Ven, sígueme – Doctrina y Convenios 58-59

Ven, sígueme
Doctrina y Convenios 58–59
2 – 8 junio: “Anhelosamente consagrados
a una causa buena”


Contexto histórico

Corría el verano de 1831. José Smith, el Profeta, había recibido mandamiento del Señor de viajar desde Kirtland, Ohio, hasta Misuri, un trayecto largo y difícil que implicaba cruzar cientos de kilómetros de tierras poco desarrolladas. Esta no era una simple visita: Dios había declarado que en Misuri se hallaba la tierra prometida, el lugar donde se establecería la Sión de los últimos días, el nuevo centro espiritual del Reino de Dios en la tierra.

En cumplimiento de este mandato, José Smith y decenas de santos fieles emprendieron la travesía hacia el lejano oeste. Al llegar a Independence, Misuri, en el condado de Jackson, se encontraron con un paisaje agreste, escasamente poblado, lleno de calor sofocante y, para muchos, carente del esplendor que esperaban ver en la tierra de Sión. En lugar de templos majestuosos o comunidades celestiales, hallaron campos sin cultivar y humildes construcciones. La decepción se mezcló con la fatiga del viaje y las esperanzas de algunos comenzaron a desvanecerse.

Fue en medio de este escenario, el 1 y 2 de agosto de 1831, que se recibieron las secciones 58 y 59. Estas revelaciones llegaron como respuestas del Señor a las inquietudes, dudas y frustraciones de los santos.

En Doctrina y Convenios 58, el Señor reconoció que la obra en Misuri sería ardua y que la Sión prometida no se construiría de la noche a la mañana. No obstante, aseguró a los santos que su sufrimiento no sería en vano. Les recordó que Dios recompensa a los que actúan con fe, sin esperar ser “mandados en todas las cosas”. Les enseñó que la verdadera obediencia implicaba actuar con rectitud incluso cuando no hay instrucciones específicas. Era una invitación a convertirse en agentes por cuenta propia, llenos de iniciativa espiritual, fieles a pesar de la incertidumbre.

Al día siguiente, en el día del Señor, 7 de agosto de 1831, José recibió Doctrina y Convenios 59, justo después del entierro de una fiel hermana llamada Polly Knight, madre de Newel Knight, quien había deseado ver la tierra de Sión antes de morir. A través de esta revelación, el Señor consoló a los santos con promesas celestiales, les dio mandamientos para santificar el día de reposo, y les enseñó que su obediencia traería paz, gozo y bendiciones tanto temporales como eternas. Fue un llamado a vivir con gratitud, reverencia y fe, incluso en medio de las pruebas.

Estas dos secciones marcaron un punto crucial: la fe debía prevalecer sobre la vista, y la obra de establecer Sión requeriría sacrificio, paciencia y fidelidad continua. Las revelaciones no solo respondieron al momento histórico, sino que sentaron bases doctrinales para generaciones futuras.


Doctrina y Convenios 58:1–5; 59:23.
“Tras mucha tribulación vienen las bendiciones”.


En agosto de 1831, el ambiente en Misuri estaba cargado de expectativas. Los santos, animados por revelaciones anteriores, habían viajado desde Kirtland con la esperanza de encontrar en ese lugar la tierra prometida, el centro de Sion. Sin embargo, al llegar, la realidad fue dura y desconcertante: no había una ciudad resplandeciente ni muros de gloria. Había calor, pobreza, desorganización y oposición. En medio de esa decepción, el Señor habló por medio del profeta José Smith para consolar, enseñar y corregir.

El mensaje comenzó con un llamado personal: “Oíd, vosotros que sois del templo y sois ordenados para ministrar… muchos son llamados, pero pocos escogidos”. No todos estaban preparados para recibir lo que el Señor tenía reservado. Ser llamado a la obra del Señor es un privilegio, pero ser escogido requiere más: una voluntad firme, obediencia bajo presión, y fidelidad sin reservas.

El Señor no suavizó la situación. Les explicó que aún no eran puros, que no podían soportar Su gloria, pero que si perseveraban en guardar Sus mandamientos, verían Su rostro. Era una promesa poderosa, pero exigente. Les recordó que muchas de las bendiciones que esperaban estaban guardadas, esperando el tiempo preciso de Dios para manifestarse. Aun en esta vida, no todo sería revelado. Algunas verdades solo llegarían después de la mortalidad.

Y entonces, en medio de esa tensión entre expectativa y realidad, vino la frase clave: “Tras mucha tribulación vienen las bendiciones”. Esta declaración sencilla, pero profunda, les ofrecía una nueva perspectiva. No era un castigo lo que vivían, sino un proceso sagrado. Dios no los había olvidado; los estaba preparando. El consuelo llegó también con una garantía divina: “No temáis, porque yo el Señor estoy con vosotros… y no seréis vencidos”.

Más adelante, en otra revelación dada en ese mismo contexto de desafío, el Señor prometió una recompensa concreta para los justos: “Paz en este mundo y vida eterna en el mundo venidero” (DyC 59:23). Era un mensaje lleno de esperanza. La paz de la que hablaba no era ausencia de conflicto, sino un poder calmante en medio de la tormenta. Y la vida eterna no era solo un destino futuro, sino la promesa segura de una existencia gloriosa con Dios.

En esta historia sagrada vemos cómo el Señor enseña que la tribulación no es el fin, sino el camino hacia algo mayor. Él no promete que evitaremos el dolor, pero sí que estará con nosotros, que no seremos vencidos, y que la paz y la gloria eterna serán nuestras si seguimos firmes. Como los santos en Misuri, a veces llegamos a nuestras propias “tierras de Sion” con ilusiones que se ven desafiadas por la realidad. Pero si aceptamos la tribulación como parte del refinamiento divino, el Señor nos guiará hacia las bendiciones que aún no vemos.

La fe no es simplemente creer que todo saldrá como queremos; es confiar en que Dios sabe lo que necesitamos. Y cuando nos aferramos a esa fe, incluso en los momentos más oscuros, descubrimos que tras mucha tribulación sí vienen las bendiciones, y que en cada paso difícil, el Salvador camina con nosotros.


¿Qué puedo aprender de la tribulación o los desafíos según Doctrina y Convenios 58:1–5?

Los versículos 1 al 5 de Doctrina y Convenios 58 enseñan verdades poderosas:

  1. Dios cumple sus promesas, pero en su propio tiempo y manera (v.1). Cuando no entendemos todo, Él nos invita a confiar y guardar silencio con fe.
  2. El sufrimiento es parte esencial del proceso de santificación (v.2). No se trata simplemente de soportar dolor, sino de ser refinados por él.
  3. La tribulación es parte de la condición mortal (v.3), pero no estamos solos: Cristo nos guía.
  4. Hay esperanza eterna (v.4): el Señor nos ha preparado un lugar en Su reino.
  5. Un día entenderemos que todo lo vivido tuvo un propósito divino y glorioso (v.5).

La tribulación no es señal de abandono, sino un paso en el camino hacia la santidad, la madurez espiritual y la exaltación. Dios está más cerca de lo que pensamos, especialmente cuando más lo necesitamos.


¿Por qué algunas bendiciones solo se reciben después de la tribulación?
Porque ciertas bendiciones requieren que nuestro corazón esté preparado para recibirlas. Las pruebas nos humillan, nos vuelven más dependientes del Señor y nos afinan espiritualmente. El sufrimiento destruye el orgullo, enseña paciencia, cultiva la fe y nos capacita para valorar lo sagrado.

Como el oro refinado en el fuego, nuestra alma también es purificada por la tribulación. Y es entonces cuando podemos recibir bendiciones más profundas: mayor fe, revelación, paz interior, caridad, y una relación más íntima con Dios.

¿Qué bendiciones he recibido después de la tribulación?
Cada persona tiene experiencias únicas, pero a modo de reflexión general, después de enfrentar tribulaciones he recibido:

  • Mayor claridad espiritual. El dolor a menudo limpia el ruido del mundo y me ayuda a oír mejor la voz del Señor.
  • Más empatía y compasión. He aprendido a llorar con los que lloran, y a extender misericordia, porque yo también la he necesitado.
  • Testimonio más fuerte. No por lógica, sino por experiencia. Sé que Dios vive porque lo he sentido sosteniéndome cuando no podía seguir solo.
  • Gratitud verdadera. Aprendí a dar gracias incluso por los momentos difíciles, porque me acercaron más a Jesucristo.

