No se turbe vuestro corazón

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La revelación en un mundo inconstante


“Los cambios que se producen en una organización o en procedimientos son un testimonio de la continuidad de la revelación. Las doctrinas permanecen incambiables, los métodos o los procedimientos no.”

Después del bautismo, somos confirmados miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, por medio de una breve ordenanza en la cual se nos confiere el don del Espíritu Santo. A partir de ese momento y a lo largo de toda la vida, todos, tanto hombres como mujeres y niños, tenemos el derecho de recibir dirección inspirada que nos guíe por la vida; en otras palabras, revelación personal (Alma 32:23).

El Espíritu Santo se comunica con nuestro espíritu por medio de la mente mas bien que por los sentidos físicos. La guía llega en forma de pensamientos, sentimientos, impresiones e inspiración. No siempre resulta fácil describir la inspiración. Las Escrituras nos enseñan que “percibiremos” las palabras de comunicación espiritual mas de lo que las oiremos, y veremos mas con los ojos espirituales que con los mortales.

El modelo de la revelación no es complicado. La voz de la inspiración es un silbo dulce y apacible. No es necesario entrar en trance ni que la declaración sea santurrona, sino que es mas apacible y mas sencilla.

El Libro de Mormón enseña que “los ángeles hablan por el poder del Espíritu Santo” (2 Nefi 32:3) y también que a pesar de que un ángel les habló a algunas personas, estas habían “ . . . dejado de sentir, de modo que no [podían] percibir sus palabras” (1 Nefi 17:45; cursiva agregada).

Si habéis tenido alguna experiencia con la inspiración, seguramente entendéis de lo que estoy hablando.

Nuestro cuerpo físico es el instrumento de nuestro espíritu. En la maravillosa revelación de la Palabra de Sabiduría, se nos dice cómo conservar el cuerpo libre de impurezas que puedan dañar y hasta destruir esos sentidos físicos tan delicados que están relacionados con la comunicación espiritual.

La Palabra de Sabiduría es la clave de la revelación personal, y nos fue dada como “ . . . un principio con promesa, adaptada a la capacidad del débil y del mas débil de todos los santos” (D. y C. 89:3).

La promesa es que todos quienes obedezcan “ . . . hallaran . . . grandes tesoros de conocimiento, si, tesoros escondidos” (versículo 19). Si abusamos de nuestro cuerpo ingiriendo sustancias que forman hábitos, o usamos indebidamente los medicamentos que nos receten, haremos caer sobre nosotros el telón que bloquea la luz de la comunicación espiritual.

La adicción a los narcóticos es un factor por demás contribuyente al plan del príncipe de las tinieblas, pues interfiere con la línea de comunicación que nos une al Santo Espíritu de la verdad. En la actualidad, el adversario cuenta con una ventaja injusta. La adicción tiene la capacidad de desconectar la voluntad del ser humano y de anular su libertad moral individual, pudiéndole privar de su poder de decisión. El libre albedrío es una doctrina demasiado fundamental para someterla a un riesgo de esa naturaleza.

Tengo la convicción, y es mi ruego constante, de que algún día, por medio de la investigación científica, y si es necesario por medio de la inspiración que los científicos reciban, se tenga el poder para vencer la adicción a los narcóticos por el mismo medio que la causa.

Os ruego que oréis con sinceridad de corazón, para que, en algún lugar, de alguna manera, se pueda descubrir la forma de erradicar las adicciones físicas.

No es sólo la salud ni la misma vida lo que se arriesga, sino todas las libertades personales, sociales, políticas y espirituales, en defensa de las cuales la humanidad ha luchado en todas las épocas. Se pone en peligro todo lo que se ganó por medio de la sangre de los mártires. El mismo libre albedrío esta en juego. Mas si todos oramos fervientemente, el Señor seguramente nos ayudara. Por medio de esas oraciones, enseñemos a nuestros hijos a obedecer la Palabra de Sabiduría, la cual es la armadura que nos protegerá contra los hábitos que obstruyen los canales de la revelación personal.

No es necesario ni aconsejable que dediquemos todo nuestro tiempo a las cosas del espíritu, ya que las tareas cotidianas acaparan la mayor parte de nuestra atención, y así debe ser. Somos seres mortales que vivimos en un mundo físico.

Las cosas espirituales son como la levadura; la cantidad que se emplee puede ser muy pequeña, pero su influencia tiene ascendencia sobre todo lo que hacemos. La revelación continúa es fundamental en el evangelio de Jesucristo.

Os aseguro que nuestro profeta presidente recibe revelación, al igual que aquellos ordenados como apóstoles, profetas, videntes y reveladores. Pero la revelación no se limita a dichas personas, sino que el Señor desea que “ . . . todo hombre pueda hablar en el nombre de Dios el Señor, el Salvador del mundo” (D. y C. 1:20).

