años, y constituiría un testigo completamente independiente de éstos. Que el relato jaredita de la historia de Adán concuerda tanto con el de los hebreos como con el conocimiento de los nefitas, es declarado por el mismo Moroni cuando nos explica la razón por la que no incluye la versión de los jareditas en la compilación de Éter; y así nos lo dice:
… se halla entre los judíos,
No escribo, pues, las cosas que ocurrieron desde Adán hasta esa época; pero se hallan sobre las planchas, y el que las encuentre podrá obtener la historia completa. (Éter 1:3-4)
El Libro de Mormón, con respecto a la historia de la “Caída”, más que agregar detalles al relato bíblico, lo confirma. Pero los profetas nefitas sí que aumentan, con el material informativo que proveen, nuestro entendimiento referente al significado y a los resultados de la “Caída”. Para que podamos valorar mejor tal entendimiento, quizás sea interesante considerar las distintas interpretaciones de ciertas iglesias Cristianas en cuanto a la Caída de Adán:
La Iglesia Católica enseña que, mediante su transgresión, Adán no sólo se perjudicó a sí mismo, sino que causó daño a la entera raza humana; que a raíz de su caída perdió la justicia y santidad sobrenatural que recibiera gratuitamente de Dios, y que no sólo las perdió para sí, sino para todos nosotros; y que él, habiéndose manchado con el pecado de la desobediencia, ha transmitido a la raza humana no solamente la muerte y otros dolores físicos y enfermedades, sino también el pecado, que es la muerte del alma. (Bruno, Catholic Belief (Credo Católico), página 6.)
Uno de los puntos de vista del Protestantismo es descripto como sigue:
A través de su caída, Adán nos demuestra lo siguiente: 1. La infidelidad más grande. 2. Un orgullo increíble. 3. Una horrenda ingratitud. 4. Un evidente desacato a la majestad y justicia de Dios. 5. Una insensatez indescriptible. 6. Una crueldad hacia sí mismo y hacia toda su posteridad.
Los infieles, sin embargo, han considerado a la caída y sus efectos con actitud de desprecio y la han calificado de absurda; pero sus objeciones al asunto han sido hábilmente contestadas por varios autores; en cuanto a los efectos de la caída, difícilmente pueda haber alguien que los discuta. Porque es evidente que el hombre es un ser caído si reparamos en su miseria como habitante del mundo natural; en los desórdenes del globo en que vivimos y en las espantosas plagas que lo azotan; en la deplorable y confusa circunstancia de nuestro nacimiento; en el parto doloroso y saturado de peligros de la mujer; en la impureza, incapacidad, ignorancia y desnudez naturales que nos son propias; en la inmensa oscuridad en que nos encontramos, tanto con respecto a Dios como a nuestro futuro estado; en la general rebelión de la brutal naturaleza contra nosotros; en la enorme cantidad de venenos que desde los reinos animal, vegetal y mineral nos acechan para destruirnos; en la pesada maldición de fatigas y sudor a que estamos sujetos; en las innumerables calamidades de la vida y la agonía de la muerte . . . (Buck, Theological Dictionary (Diccionario Teológico), página 335)
En uno de los artículos de la misma obra, acerca del hombre, leemos:
Se ha dicho que Dios hizo recto al hombre (Eclesiastés 7:29), sin imperfecciones, corrupción o principio de corrupción en su cuerpo o alma. . . . Habiendo sido creado en un estado de santidad, necesariamente debía estar viviendo en una condición de felicidad. Él fue una criatura gloriosa, favorito de los cielos. . . e inmortal. Aun así, no vivía sin ley; a la de la naturaleza, que había grabado en su corazón, Dios agregó una ley positiva: la de no participar del fruto prohibido so pena de una muerte natural, espiritual y eterna. Si no hubiera desobedecido esta ley, el hombre podría haber tenido razón para esperar no sólo la perpetuación de una vida natural y espiritual, sino de ser aun transportado a un paraíso superior. . . . Y él, al comer el fruto prohibido, transgredió la ley positiva que Dios le diera. Como consecuencia de este acto malvado, el hombre perdió su bien mayor; pervirtió su propia naturaleza; depravó sus poderes, su cuerpo fue sujeto a la corrupción y su alma expuesta a la miseria; su posteridad, así destinada a la ruina y a una condenación eterna, quedó por siempre incapacitada para rehabilitarse ante Dios, poder obedecer perfectamente sus mandamientos y satisfacer su justicia. (Ibid., página 182)
En otra fuente protestante encontramos lo siguiente:
A aquellos que comían de su fruto, el árbol del conocimiento del bien y del mal revelaba secretos respecto a los cuales mejor les hubiera sido permanecer ignorantes; porque la pureza de la felicidad del hombre, consiste en hacer y amar el bien sin siquiera conocer el mal. (William Smith, Oíd Testament History (Historia del Antiguo Testamento), capítulo 2)
Si bien no todas las iglesias Cristianas están de acuerdo en cada detalle del concepto anteriormente mencionado, podemos decir que la mayoría de ellas considera la Caída de Adán y Eva como una calamidad que trastornó los planes de Dios, causando todas las miserias de la raza humana.2
¿Cuál fue el concepto de los profetas nefitas acerca de la Caída? Aquí tenemos una agradable sorpresa. Los profetas se gozaban en cuanto a los resultados de la Caída y en lugar de condenar, aprobaban los actos que determinaron la misma. Así lo expresa Lehi en este versículo:
Adán cayó para que los hombres existiesen; y existen los hombres para que tengan gozo. (2 Nefi 2:25)
Esta declaración puede mejor entenderse a la luz de previas enseñanzas del mencionado Profeta:
Porque es preciso que haya una oposición en todas cosas. Pues de otro modo, mi primer hijo nacido en el desierto, no habría justicia ni iniquidad, ni santidad ni miseria, ni bien ni mal. De modo que todas las cosas necesariamente serían un solo conjunto; y si fuese un solo cuerpo, habría de estar como muerto, pues no tendría ni vida ni muerte, ni corrupción ni incorrupción, ni felicidad ni miseria, ni sensibilidad ni insensibilidad.