¿Qué aprendes en Doctrina y Convenios 59:23 que te traiga esperanza?
“El que guarda los mandamientos de Dios y persevera en la fe en Jesucristo, tendrá paz en este mundo y la vida eterna en el mundo venidero.”

Este versículo es una promesa doble:

  1. Paz ahora — no la paz que el mundo da, sino la que brota del Espíritu. Es la tranquilidad que nace al saber que estás haciendo lo correcto, incluso en medio de la tormenta.
  2. Vida eterna después — la bendición más grande de todas: vivir para siempre con Dios y con los seres amados.

Esperanza que nace de esta promesa:
No importa cuán oscuro o difícil sea hoy, si sigo confiando en Cristo y guardo sus mandamientos, la paz es posible ahora, y el gozo eterno está asegurado. No estoy perdido. No estoy olvidado. Estoy en Sus manos.

Versículo Mensaje clave Doctrina Aplicación personal
DyC 58:1 “Muchos son llamados, pero pocos escogidos.” Dios llama a muchos, pero ser escogido requiere fidelidad y preparación espiritual. ¿Estoy respondiendo al llamado con fe, constancia y humildad?
DyC 58:2 “No sois todavía puros… veréis [mi gloria] si sois fieles.” Las tribulaciones purifican. La obediencia constante nos prepara para recibir la gloria de Dios. ¿Cómo me está moldeando Dios a través de mis desafíos actuales?
DyC 58:3 “Muchas cosas… serán manifestadas a su debido tiempo.” Dios tiene bendiciones reservadas que se revelan según Su sabiduría y tiempo perfecto. ¿Estoy dispuesto a confiar en Su calendario y no en el mío?
DyC 58:4 “Muchas cosas… no pueden ser dadas a conocer… hasta después de la carne.” Algunas respuestas y bendiciones solo vendrán en la eternidad. ¿Estoy desarrollando fe en lo que no puedo ver ni entender aún?
DyC 58:5 “No temáis… no seréis vencidos.” Dios promete Su presencia y victoria final si somos fieles. ¿Estoy confiando en que Dios está conmigo incluso cuando me siento débil o derrotado?
DyC 59:23 “Paz en este mundo y vida eterna en el mundo venidero.” La recompensa de los justos incluye paz ahora y gloria eterna luego. ¿Qué cosas pequeñas me han traído paz en medio de las dificultades?

Doctrina y Convenios 58:26–29
Puedo “efectuar mucha justicia” de mi “propia voluntad”.


Mientras el Señor instruía a los santos en Misuri, reveló un principio que cambiaría para siempre la manera en que ellos —y nosotros— debíamos entender la obediencia, la iniciativa personal y la responsabilidad moral en la obra del Señor. En Doctrina y Convenios 58:26–29, el Señor habla con claridad:

“Porque he aquí, no conviene que yo mande en todas las cosas; porque el que es compelido en todas las cosas, el mismo es un siervo perezoso y no sabio; por tanto, no recibe recompensa.”

Con estas palabras, el Señor nos recuerda que Su plan no está diseñado para que seamos títeres, ni niños que necesitan instrucciones constantes. Más bien, Él desea que desarrollemos la capacidad de actuar con rectitud por iniciativa propia, como verdaderos discípulos maduros y responsables. No quiere que lo sigamos solo porque alguien nos está observando o corrigiendo, sino porque hemos internalizado Su voluntad y nos hemos comprometido con Su causa.

Entonces el Señor añade un principio liberador y profundamente doctrinal:

“Los hombres deben obrar por sí mismos para efectuar mucha justicia.”

Aquí, el Señor nos confía una responsabilidad sagrada: actuar sin esperar mandamientos detallados para cada decisión. Nos está diciendo que si hemos sido instruidos, si conocemos los principios, podemos y debemos actuar proactivamente, confiando en que, al hacerlo con rectitud, estaremos cumpliendo Su voluntad.

Este principio está estrechamente vinculado con el albedrío moral. El Señor no desea esclavos de la obediencia ciega, sino agentes con poder para elegir el bien, para bendecir a otros y para construir Su reino por propia voluntad. En efecto, cuando obramos con rectitud sin necesidad de ser compelidos, nos convertimos en instrumentos eficaces en las manos del Señor.

Además, en el versículo 28 leemos:

“Y de cierto, os digo, los que obran con rectitud recibirán su galardón, sí, la paz en este mundo y la vida eterna en el mundo venidero.”

Este es el consuelo del alma diligente: una promesa doble, tanto paz interior en esta vida —una conciencia tranquila, una vida con propósito— como vida eterna en la venidera, que es la plenitud de gozo.

Finalmente, el versículo 29 nos da una advertencia y un aliento:

“El que es perezoso no será contado digno de estar con los que son escogidos.”

Dios no bendice la pasividad espiritual. Si elegimos no actuar, si esperamos siempre a ser mandados, perdemos oportunidades de crecimiento, servicio y gloria. La diligencia, la iniciativa y la justicia voluntaria son marcas de los verdaderos discípulos.

Este pasaje nos invita a dejar de esperar órdenes específicas para hacer el bien. Si vemos una necesidad, actuemos. Si hay oportunidad de enseñar, consolar, servir, testificar, construir o edificar —hagámoslo. El Señor confía en nosotros lo suficiente como para darnos libertad de acción dentro de los principios eternos.

En tu vida diaria, pregúntate:
¿Estoy actuando por inspiración o esperando a que me digan qué hacer?
¿Tomo iniciativa en la obra del Señor o permanezco pasivo por miedo o comodidad?

Recuerda: cuando actuamos con rectitud de nuestra propia voluntad, efectuamos mucha justicia, y nos convertimos en siervos sabios y dignos del galardón eterno.

Versículo Principio Doctrinal Comentario Aplicación Personal
D. y C. 58:26 Dios no manda en todas las cosas El Señor no quiere discípulos pasivos que solo actúan cuando se les ordena. La obediencia compulsiva no desarrolla fe ni sabiduría. ¿Estoy esperando instrucciones específicas para hacer el bien? ¿O actúo con fe y criterio basado en principios?
D. y C. 58:26 El que es compelido en todo es perezoso Ser obligado constantemente es señal de falta de madurez espiritual. El Señor desea siervos sabios y diligentes. ¿Tomo decisiones justas por mí mismo o necesito que otros siempre me impulsen?
D. y C. 58:27 Los hombres deben obrar por sí mismos Dios nos da libertad y responsabilidad. Espera que usemos nuestro albedrío para efectuar justicia. ¿Qué oportunidades tengo hoy de hacer el bien sin que me lo pidan? ¿Cómo puedo servir más proactivamente?
D. y C. 58:27 Puedo efectuar mucha justicia de mi propia voluntad Este es un principio poderoso de discipulado activo: ser un agente de bien, no solo un receptor pasivo. ¿Estoy usando mi iniciativa para bendecir a los demás y edificar el Reino?
D. y C. 58:28 Los que obran con rectitud recibirán su galardón El Señor promete paz en esta vida y vida eterna a quienes actúan rectamente sin necesidad de compulsión. ¿Qué bendiciones he experimentado por tomar la iniciativa en lo espiritual?
D. y C. 58:29 El perezoso no será contado entre los escogidos No actuar es una forma de rechazar la confianza divina. El discipulado exige acción. ¿Estoy desarrollando diligencia espiritual o cayendo en la pereza moral? ¿Qué puedo cambiar?

Doctrina y Convenios 58:42–43
El Señor me perdona si me arrepiento.


En los versículos 42 y 43 de Doctrina y Convenios 58, el Señor nos ofrece una de las declaraciones más reconfortantes y esperanzadoras de todo el Evangelio. En medio de revelaciones que exigen sacrificio, esfuerzo y obediencia, el Salvador hace una pausa para recordarnos que Su gracia está siempre disponible para quienes verdaderamente se vuelven a Él.

Él declara con poder:

“He aquí, el que se ha arrepentido de sus pecados es perdonado, y yo, el Señor, no los recuerdo más.”

Esta frase, tan breve pero tan llena de significado, expresa una verdad esencial del plan de redención: el perdón es real, inmediato y completo cuando hay arrepentimiento genuino. No es parcial. No es condicional a nuestro pasado. No es con reservas. Cuando el Señor perdona, borra completamente la deuda, y lo más asombroso es que ya no lo recuerda. A diferencia de los hombres, que a veces dicen “perdono, pero no olvido”, el Señor ejerce una misericordia perfecta, que nos libera no solo del castigo, sino también de la culpa que nos ata.

Pero, ¿qué significa realmente arrepentirse? El versículo 43 lo aclara:

“Por esto sabréis si un hombre se arrepiente de sus pecados: he aquí, los confesará y los abandonará.”

Esta es una enseñanza clara y directa. El verdadero arrepentimiento no es solo remordimiento ni simple confesión, sino una transformación de vida. Implica reconocer el error ante Dios (y, si es necesario, ante líderes eclesiásticos), y más aún, dar media vuelta y alejarse del pecado. El abandono del pecado es la señal de que el cambio es sincero. Sin ese abandono, la confesión no es completa.

Estos dos versículos, juntos, nos enseñan un principio glorioso del Evangelio: la justicia y la misericordia pueden coexistir perfectamente gracias al sacrificio expiatorio de Jesucristo. El Señor no exige perfección inmediata, pero sí pide sinceridad, humildad y esfuerzo continuo por mejorar.

Estos versículos son un bálsamo para todo aquel que ha sentido culpa o ha cometido errores. Nos aseguran que el pasado no tiene que definir nuestro futuro si elegimos arrepentirnos. Nos invitan a acudir al Salvador sin temor, con fe en Su amor y en Su poder sanador.

¿Has sentido alguna vez que tus errores son demasiado grandes o que ya es tarde? Estos versículos responden con firmeza: no lo son. Mientras haya deseo sincero de cambiar, el perdón es posible, y la gracia es segura. El Señor no nos sigue recordando nuestras caídas, sino que nos invita a levantarnos y caminar con Él hacia la redención.

El arrepentimiento no es una señal de debilidad, sino de valor espiritual, de deseo de volver al Padre. Y cuando lo hacemos, Él no solo nos recibe: nos limpia, nos restaura y nos olvida el pasado.

Porque así es el Evangelio de Jesucristo: una buena nueva de esperanza, perdón y renovación para todo aquel que quiera volver.


Te presento un dialogo:

Maestro: Hoy vamos a hablar sobre el arrepentimiento verdadero. Empecemos con una pregunta sencilla:
¿Qué significa arrepentirse?

Alumno: Bueno… creo que es sentirse mal por algo que uno hizo mal, ¿no?

Maestro: Eso es parte del proceso, pero el Señor nos da una definición más clara en Doctrina y Convenios 58:43:

“Por esto sabréis si un hombre se arrepiente de sus pecados: he aquí, los confesará y los abandonará.”
¿Ves qué importante es eso?

Alumno: Sí. No es solo sentir culpa o tristeza, sino decir la verdad sobre lo que hicimos mal… y luego cambiar, dejar de hacerlo.

Maestro: Exactamente. Ahora, pensemos en esto:
¿Cómo sabes si de verdad te has arrepentido?

Alumno: Por cómo actúo después… si ya no sigo haciendo lo mismo, ¿verdad?

Maestro: ¡Correcto! Ese es el indicador clave. El verdadero arrepentimiento se ve en nuestras acciones cambiadas. No es solo una emoción, es una transformación.

Ahora, el Señor también nos ha dado otros recursos en las Escrituras. Leamos juntos Salmos 32:1–5. ¿Qué te impresiona de esos versículos?

Alumno: David dice que cuando callaba sus pecados, sufría por dentro. Pero cuando confesó su pecado, el Señor lo perdonó.

Maestro: Muy bien. ¿Qué nos enseña eso sobre la confesión?

Alumno: Que guardarse el pecado nos carga. Pero al confesarlo, sentimos alivio y sanación.

Maestro: Así es. Veamos ahora Proverbios 28:13:

“El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.”
¿Notas que se repite el mismo patrón?

Alumno: Sí, es igual a Doctrina y Convenios: confesar y apartarse.

Maestro: Perfecto. Ahora vamos al Libro de Mormón. Leamos Mosíah 27:34–37, que describe el cambio de Alma y los hijos de Mosíah. ¿Qué notas sobre su arrepentimiento?

Alumno: Ellos no solo dejaron de hacer el mal. También empezaron a hacer el bien. Predicaban el evangelio, sufrían por los pecados que habían cometido y no querían que otros pasaran por lo mismo.

Maestro: Justo eso. El arrepentimiento los transformó en misioneros y testigos de Cristo. Por último, en Alma 39:12–13, Alma aconseja a su hijo Coriantón. ¿Qué dice sobre cómo debe actuar?

Alumno: Le dice que se arrepienta, que no solo deje el pecado, sino también reconozca sus errores, los repare y testifique de la verdad.

Maestro: Excelente. Entonces, a partir de todo esto, ¿qué podemos concluir sobre el arrepentimiento verdadero?

Alumno: Que es mucho más que sentirse mal. Es confesar, cambiar, reparar el daño y luego seguir adelante haciendo el bien.

Maestro: Muy bien dicho. Y cuando hacemos eso, el Señor nos promete:

“Yo, el Señor, no los recuerdo más” (D. y C. 58:42).
Eso es gracia pura. ¿Cómo te hace sentir esa promesa?

Alumno: Me da esperanza. Saber que puedo comenzar de nuevo… que mi pasado no me define si me arrepiento sinceramente.

Maestro: Ese es el poder del arrepentimiento. No es un castigo, es un regalo divino. Gracias por tu sinceridad hoy. El Señor está dispuesto a perdonar. Solo nos pide un corazón quebrantado y una voluntad dispuesta.


Conclusión:
El arrepentimiento verdadero es mucho más que sentir culpa o remordimiento; es un proceso sagrado que nos lleva de regreso al Señor con humildad, fe y acción. Doctrina y Convenios 58:43 nos enseña que el arrepentimiento se reconoce por dos señales claras: confesar los pecados y abandonarlos. Al estudiar las Escrituras, aprendemos que la confesión sincera libera el alma, rompe el silencio que nos aprisiona y abre la puerta al perdón y la sanación espiritual.

Cuando actuamos con honestidad ante Dios y cambiamos de dirección, el Espíritu Santo confirma en nuestro corazón que estamos en el camino correcto. La misericordia de Cristo se extiende generosamente a todos los que se arrepienten de verdad, y Su promesa permanece firme: “yo, el Señor, no los recuerdo más” (DyC 58:42).

El arrepentimiento no es un castigo ni una señal de fracaso, sino una muestra de fe y esperanza, una oportunidad de empezar de nuevo y avanzar con mayor luz y fortaleza. En realidad, es uno de los dones más grandes del Evangelio: la oportunidad de ser transformados por la gracia del Salvador y caminar de nuevo en Su presencia, limpios y libres.


Doctrina y Convenios 59
¿Quién era Polly Knight?


En los primeros días de la Restauración del Evangelio, cuando los santos eran pocos y la persecución era constante, vivía una mujer de fe inquebrantable llamada Polly Knight. Era esposa de Joseph Knight Sr., uno de los primeros seguidores de José Smith, y madre de Newel Knight, también pionero en la historia de la Iglesia.

Polly había abrazado el evangelio restaurado con todo su corazón. Había dejado atrás la comodidad de su hogar en Colesville, Nueva York, junto con su familia, para seguir al profeta y obedecer el mandamiento de trasladarse a Misuri, la tierra prometida donde se establecería Sion.

Pero cuando llegó el llamado a emigrar, su salud ya era frágil. Aun así, su deseo más ferviente era ver la tierra de Sion antes de morir. En condiciones físicas muy delicadas, emprendió la difícil travesía hacia Independence, Misuri. Su cuerpo estaba débil, pero su espíritu estaba lleno de fe y determinación.

Finalmente, Polly llegó a Misuri. Había cumplido su deseo. Solo unos días después, el 6 de agosto de 1831, falleció rodeada de su familia. El profeta José Smith la llamó la primera persona en fallecer entre los santos en la tierra de Sion. A pesar de su sufrimiento físico, Polly murió con gozo, sabiendo que había obedecido al Señor y había llegado al lugar que Él había designado.

Al día siguiente de su entierro, José Smith recibió la revelación que hoy conocemos como Doctrina y Convenios 59. En ella, el Señor expresó Su aprecio por los que habían llegado con sacrificio y sinceridad. Las palabras del versículo 1 resuenan con especial ternura:

“He aquí, benditos, dice el Señor, son aquellos que han llegado a esta tierra con un corazón sincero.”

Muchos creen que esas palabras fueron dadas en honor a Polly Knight, como una confirmación divina de que su fe, su esfuerzo y su sufrimiento no habían sido en vano.

La historia de Polly Knight es un testimonio silencioso pero poderoso de lo que significa perseverar hasta el fin. Aunque su cuerpo estaba debilitado, su espíritu era fuerte. Aunque su tiempo en Sion fue breve, su sacrificio quedó escrito en la historia sagrada de la Iglesia.

