No procuréis aconsejar al señor

Liahona Febrero 1986
No procuréis aconsejar al señor
Por el presidente Marion G. Romney
Primer Consejero en la Primera Presidencia

Marion G. Romney

Es significativo que Jacob, el gran pro­feta del Libro de Mormón, nos haya exhortado con estas palabras a los que vivimos en los últimos días: “No procu­réis aconsejar al Señor, antes aceptad el consejo de su mano”. (Jacob 4:10.)

En mi opinión, procurar aconsejar al Señor generalmente quiere decir no hacer caso a sus consejos, ya sea a sabiendas o involuntariamente, y substituirlos por nuestras propias ideas o las creencias de los hombres. Esta es una debilidad humana muy común, y mientras no la domine­mos, no obstante todos los demás dones y éxitos que logremos, no podremos estar en verdadera comunión con el Espíritu del Señor.

Por otra parte, cuando una persona co­noce la voluntad del Señor y la obedece, siempre estará más cerca del Espíritu.

Desde el principio del mundo, toda la his­toria de los tratos de Dios con sus hijos testifica del hecho de que aquellos que no lo escuchan fracasan y no reciben más que sufrimiento como resultado de ello.

Por ejemplo, en la época de Samuel, el pueblo de Israel exigió tener un rey. “Constitúyenos ahora un rey que nos juz­gue, como tienen todas las naciones”, pi­dieron (1 Samuel 8:5), porque pensaban que era más importante ser iguales a la gente que los rodeaba, las naciones paga­nas, que seguir los consejos del Señor. . Mediante el profeta Samuel, el Señor pro­testó seriamente, diciéndoles:

“Así hará el rey que reinará sobre voso­tros: tomará vuestros hijos, y los pondrá en sus carros y. . . de a caballo, para que corran delante de su carro. . .
“Tomará también a vuestras hijas para
Que sean…. cocineras y amasadoras.
“Asimismo tomará lo mejor de vuestras tierras, de vuestras viñas y de vuestros olivares. . .
“Diezmará vuestro grano y vuestras vi­ñas. . .
“y seréis sus siervos. . .
“Pero el pueblo no quiso oír la voz de Samuel, y dijo: No, sino que habrá rey sobre nosotros;
“y nosotros seremos también como to­das las naciones. . .”
(1 Samuel 8:11-20.)

Samuel se quedó muy apesadumbrado ante la obstinación del pueblo, porque sa­bía que si éste persistía en exigir un rey desafiando así los consejos del Señor, sería imposible evitar su caída. Pero Dios, que siempre respeta el libre albedrío del hombre, ya sea que éste lo emplee para hacer bien o para equivocarse, le dijo a Samuel:

“Oye la voz del pueblo. . . porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos.” (1 Samuel 8:7.)

Como sabemos, Israel tuvo su rey [Saúl]. Con el paso de unas pocas genera­ciones el reino se encontró dividido, el pueblo fue llevado cautivo, el reino de Israel fue dispersado, y de Judá fue “pro­verbio y refrán” entre las naciones [véase 1 Reyes 9:7].

Otro ejemplo de la tribulación que so­breviene cuando no se presta atención a los consejos del Señor lo tenemos en la vida del rey Saúl. Por medio de Samuel, Jehová le mandó que destruyera todos los animales de los amalecitas; no obstante, él decidió preservar lo mejor de las ove­jas, del ganado, de los animales engorda­dos y de los corderos y, más tarde, al ver llegar a Samuel, le dijo engañosamente: “Bendito seas tú de Jehová; yo he cumpli­do la palabra de Jehová.” “¿Pues qué bali­do de ovejas y bramido de vacas es este que yo oigo con mis oídos?”, le respondió el profeta, haciéndole saber así que no lo engañaba. Saúl le dijo, quizás con vacila­ción y un tanto abochornado: “El pueblo perdonó lo mejor de las ovejas y de las vacas, para sacrificarlas a Jehová tu Dios, pero lo demás lo destruimos.”

(1 Samuel 15:13-15.) A lo cual Samuel le contestó muy claramente:

“Jehová te envió en misión. . .
“¿Por qué, pues, no has oído la voz de Jehová. . .?”(1 Samuel 15:18, 19.)

Saúl sabía que había desobedecido al Señor; sin embargo, trató de echarle la culpa al pueblo, diciendo:

“Antes bien he obedecido la voz de Je­hová. . .
“Más el pueblo tomó del botín ovejas y vacas, las primicias del anatema, para ofrecer sacrificios a Jehová tu Dios. . .” (1 Samuel 15:20, 21; cursiva agregada.)

Entonces, Samuel le hizo una observa­ción que lo obligara a un examen de con­ciencia, y que es de igual importancia pa­ra nosotros en nuestros días:

“¿Se complace Jehová tanto en los ho­locaustos y víctimas, como en que se obe­dezca a las palabras de Jehová? Cierta­mente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros.
“Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación.” (1 Samuel 15:22-23.)

Cuando rehusamos aceptar los consejos del Señor, nosotros también demostramos que somos obstinados y que rechazamos su guía inspiradora.

Felizmente, Él nos ama y está dispues­to a ayudarnos aprender a aceptar “el con­sejo de su mano” si deseamos sincera­mente ejercer la rectitud. Esa es una de las lecciones que aprendemos de una co­nocida experiencia en la vida del profeta José Smith. Ante la terca insistencia de Martin Harris, el Profeta se dirigió tres veces al Señor solicitándole su consenti­miento para permitir que Harris se llevara las 116 páginas manuscritas de la traduc­ción del Libro de Mormón con el fin de mostrárselas a algunos amigos. Dos veces el Señor respondió negativamente, pero finalmente dio su consentimiento. Unas tres semanas más tarde, los temores de José Smith de que las páginas se hubieran perdido fueron confirmados por Martin Harris en la casa de los padres del Profe­ta, en Palmyra, estado de Nueva York, adonde él se había dirigido lleno de ansie­dad para descubrir el motivo por el cual Harris demoraba tanto en devolverle el manuscrito. La madre del Profeta escribió que éste, su hermano Hyrum y Martin Harris se encontraban sentados a la mesa para la cena:

“El [Harris] tomó el cuchillo y el tene­dor como si fuera a utilizarlos, pero inme­diatamente los dejó caer sobre la mesa. Al observar esto, Hyrum le preguntó:

“—Martin, ¿por qué no come? ¿Se siente usted mal?
“A lo cual el señor Harris, apretándose las sienes con las manos, prorrumpió en lamentaciones con un tono de profunda angustia:
“— ¡Ah, he perdido mi alma! ¡He per­dido mi alma!
“José, que hasta ese momento no había expresado sus temores, se levantó de un brinco, exclamando:
“—Martin, ¿ha perdido el manuscrito? ¿Ha quebrantado usted su juramento, tra­yendo la condenación sobre mí y también sobre usted mismo?
“—Sí —musitó Harris—; ha desapare­cido, y no sé adónde ha ido a parar. . .
“—Entonces —dijo José—, ¿debo vol­ver con semejante historia? No me atrevo a hacerlo. ¿Y cómo me voy a presentar ante el Señor? ¡Ah!, ¿de qué reprimenda del ángel del Altísimo no soy merecedor?

“Le rogué que no se lamentase así… continúa su madre. “Pero, ¿qué podía hacer yo para consolarlo, cuando veía a toda la familia en la misma condi­ción mental en la que él estaba, ya que sollozos, lamentos y las expresiones más amargas de pesar llenaban la casa? Sin embargo, José estaba más turbado que to­dos los demás, pues entendía mejor que todos las consecuencias de la desobedien­cia. Y continuó caminando, llorando y la­mentándose hasta la puesta del sol, cuan­do logramos persuadirlo a que tomara algo de alimento.

“A la mañana siguiente salió para su casa. Nos separamos llenos de pesar, pues en ese momento parecía que todo lo que tan anhelosamente habíamos espera­do, y que había sido en secreto fuente de tanto gozo, en un instante había desapare­cido, y para siempre.” (History of Joseph Smith by His Mother, Lucy Mack Smith, ed. por Preston Nibley, Salt Lake City: Bookcraft, 1954, págs. 128-129.)

Como consecuencia de haber importu­nado tanto al Señor pidiéndole permiso para dejar que Martin Harris se llevara los escritos, el Señor le quitó al Profeta el Urim y Tumim, las planchas y el don de traducir.

Sin embargo, después de que el joven de veintidós años se hubo humillado por medio de un sincero arrepentimiento, re­cuperó todos esos privilegios. En una re­velación concerniente a esos hechos, José Smith recibió una reprimenda por haber cedido a “las persuasiones de los hom­bres” y por “haber temido al hombre más que a Dios“; también se le aseguró que si hubiera “sido fiel”, el Señor “con su bra­zo extendido” lo “hubiera defendido de todos los dardos encendidos del adversa­rio” y habría estado con él “en toda hora de angustia” (véase D. y C. 3:6-8).

El jamás olvidó la lección tan funda­mental de esa experiencia y, después de obtener nuevamente la gracia del Señor, continuó su misión y le dio fin siendo el grandioso Profeta de la Restauración. También nosotros debemos aprender esa gran lección, y prepararnos a fin de poder vivir de acuerdo con la guía y el consejo que recibimos del Señor por medio de sus profetas.

Lehi, al aconsejar a su hijo Jacob, hizo una declaración muy interesante, que nos invita a meditar: “Todas las cosas han si­do hechas según la sabiduría de aquel que todo lo sabe” (2 Nefi 2:24), lo que signi­fica, si interpreto sus palabras correcta­mente, que la sabiduría está en propor­ción con el conocimiento; y siendo así, ¡cuán insignificante es la sabiduría del hombre, que se basa en su limitada expe­riencia terrenal, comparada con la de Dios, que se basa en su conocimiento ab­soluto de todo!

Pablo debe de haber pensado en ese contraste cuando escribió a los corintios lo siguiente:

“¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabidu­ría del mundo?”
Y luego agregó: “Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.” (1 Corintios 1:20,25.)

No creo que sean muchos los miembros de la Iglesia que conscientemente atien­dan a las persuasiones del hombre o a su propia opinión en lugar de escuchar al Se­ñor. Sin embargo, cuando no nos esforza­mos por saber cuál es su consejo, tende­mos a substituirlo con nuestra propia opinión. En realidad, no nos queda otra cosa por hacer si no nos tomamos la mo­lestia de averiguar qué quiere el Señor que hagamos.

El ambiente que nos rodea contribuye, por lo menos en dos formas, a nuestra ignorancia con respecto a los consejos de Dios. Primero, el hecho de que la nuestra es una época de especializaciones. La ciencia, la industria, las profesiones son todas tan complejas y especializadas que cada uno de nosotros se encuentra bajo una gran presión para aprender cada vez más sobre su campo particular de labor. Parece que son muy pocas las personas de quienes se espera que posean un conoci­miento amplio y profundo de toda la ma­teria de la cual su especialidad no es más que una porción. Segundo, el mundo con sus problemas nos aplasta por medio de los medios de comunicación, de la tecno­logía y de nuestro propio estilo de vida hasta el punto de que comemos y dormi­mos, descansamos y trabajamos, viaja­mos y esperamos con un horario en la mano, haciéndolo siempre todo con la mayor rapidez posible y encontrando, en medio de ese torbellino, poco tiempo para tratar de conocer la voluntad del Señor.

El remedio se encuentra en la obedien­cia al consejo del Señor de dejar que “re­posen en vuestra mente las solemnidades de la eternidad” (D. y C. 43:34). Si so­mos obedientes al consejo que Él nos da de que estudiemos las Escrituras, las so­lemnidades de la eternidad ciertamente reposarán en nuestra mente; con rectitud nos volveremos al Señor en nuestras ora­ciones, en nuestro estudio de las Escritu­ras y en nuestras conversaciones de fami­lia. Más aún, podemos conocer sus consejos en nuestras obligaciones en el hogar, en la Iglesia y en el trabajo, porque no estamos, como el mundo, a la deriva en las tinieblas, siempre aprendiendo sin poder llegar nunca al conocimiento de la verdad [véase 2 Timoteo 3:7]. Sabemos con certeza dónde encontrar el consejo del Señor: lo hallamos (1) en las Escritu­ras, que contienen su palabra; (2) en el consejo de los profetas vivientes; (3) por medio de la inspiración y revelación que cada uno de nosotros puede recibir para que lo guíe, de acuerdo con sus deberes y circunstancias. El beber intensamente en estos manantiales de agua viva será una bendición para todo miembro de la Igle­sia. No os permitáis estar tan ocupados o cansados que no podáis beber de esas aguas espirituales. La fortaleza, la sabi­duría y la inspiración que recibiréis de ellas os pagarán con creces vuestro es­fuerzo.

Sigamos el ejemplo de los hijos de Mosíah, que empezaron su ministerio con las mismas posibilidades que están al alcance de todos nosotros: buenos deseos y un lla­mamiento para trabajar en el servicio del Maestro. Las Escrituras nos dicen:

“Y aconteció que mientras Alma iba viajando. . . encontró a los hijos de Mosíah que viajaban hacia la tierra de Zarahemla.

“Estos hijos de Mosíah estaban con Al­ma en la ocasión en que el ángel le apare­ció por primera vez; por tanto, Alma se alegró muchísimo de ver a sus hermanos: y lo que aumentó más su gozo fue que aún eran sus hermanos en el Señor; sí, y se habían fortalecido en el conocimiento de la verdad; porque eran hombres de sana inteligencia, y habían escudriñado dili­gentemente las Escrituras para poder co­nocer la palabra de Dios.

“Más eso no es todo; se habían dedica­do a mucha oración y ayuno; por tanto, tenían el espíritu de profecía y el espíritu de revelación, y cuando enseñaban, lo ha­cían con poder y autoridad de Dios.” (Alma 17:1-3; cursiva agregada.)

Que así pueda ser con cada uno de no­sotros, y que no procuremos aconsejar al Señor, sino aceptemos su consejo escu­driñando “diligentemente las Escrituras para poder conocer la palabra de Dios” y aplicarla diariamente en nuestra vida. ■

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1 Response to No procuréis aconsejar al señor

  1. Avatar de Ismael Medina Hervias Ismael Medina Hervias dice:

    Soy el Hno. ISMAEL MEDINA. Esposo de la Hna. LUISA VARGAS..
    Con respecto a este mensaje de aquel Buen Siervo del Señor.
    Me Fortalece más mi conocimiento y Testimonio. Siento un Gozo Cuando Aprendo y Recibo Alimento Espiritual..
    Como dice de Agua Viva. Gracias. Doy Testimonio de Esta Enseñanza.. En el Nombre de Mi Salvador, Nuestro Salvador
    JESUCRISTO Amén.

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