Por lo tanto, habría sido creado en vano, y no hubiera habido ningún objeto en su creación. Esto, pues, habría destruido la sabiduría de Dios y sus eternos designios, como también el poder, la misericordia y la justicia de Dios.
Porque si decís que no hay ley, decís también que no hay pecado. Y si decís que no hay pecado, decís también que no hay justicia. Y de no haber justicia, no hay dicha. Y si no hay justicia ni felicidad tampoco hay castigo ni miseria. Y si estas cosas no existen, tampoco existe Dios. Y si no existe
Dios, nosotros tampoco existimos, ni la tierra; porque no podría haber habido creación de cosas ni para actuar ni para recibir la acción; por tanto, todo se habría desvanecido.
Y para realizar sus eternos designios sobre el objeto del hombre, después de haber creado a nuestros primeros padres, los animales del campo, las aves del cielo, en fin, todo cuanto ha sido creado, se precisaba una oposición, sí, el fruto prohibido en oposición al fruto del árbol de la vida, dulce uno y amargo el otro. (2 Nefi 2:11-13,15)
Y un poco más adelante, agrega:
Porque si Adán no hubiese pecado, no habría caído; sino que habría permanecido en el jardín de Edén. Y todo lo que fue creado tendría que haber permanecido en el mismo estado en que se hallaba después de su creación; y habría permanecido para siempre, sin tener fin.
Y no hubieran tenido hijos; por consiguiente, habrían permanecido en un estado de inocencia, sin sentir gozo, por no tener conocimiento de la miseria; sin hacer bien, por no conocer el pecado.
Pero he aquí, todas las cosas han sido hechas según la sabiduría de aquel que todo lo sabe.
Así pues, los hombres son libres según la carne; y les son dadas todas las cosas que para ellos son propias. Y pueden escoger la libertad y la vida eterna, por motivo de la gran mediación para todos los hombres, o escoger la cautividad y la muerte según la cautividad y el poder del diablo, porque éste quiere que todos los hombres sean miserables como él. (2 Nefi 2:22-24, 27)
“Adán cayó para que los hombres existiesen.” Acerca de esta sentencia, el hermano B. H. Roberts escribió:
Sobre las distintas ideas de los hombres, concerniente al gran Patriarca de nuestra raza, esta doctrina tendrá un efecto revolucionario. Parece que entre aquellos que proclaman estar enseñando doctrinas Cristianas, está de moda el denunciar a Adán con desmedida terminología; como si la caída del hombre hubiera sorprendido—si desbaratado—los planes de Dios con respecto a la existencia del hombre sobre la tierra. . . . Es evidente, por lógica, que la Caída, tanto como la Expiación o Redención, era parte del plan de Dios referente a la probación terrenal del hombre. Indudablemente, la Caída era un hecho tan real en la presciencia de Dios, como lo era la Expiación, y lo que la misma comprende debiera ser considerado, no como un acto de culpa sino como un hecho elogiable, puesto que fue esencial para el cumplimiento del propósito divino. (Roberts, The Seventy’s Course in Theology, Cuarto año, página 37)
Es interesante notar que el Libro de Mormón es apoyado por el libro de Moisés, en la Perla de Gran Precio, en cuanto al concepto de la Caída:
Y Adán bendijo a Dios ese día, y fue lleno, y empezó a profetizar concerniente a todas las familias de la tierra, diciendo: Bendito sea el nombre de Dios, porque a causa de mi transgresión se han abierto mis ojos, y tendré gozo en esta vida, y en la carne veré de nuevo a Dios.