No toda la inspiración proviene de Dios. (D. y C. 46:7.) El enemigo tiene el poder de imitar esas vías de revelación y enviar señales conflictivas que pueden confundirnos y desviarnos. Hay impulsos que provienen de fuentes maléficas que están tan cuidadosamente camuflados que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos (Mateo 24:24).

Sin embargo, podemos aprender a discernir estos espíritus. Aun con el derecho que todo miembro tiene de recibir revelación, la Iglesia puede conservar su condición de casa de orden.

En la Iglesia, la revelación se recibe de una manera ordenada. Si bien todos tenemos derecho a la revelación personal, a menos que seamos apartados para un oficio que cuente con las llaves de presidencia, no recibiremos revelación concerniente a lo que otras personas deben hacer.

En la Iglesia, la revelación la reciben aquellos que han sido debidamente llamados, sostenidos, ordenados o apartados. Un obispo, por ejemplo, no recibirá ninguna revelación concerniente a otro barrio, pues eso esta fuera de su jurisdicción.

De vez en cuando habrá quienes argumentaran haber recibido autoridad para enseñar o para bendecir sin haber sido llamados ni apartados. Poco menos de un año después de haberse organizado la Iglesia (febrero de 1831), se recibió una revelación que el Profeta declaró que contenía “la ley de la Iglesia”. En ella leemos este versículo:

“. . . a ninguno le será permitido salir a predicar mi evangelio o edificar mi iglesia, a menos que sea ordenado por alguien que tenga autoridad, y sepa la iglesia que tiene autoridad, y que ha sido debidamente ordenado por las autoridades de la Iglesia” (D. y C. 42:11; cursiva agregada).

Esa es la razón por la que el proceso de sostenimiento de aquellos que han sido llamados a un oficio es tan cuidadosamente protegido en la Iglesia; para que todos sepan quien tiene la autoridad para enseñar y para bendecir.

Una experiencia espiritual fuera de lo común no debe considerarse como un llamamiento para dirigir a otras personas. Tengo la mas absoluta convicción de que las experiencias de naturaleza sagrada son personales y se deben guardar para uno mismo.

Pocas cosas perturban con mayor eficacia los canales de revelación que aquellos que están confundidos y creen haber sido escogidos para guiar a otras personas cuando en realidad no lo son.

Otros, también por temor a extraviarse, deciden no pedir ayuda y así se privan de recurrir a la fuente de revelación divina. La obediencia a la autoridad del sacerdocio en funciones nos protegerá contra cualquier desvío.

Existen personas dentro de la Iglesia que se molestan cuando se verifican cambios con los cuales ellas no están de acuerdo, o cuando los cambios que ellas proponen no se llevan a cabo, y se basan en estas cosas para argumentar que los lideres no están inspirados.

Escriben y hablan para convencer a otras personas de que las doctrinas y las decisiones de las Autoridades Generales no son el producto de la inspiración.

Hay dos elementos que caracterizan a estas personas: están continuamente perturbadas por la palabra obediencia y siempre ponen la revelación en tela de juicio. Siempre ha sido así.

Helamán describió a aquellos que habían “ empezado a decaer; y comenzaron a dejar de creer en el espíritu de profecía y en el espíritu de revelación; y los juicios de Dios se cernían sobre ellos” (Helamán 4:23). “ . . . Fueron abandonados a su propia fuerza” (versículo 13) y “. . .el Espíritu del Señor no los preservaba mas; si, se había apartado de ellos” (versículo 24).

Los cambios que se producen en una organización o en procedimientos son un testimonio de la continuidad de la revelación. Las doctrinas permanecen incambiables, los métodos o los procedimientos no.

Por ejemplo, cuando se publicaron las nuevas ediciones de las Escrituras en ingles, se hicieron muchas correcciones basadas en los manuscritos originales, muchos de los cuales no habían estado previamente disponibles. Por ejemplo, en el capítulo 16 de Alma, versículo 5, aparecía una cierta palabra escrita de una cierta manera. El manuscrito original de ese versículo no existe. Sin embargo, en la copia del impresor, el profeta José Smith había deletreado esa palabra de una manera distinta, dándole un significado diferente. El contenido del versículo que sigue, confirma que era de esta manera como debía aparecer.

Otro ejemplo, en el capitulo 32 de Alma versículo 30, había cinco palabras que se repetían mas de una vez. Seguramente un error de imprenta había omitido una de ellas. En la edición en ingles de 1981 se restauraron treinta y cinco palabras, siendo ahora el texto igual que el original.

Hay muchos cambios de este tipo, mas ninguno de ellos altera la doctrina. Cada cambio, sin embargo, por mas pequeño que sea, fue detenidamente considerado por medio de la oración y aprobado por el Consejo de la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles en una reunión en el templo.

Todos los asuntos de esa naturaleza se tratan de la misma forma. El Señor estableció ese proceso cuando dio revelaciones relacionadas con las ordenanzas del templo.

