Enseñemos el evangelio a los niños

Conferencia General Abril 1988logo 4
Enseñemos el evangelio a los niños
por la hermana Dwan J. Young
recién relevada Presidenta General de la Primaria

Dwan J. YoungTodos somos maestros de niños. Ellos siempre están observando y aprendiendo. Les enseñamos con nuestro proceder lo mismo que con lo que decimos.

A la niña Holly le encantaba el enorme pino que había delante de su casa porque daba sombra al lugar donde le gustaba jugar.

El día del accidente, Holly leía a tres niños más pequeños debajo del árbol. De pronto, en su mente, oyó un susurro y el corazón le latió con fuerza al hacer eco en su cabeza la orden: «¡Sal de ahí!» Obedeció al punto. Gritó a los niños que salieran corriendo de allí; agarró al más pequeño y los otros dos la siguieron. Los chicos pensaron que era un juego hasta que oyeron el terrible impacto del choque.

Una persona había perdido el control de su coche y este se estrelló contra el gran pino donde los niños habían estado sólo minutos antes. Estos hubieran resultado gravemente heridos si no hubiesen salido de allí. Tanto se asustaron los pequeños que comenzaron a llorar: pero Holly no lloró . . . pensaba en la voz delicada que había oído en su mente, muy dentro de su alma, ordenándole salir al instante de aquel sitio. Comprendió que la advertencia había provenido del Espíritu Santo. El don que habla recibido del Padre Celestial después de su bautismo y de su confirmación le había ayudado, tal como se lo prometieron.

Cabe decir que hay muchas Hollys entre nosotros: niños a los que se ha enseñado a percibir las indicaciones del Espíritu Santo. ¿Quiénes son esos niños? Nuestro amado presidente Benson nos dijo hace poco tiempo: «Dios ha reservado para los últimos días algunos de sus más firmes y más fieles hijos, los que harán salir victorioso el reino de Dios» (Ensign. Abril de 1987, pág. 73). Todos ellos son hijos e hijas de Dios, cada cual con una misión especial que cumplir. La propia estimación de cada uno de ellos crece al aprender quienes son en verdad.

Pero muchos de nuestros hijos hoy en día están aprendiendo en circunstancias adversas. Aun en las escuelas primarias, algunos niños se ven expuestos a las drogas, al alcohol, a palabras indecentes y hasta a la inmoralidad entre los condiscípulos. En muchos casos, los familiares tienen tantas ocupaciones fuera del hogar que no hay tiempo para que padres e hijos establezcan buenas relaciones personales. Menos familias están orando unidas y sentándose a comer juntos en el circulo familiar. Menos padres pasan unas horas con sus hijos y más madres están demasiado cansadas al final del día para leer a sus hijos o charlar con ellos. Las horas que podrían dedicarse a pasar con los familiares muchas veces se dedican a ver la televisión. A los dieciocho años, un joven ha pasado típicamente mas tiempo enfrente del televisor que en la escuela.

En esta clase de ambiente, tenemos que tomar tiempo para enseñar a los niños las cosas importantes de la vida: de su Padre Celestial, del Salvador y del Espíritu Santo. Debemos enseñarles el arrepentimiento, el bautismo, la honradez y el hacer bien al prójimo. Tal vez vosotros digáis: «Es que yo no tengo hijos; no enseño a niños». En realidad, todos somos maestros de niños: padres, tías, tíos, abuelos, lideres del sacerdocio, miembros del barrio, vecinos. Los niños siempre están observando y aprendiendo. Les enseñamos con nuestro proceder lo mismo que con lo que decimos. Ellos observan cómo nos tratamos unos a otros: escuchan las voces de sus padres y las voces que oyen en la iglesia. Desgraciadamente, también escuchan las voces de la televisión y otras que a veces enseñan valores morales contrarios a los que rigen los principios del evangelio. Tenemos que enseñarles a una temprana edad a prestar oídos a las voces que deben escuchar, como lo hizo la niña Holly.