Y Eva su esposa oyó todas estas cosas y se regocijó diciendo: Si no hubiese sido por nuestra transgresión, j amas habríamos tenido simiente, ni hubiéramos conocido jamás el bien y el mal, ni el gozo de nuestra redención, ni la vida eterna que Dios concede a todos los obedientes.
Y Adán y Eva bendijeron el nombre de Dios, e hicieron saber todas las cosas a sus hijos e hijas. (Moisés 5:10-12)
Vemos que no sólo los profetas se mostraron agradecidos por la Caída de Adán y Eva—percibiendo la necesidad de la misma—, sino que estos mismos se regocijaron de ello. No había en Adán ni en Eva ese remordimiento que usualmente deriva del pecado; y este punto de vista les absuelve de toda censura. Más aún, nuestros primeros padres debieran ser elogiados por tan heroica resolución. El apóstol Pablo destaca el hecho de que Eva participó del fruto porque fue engañada, mientras que Adán lo hizo deliberadamente.3 por lo cual debe ser considerado como un héroe. El acto de Adán y Eva, al participar del fruto prohibido, no fue precisamente un pecado, sino la necesaria transgresión de una ley para poder entrar en la mortalidad.
Los Resultados de la Caída
Cuando, en lugar de condenar a Adán y a Eva por la Caída, se regocijaron de su propia oportunidad de vivir una vida mortal, los profetas nefitas sabían perfectamente qué es lo que ésta exige. La elección de pasar a ser mortal fue realmente notable. La mortalidad es un estado en el cual el hombre es privado de la presencia personal de Dios, quedando sujeto a las amarguras y vicisitudes que puedan emanar de sus experiencias en un mundo físico. Significa también estar sometido al dolor, la muerte y las tentaciones del mal. Era natural y justo que Dios advirtiera a Adán y a Eva lo que significaría ser mortal y que les asesorara acerca del medio por el cual la mortalidad podría obtenerse, es decir, la transgresión a la ley de la inmortalidad mediante la participación de fruto del conocimiento del bien y del mal. El mundo había sido creado para que el hombre viviera sobre él en un estado mortal. El gozo eterno del hombre, requería que éste fuera mortal y obtuviera un cuerpo de carne y huesos.
Porque el hombre es espíritu. Los elementos son eternos, y espíritu y elemento, inseparablemente unidos, reciben una plenitud de gozo;
Y cuando están separados, el hombre no puede recibir la plenitud de gozo. (Doc. y Con. 93:33-34)
Esta eterna unión de espíritu y elemento no podría lograrse a menos que el hombre tuviera primeramente la experiencia de dicha unión en una vida mortal y le sea luego restaurada en la resurrección. Por eso es que la declaración “Existen los hombres para que tengan gozo,” tiene un significado mucho más profundo que el simple gozo en esta vida, puesto que muchas personas experimentan más miseria y dolor que gozo en su existencia mortal. En consecuencia, los profetas nefitas comprendieron que el hombre mortal, sujeto como está al dolor y a la muerte, se perdería para siempre si fuera abandonado en esta vida sin la ayuda de Dios.
El profeta Abinadí destacó que, como consecuencia de la Caída, algunos hombres se convirtieron en malvados, carnales, sensuales y diabólicos, y agregó:
Así pues, toda la humanidad está perdida; y he aquí, se habría perdido eternamente, si Dios no hubiese rescatado a su pueblo de su estado caído y perdido. (Mosíah 16:4)
Por consiguiente, sólo mediante la intervención de un Salvador podía el hombre ser redimido de su estado. La primera necesidad de este Redentor era la de restaurar el cuerpo, compuesto de elementos, al espíritu del hombre, después que la muerte los hubiere separado, a los efectos de que ese hombre pueda tener gozo. Que el hombre es impotente para poder realizar esta restauración por sí mismo, es completamente evidente e innegable, por lo que huelga todo comentario al respecto. Y a menos que un poder mucho más superior que el que disfruta viniera en su rescate, el hombre tendría que permanecer en la tumba para siempre.
1 Éter 1:2-4.
2 Una cierta diferencia en el concepto básico de estas iglesias es expresado en The Westminster Confession, capítulo 1, sección 1, considerando la caída como parte del plan de Dios, “para la gloria de Dios,” pero que deja al hombre en condición maldita por causa de su desobediencia
3 1 Timoteo 2:14.

























Gracias por tan importante altura Gracias bendiciones saludos
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Gracias por este bello mensaje Gracias excelente explicacion
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