Polly no levantó templos, ni predicó multitudes. Pero con su fe y fidelidad, construyó Sion en su corazón, y fue una de las primeras en consagrarse completamente a esa visión divina. Su vida nos recuerda que Dios ve nuestro sacrificio, honra nuestra sinceridad y cumple Su promesa de una gloriosa resurrección a quienes le son fieles.


Doctrina y Convenios 59:4–19
Los mandamientos son una bendición.


Cuando los santos llegaron a la tierra de Sion, exhaustos y esperanzados, el Señor les dio una revelación que no solo confirmaba Su aprobación por su sacrificio, sino que les ofrecía una visión más elevada de Su voluntad. En Doctrina y Convenios 59:4–19, el Señor revela que Sus mandamientos no son cargas, sino bendiciones generosas que traen gozo, paz y prosperidad espiritual.

En el versículo 4, el Señor declara que los que guardan Sus mandamientos con corazones agradecidos recibirán la plenitud de la tierra, gozo en este mundo y vida eterna en el mundo venidero. Es una promesa triple: provisión temporal, felicidad presente y recompensa eterna.

“He aquí, he dado mandamientos, que son espirituales, antes que naturales, y que se dan para el bien de los hombres.” (v. 5)

Esto es fundamental: los mandamientos no son limitaciones arbitrarias, sino leyes espirituales dadas por amor, diseñadas para nuestro bien. No están pensados para reprimirnos, sino para refinarnos. Son como senderos seguros trazados en un terreno escarpado: nos conducen a la seguridad y a la plenitud.

A lo largo de los versículos, el Señor enumera muchas de las bendiciones que ha dado: la tierra fértil, la comida, las bestias del campo, los cielos, el día y la noche, las plantas y los árboles, incluso las cosas bellas y agradables para los ojos. Y luego dice:

“Sí, todas las cosas que vienen de la tierra, en su tiempo, son hechas para el beneficio y el uso del hombre.” (v. 18)

Este versículo enseña una verdad poderosa: la creación misma fue diseñada para nuestro gozo y beneficio, pero su uso apropiado viene en el contexto del agradecimiento y la obediencia. Por eso en el versículo 19, el Señor enseña que disfrutar de Sus dones con gratitud y rectitud no es solo aceptable, ¡es divino!

Este pasaje nos ayuda a cambiar nuestra percepción de los mandamientos. No son una lista de restricciones, sino un manual de cómo recibir más plenamente las bendiciones del cielo y de la tierra. Cada mandamiento guardado es una puerta abierta a mayor gozo.

El mundo muchas veces presenta los mandamientos como pesados o anticuados. Pero el Señor los presenta como un regalo sagrado, como la llave a una vida rica en propósito, paz y plenitud. En ellos está la fórmula de la verdadera felicidad.

Si aprendemos a ver los mandamientos como expresiones del amor de Dios y no como imposiciones, experimentaremos que obedecer es una forma de adorar y vivir agradecidos.


¿Qué significa ser “coronados con mandamientos”?

En un sentido espiritual, la palabra “corona” representa honor, autoridad, realeza y exaltación. Ser “coronados” implica recibir algo sagrado, elevado y valioso. Por lo tanto, al decir que somos “coronados con mandamientos”, el Señor está enseñando que:

  1. Los mandamientos son una marca de confianza divina

El Señor nos da mandamientos porque confía en nosotros. Como un rey otorga coronas a quienes son dignos de responsabilidad y honra, Dios nos da mandamientos porque somos Sus hijos y herederos del Reino. Nos honra con dirección divina.

  1. Los mandamientos no son cargas, sino privilegios

En lugar de ver los mandamientos como restricciones, el Señor los describe como una corona de bendición, un símbolo de que estamos siendo formados a Su imagen. Recibir mandamientos significa que tenemos el privilegio de conocer Su voluntad.

  1. El guardar mandamientos nos prepara para ser reyes y reinas espirituales

En la doctrina del Evangelio, el destino eterno de los fieles es ser coronados de gloria y reinar con Cristo. Los mandamientos nos preparan para esa exaltación. Son el camino real hacia la divinidad.

Cuando el Señor nos corona con mandamientos, nos está revistiendo de propósito y dignidad. Nos está diciendo:
«Tú eres capaz de vivir una vida elevada. Aquí están las leyes eternas que te prepararán para reinar conmigo.»

En lugar de resistir los mandamientos, deberíamos recibirlos con gratitud y reverencia, sabiendo que cada uno nos acerca más a la vida eterna, y que son una muestra del amor y la confianza que Dios tiene en nosotros.


Conclusión final:
Doctrina y Convenios 58 y 59 son revelaciones profundamente significativas que enseñan a los santos —y a nosotros hoy— que el discipulado verdadero requiere paciencia, obediencia, iniciativa y fe firme en medio de la tribulación. En el contexto de una tierra prometida que no cumplía las expectativas externas, el Señor reveló que la verdadera Sión no se edifica primero en el suelo, sino en el corazón de Sus hijos fieles.

El mensaje central de estas secciones es que tras la tribulación vienen las bendiciones. No son palabras vacías, sino una promesa divina que reorienta nuestra comprensión del sufrimiento: no como castigo, sino como refinamiento. El Señor está con nosotros en el proceso, purificándonos, preparándonos y enseñándonos a actuar por fe. Nos llama a ser agentes activos, no meros receptores pasivos, y nos asegura que Su paz es alcanzable ahora, y Su gloria, en la eternidad.

Además, estas secciones nos enseñan que el arrepentimiento verdadero —confesar y abandonar el pecado— es posible y poderoso gracias a la gracia del Salvador, quien nos perdona completamente y no vuelve a recordar nuestros errores. También revelan que los mandamientos son una corona, no una carga; una señal del amor de Dios, no de control.

Finalmente, ejemplos como el de Polly Knight, quien perseveró hasta el fin con fe, nos muestran que aun los actos silenciosos de fidelidad tienen gran valor ante Dios.

En resumen, Doctrina y Convenios 58–59 nos invitan a confiar en el tiempo del Señor, a actuar con rectitud sin necesidad de ser compelidos, a ver la tribulación como un camino hacia la santidad, y a recibir los mandamientos con gratitud como parte de nuestra preparación para la vida eterna. En todo ello, descubrimos que Sión comienza dentro de nosotros.

Testifico que el Señor nos conoce individualmente y que en Su sabiduría perfecta, permite que pasemos por tribulaciones no para destruirnos, sino para refinarnos. He aprendido, como enseñan estas revelaciones, que las bendiciones más profundas y duraderas a menudo vienen después del sacrificio, la paciencia y la fidelidad.

Sé que el Evangelio de Jesucristo es un evangelio de esperanza, de renovación y de poder divino. Cuando actuamos con fe, incluso cuando no entendemos el camino, el Señor multiplica nuestra capacidad, nos guía con Su Espíritu y nos concede paz. He sentido esa paz —no como ausencia de problemas, sino como una certeza firme en medio de la tormenta.

También testifico que el arrepentimiento es real y que gracias a la expiación de Jesucristo podemos comenzar de nuevo, limpios y con nuevas fuerzas. Su perdón es completo. Él no nos recuerda nuestros pecados si los hemos confesado y abandonado sinceramente. Eso me llena de gratitud y reverencia hacia un Salvador que no solo nos salva, sino que también nos transforma.

Sé que los mandamientos del Señor no son restricciones, sino manifestaciones de Su amor. Son caminos seguros hacia una vida de gozo, propósito y plenitud. Al obedecerlos con un corazón sincero, nos acercamos más a Él y nos preparamos para la vida eterna.

Con todo mi corazón, testifico que Dios está obrando hoy, guiando a Sus hijos en esta dispensación como lo hizo con los primeros santos. Él sigue levantando Sion, comenzando en los corazones de aquellos que le siguen con fidelidad. Y sé que si permanecemos firmes en Cristo, no seremos vencidos, sino que heredaremos paz en este mundo y vida eterna en el venidero.


Dándole Sentido a Doctrina y Convenios 58

Dándole Sentido a Doctrina y Convenios 59

Un análisis de Doctrina y Convenios 58

Un análisis de Doctrina y Convenios 59

Discusiones sobre Doctrina y Convenios
Poner los cimientos de Sión D. y C. 57-59

“Que Sión en Su Belleza Surja”: Construyendo Sión al Convertirse en Sión

La Educación de un Profeta: El Papel de la Nueva Traducción de la Biblia en la Vida de José Smith

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