En 1841 se les mandó a los santos edificar un templo en Nauvoo en el cual se llevaran a cabo bautismos por los muertos y se les dio un plazo para hacerlo. Si fracasaban, serian rechazados.

“. . .os mando a todos vosotros, mis santos, que me edifiquéis una casa. . .
. . . y si no habéis hecho estas cosas para cuando termine el plazo, seréis rechazados como iglesia, junto con vuestros muertos, dice el Señor vuestro Dios” (D. y C. 124:31-32).

Mas no fracasaron. Por mas imposible que les haya parecido en primera instancia, teniendo en cuenta la oposición que enfrentaban, el Señor prometió guiarles por medio de sus siervos escogidos.

“Y si los de mi pueblo escuchan mi voz, y la voz de mis siervos que he nombrado para guiar a mi pueblo, he aquí, de cierto os digo que no serán quitados de su lugar.

“Mas si no escuchan mi voz, ni la voz de estos hombres que he designado, no serán bendecidos” (D. y C. 124:45-46; cursiva agregada).

Mas adelante, refiriéndose al mismo tema de las ordenanzas del templo, el Señor volvió a afirmar que le haría saber Su voluntad a Sus siervos autorizados.

“. . .Al que se dan estas llaves no se le dificulta obtener conocimiento de los hechos relacionados con la salvación de los hijos de los hombres” (D. y C. 128:11).

Desde entonces, el principio de la revelación ha estado en la Iglesia. Aquellos que poseen las llaves han obtenido conocimiento en cuanto a lo que se debe hacer. Cuando hubo que hacer cambios, estos se hicieron por medio de ese proceso.

El Señor cumple con lo que dijo que haría:

“Por lo que yo, el Señor, mando y revoco, conforme me place” (D. y C. 56:4).

“Mando, y los hombres no obedecen; revoco, y no reciben la bendición” (D. y  C. 58:32).

El les dijo a los santos que cuando sus enemigos no les permitieran cumplir con un mandamiento, El ya no se los requeriría, y declaró también:

“Y la iniquidad y violación de mis santas leyes y mandamientos visitare sobre la cabeza de aquellos que impidieron mi obra, hasta la tercera y cuarta generación, mientras no se arrepientan” (D. y C. 124:50).

El plan del evangelio fue revelado línea por línea, precepto por precepto; un poco aquí y otro poco allí, y declaramos que “Creemos todo lo que Dios ha revelado, todo lo que actualmente revela, y creemos que aun revelara muchos grandes e importantes asuntos pertenecientes al reino de Dios” (noveno Articulo de Fe).

En el futuro habrá cambios tal como los hubo en el pasado. El que las autoridades de la Iglesia efectúen cambios o los resistan dependerá totalmente de las instrucciones que reciban por medio de los canales de la revelación, los cuales fueron establecidos desde el principio.

Las doctrinas permanecerán inamovibles, eternas; la organización, los programas y los procedimientos se alteraran según lo indique Aquel cuya Iglesia esta es.

Los que hemos sido llamados para guiar a la Iglesia somos hombres y mujeres comunes y corrientes con una capacidad individual común y corriente, que hacemos todo lo que podemos por administrar una iglesia que crece a un ritmo tal que asombra hasta a quienes siguen nuestros pasos de cerca. Hay personas que viven pendientes de todo error que podamos cometer, y por cierto que descubrirán alguno que otro. Pero os aseguramos que nadie examina nuestro proceder mas de lo que lo hacemos nosotros mismos. Un llamamiento para servir no nos exime de los desafíos de la vida. Procuramos la inspiración de la misma forma en que lo hacéis vosotros y estamos sujetos a las mismas leyes que se aplican a todo miembro de la Iglesia.

Lamentamos nuestras imperfecciones; lamentamos no ser mejores de lo que somos. Somos testigos, al igual que vosotros, de la forma en que el paso de los años va desgastándonos y limitándonos como a todos los demás seres humanos.

Pero hay algo que sabemos a ciencia cierta, y es que existen consejos y consejeros y quórumes que compensan los errores y las debilidades del hombre. El Señor organizó su Iglesia para que el hombre mortal trabajara como tal, pero al mismo tiempo le aseguró el espíritu de revelación para guiarle en todo aquello que hiciera en Su nombre.

Además, lo que recibimos es como resultado de la voluntad del Señor.

“ . . . sea por [Su] propia voz o por la voz de [Sus] siervos, es lo mismo” (D. y C. 1:38). Nosotros conocemos Su voz cuando El habla.

En la actualidad seguimos contando con la revelación. La inspiración del Espíritu y los sueños, las visiones y las manifestaciones y la ministración de ángeles también forman parte de nuestra vida. La voz suave y apacible del Espíritu Santo “Lampara es a [nuestros] pies. . . Y lumbrera a [nuestro] camino” (Salmos 119:105). De ello doy testimonio, en el nombre de Jesucristo. Amen.


Discurso pronunciado en la conferencia general octubre de 1989

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