A lo largo de los años. he aprendido ciertas verdades acerca de los niños de las que quisiera hablaros:

Primero, los niños quieren que se les enseñe. Llegue a comprenderlo cuando visitaba una Primaria en Bolivia. Iba a visitar una clase de niños mayores cuando tres niñitas me tiraron de la manga. Habían vuelto del salón de clase porque no había ido la maestra. «Por favor, enséñenos, me dijeron; »necesitamos una maestra». Esa fue una de las lecciones más encantadoras que he enseñado porque esas pequeñas tenían hambre de aprender las verdades del evangelio.

Segundo, los niños entienden los apacibles susurros del Espíritu Santo, como los entendió la niña Holly.

Tercero, al aprender, los niños pueden ejercer una enorme influencia para el bien de los demás. A una niñita se le enseñó una lección acerca del templo y de las familias eternas. Al llegar a su casa, preguntó a su padre que le ocurriría a ella puesto que su familia no estaba sellada. ¿La darían acaso a otra familia? La fe de esa pequeña conmovió a su padre y le movió a la acción. Un año después, la familia se selló en el templo.

Cuarto, se ha mandado a los padres enseñar a sus hijos los principios del evangelio. En Doctrina y Convenios 68:25, el Señor exhorta a los padres a enseñar a sus hijos «la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos . . . «

Nuestro Salvador también enseña a los padres algo mas: que ellos deben ser tan humildes como sus hijos; ha dicho: » . . . enseña a los padres que deben arrepentirse y ser bautizados, y humillarse como sus niños pequeños, y se salvaran todos ellos con sus pequeñitos» (Moroni 8:10).

Quinto, las verdades del evangelio cambian la vida de los niños. En los últimos años, he visto incontables ejemplos de niños a los que se les han enseñado los principios del evangelio. Cuando aprenden el evangelio en la niñez, se forman una reserva de fortaleza que los sostiene a lo largo de la vida. Les contare dos ejemplos:

Anita, de ocho años, pasó una noche en casa de una amiga. Antes de acostarse, su conversación de torno seria. «¿Son verdaderas las Escrituras?», preguntó cada una al Padre Celestial al orar esa noche y las dos sintieron el poderoso testimonio del Espíritu de que si, las Escrituras son verdaderas. Al día siguiente, Anita contó a su madre de ese testimonio del Espíritu Santo y resolvió empezar a estudiar regularmente las Escrituras.

Como la mayoría de los chicos de once años, a Steven le encantaba el baloncesto. Una tarde fue con sus amigos a ver un partido en la televisión. Treinta minutos después, volvió a su casa. Su madre se sorprendió al verle, pues sabia que el partido no había terminado; tras interrogar al niño, este le dijo que los demás chicos habían decidido ver otro programa, pero que ese programa le hizo sentirse perturbado. Y ese sentimiento sirvió al niño para reconocer que estaba en un ambiente donde el Espíritu Santo no podía estar presente y se sintió demasiado incómodo para quedarse.

Si bien es nuestra responsabilidad enseñar a los niños, ellos muchas veces nos enseñan a nosotros.

Quedaré eternamente agradecida por mi trabajo en la Primaria y por todo lo que los niños que me han enseñado.

También estoy agradecida por los padres y por las dedicadas hermanas lideres de la Primaria, incluso por las que han servido a mi lado, que con tanta constancia y fidelidad enseñan los principios eternos del Evangelio de Jesucristo a nuestros hijos. Ruego que todos reconozcamos la importancia de enseñar a los niños.

En este hermoso domingo de Resurrección, doy mi testimonio de que Jesús vivió y murió por nosotros, y que resucitó. Él es mi Salvador, mi ejemplo y mi amigo, y le amo. Ofrezco mi constante dedicación y servicio a Él, en el nombre de Jesucristo. Amen.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario