Obediencia a los Mandamientos de Dios
Por Milton R. Hunter
del Primer Concilio de los Setenta.
Discurso dado el 6 de abril de 1952 en la Conferencia General.
Mis queridos hermanos, pido humildemente que oren por mí y también pido que el Espíritu de Dios me dirija en lo que pueda decir en esta tarde.
En esta última sesión de la conferencia siento en mi corazón un deseo de animar a los Santos de los Últimos Días a que guarden los mandamientos del Señor. Sé que no hay otra cosa en el mundo de mayor importancia para los miembros de la Iglesia que guardar todos los mandamientos. En realidad, el mero propósito, la razón por nuestra existencia aquí en la mortalidad, es para probarnos, para ver si “viviréis con cada palabra que sale de la boca de Dios”. (D. y C. 84:44; 98:11).
Como el presidente Clark indicó en su excelente discurso esta mañana, que Jesucristo en el gran concilio en los cielos, declaró que los hijos e hijas de Dios serían puestos sobre esta tierra para “. . . probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su
Dios les mandaré”. Y el Maestro dió la promesa a los que cumplieran y fué que “…recibirán aumento de gloria sobre sus cabezas para siempre jamás”. (Abrahán 3:25-26).
En el debido tiempo, nuestros padres Adán y Eva fueron puestos en el jardín del Edén. Participaron del fruto prohibido. Vino la caída; y así llegaron a ser mortales. Un velo cubrió sus mentes y olvidaron su existencia premortal y el evangelio que habían vivido en el mundo espiritual. Fué necesario que Jehová, aun Jesucristo les revelara el plan del evangelio.
En el transcurso del tiempo, vez tras vez, poco a poco, línea por línea, precepto por precepto, doctrina por doctrina, el evangelio fué revelado por el Salvador a nuestros padres Adán y Eva. Regocijárnosle en todas las revelaciones que recibieron; fielmente rindieron obediencia a los mandamientos de Dios. Leemos en la Perla de Gran Precio:
Y les mandó (es decir el Señor les mandó) que adorasen al Señor su Dios, y que ofreciesen las primicias de sus rebaños como ofrenda al Señor. Y Adán fué obediente a los mandamientos del Señor.
Y pasados muchos días, un ángel del Señor se apareció a Adán, y le dijo: ¿Por qué ofreces sacrificios al Señor? Y Adán le contestó: No sé, sino que el Señor me lo mandó. (Moisés 5:5-6).
Ahora, algunos dirán que esto fué obediencia ciega. Yo considero su respuesta como uno de los ejemplos mejores en las Escrituras de fiel obediencia. Aunque no supo el porqué, sin embargo, se dió cuenta de que Dios no le dejaría hacer una cosa que le sería dañosa. Se convenció que todo lo que Dios le decía fué bueno; y por eso obedeció y más tarde recibió la luz.
Sería una gran cosa si los miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días fueran a seguir el ejemplo de Adán; y si fuéramos a rendir obediencia a las instrucciones de los santos profetas… la Primera Presidencia de la Iglesia, los doce apóstoles, los profetas, videntes y reveladores ungidos de Dios; teniendo una convicción firme en nuestros corazones que dicen la palabra de Dios. Y lo haríamos aunque todavía no sabemos la respuesta, sabiendo que en el debido tiempo hemos de recibir luz tal como la recibió nuestro padre Adán.
Tengo el testimonio de que así sería. No tan solamente estoy listo para obedecer los consejos de los hermanos, sino feliz al cumplir con los mandamientos de Dios como son dados por sus profetas.
Nos dicen que en este mundo hay dos amos. El uno es Jesucristo; el otro es Satanás. El Señor mismo enseñó:
Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o se llegará al uno y menospreciará al otro; no podéis servir a Dios y a Mammón. (Mt. 6:24).
Alma, uno de los profetas grandes del Libro de Mormón enseñó: “Pues que cada uno recibe la recompensa de aquél a quien haya escogido para obedecerle”. (Alma 3:27). Si escogemos para obedecer a Jesucristo, como nuestro Amo, andamos en la luz: recibimos paz, felicidad, prosperidad y las buenas bendiciones de la vida, y en el mundo venidero recibimos vida eterna en el reino de nuestro Padre. Si preferimos seguir a Lucifer como nuestro amo, recibiremos el saldo que él nos puede dar. En ciertas ocasiones los que obedecen a Satanás reciben miseria, tristeza, desgracia y desengaño en esta vida; y se podría decir que en todo tiempo, sufren la pérdida de sus galardones eternos en el mundo venidero.
Viene a mi mente en este momento una de las ilustraciones más apropiadas de uno quien escogió seguir a Lucifer, este fué Caín. Leemos en la Perla de Gran Precio:
Y Caín amó a Satanás más que a Dios. Y Satanás le mandó, diciendo: Lleva un presente al Señor. (Moisés 5:1b).
Caín obedeció al mandamiento de Satanás. Por supuesto, Dios rechazó ese presente, y se enojó mucho Caín. Y entonces se le apareció el Señor a Caín, diciendo:
. . . ¿Por qué estás airado? ¿Por qué ha decaído tu semblante?
Si hicieras lo bueno, serás aceptado; y si no hicieras lo bueno el pecado está a la puerta, y Satanás desea poseerte. Y a menos que escuches mis mandamientos, te entregaré, y será hecho contigo según la voluntad de él. (Moisés 5:22-23).
Sin embargo, Caín siguió amando más a Satanás que a Dios. Hizo un convenio secreto con Satanás de asesinar a su hermano Abel por ganancia. “Y se gloriaba, (dicen las Escrituras), de su iniquidad”. (Moisés 5:31). Y después de este horrible crimen Caín recibió su “recompensa de aquél a quien había escogido para obedecer”. Dios le maldijo con un cutis obscuro. Perdió el Santo Sacerdocio. Perdió su alma eterna y llegó a ser un hijo de perdición. Así, fué entregado a Satanás. . . su amo.
Dios, nuestro Padre Eterno, se interesa mucho por nosotros y por cada uno de sus hijos aquí en el mundo, en cuanto a su cumplimiento de los mandamientos de él. Cuando guardamos sus mandamientos, le da gozo; su corazón se regocija. Cuando desobedecemos sus mandamientos, su corazón se entristece.
Por medio de una visión, Enoc tuvo el privilegio de ver los tiempos futuros. Dios y él estaban observando la historia de la raza humana en esa visión. Y cuando llegaron al período del tiempo de Noé y estaban observando lo que ocurrió durante ese período, “lloro Dios. (Moisés 7:28). Se sorprendió mucho Enoc al ver que Dios llorara, y preguntó: “¿Cómo es que llora Dios? Todo es felicidad en los cielos, todo es paz allí, todos te adoran”. En efecto, Enoc no se explicaba por qué Dios iba a llorar; pero Dios dijo:
. . .He allí a tus hermanos; son la obra de mis propias manos, y yo les di su conocimiento el día en que los hice; y en el Jardín de Edén le di al hombre su albedrío,
Y les he dicho a tus hermanos, y también les he mandado, que deben amarse el uno al otro, y que deben preferirme a mí, su Padre; mas, he aquí, no tienen afecto, y aborrecen su propia sangre;
. . .Jamás ha habido tanta iniquidad en toda la obra de mis manos como entre tus hermanos. (Moisés 7:32, 33, 36).
Porque Dios supo la desgracia que iba a sobrevenir a esta gente, lloró y mandó que los cielos llorasen.
En su discurso de la conferencia, el presidente S. Dilworth Young dió una ilustración excelente de cómo el Señor se interesa en que obedezcamos a sus mandamientos, y yo quisiera repetírselos hoy.
El rey Saúl había estado en el trono poco tiempo, cuando una tribu nómada invasora vino del desierto de Arabia hasta la tierra de Canaán y molestó a los israelitas. Vino la voz del Señor a Samuel, el profeta, mandándole que ordenara al rey Saúl a tomar sus ejércitos y perseguir a estos invasores, los amalecitas, y destruir o matar a cada hombre, mujer o niño, ambos macho y hembra, y todos los animales, además de destruir totalmente todas sus propiedades. Saúl recibió este mandamiento, persiguió a los amalecitas, pero no cumplió cabalmente el mandamiento. Regresó con lo mejor de las ovejas y el ganado gordo, así mismo con los despojos de guerra.
La desobediencia de Saúl desagradó mucho a Dios y habló a Samuel otra vez, diciéndole que Saúl se “había vuelto en pos de mí, y no ha cumplido mis palabras”. (1 Samuel 15:11).
Y entonces el Señor explicó a Samuel lo que Saúl había hecho. Por lo siguiente Samuel fué para encontrarse con el rey Saúl cuando regresaba de la guerra. Saúl oyó que él venía, y probablemente escondió el ganado y las ovejas atrás de un cerro. Cuando se encontraron estos dos hombres, Saúl saludó a Samuel como el profeta escogido de Dios, y dijo: “Bendito seas tú de Jehová; yo he cumplido la palabra de Jehová”. (1 Samuel 15:13); diciendo que él había guardado cabalmente el mandato del Señor, habiendo destruido por completo a los amalecitas.
Samuel entonces dijo: ¿Pues que balido de ganados y bramido de bueyes es éste que yo oigo con mis oídos?
Y Saúl respondió: De Amalee los han traído; porque el pueblo perdonó a lo mejor de las ovejas y de las vacas, para sacrificarlas a Jehová tu Dios; pero lo demás lo destruimos. (1 Samuel 15:14-15).
Y entonces Samuel dijo esto que tanto recordamos:
Y Samuel dijo: ¿Tiene Jehová tanto contentamiento con los holocaustos y víctimas, como en obedecer a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios; y el prestar atención que el sebo de los carneros. (1 Samuel 15:22).
Quisiera que cada Santo de los Últimos Días pusiera hondamente esta declaración en su corazón y guardársela allí para siempre. Además, quisiera que cada miembro de la Iglesia desde este tiempo adelante, repitiera frecuentemente: “Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios; y el prestar atención que el sebo de los carneros”; y el obedecer es aun mejor que la riqueza de este mundo o que cualquiera posición u honor que el hombre mortal puede conferir sobre nosotros. Por lo tanto, el obedecer la voz de Dios en todas las cosas y en todos los tiempos es el mejor de todos nuestros logros.
Los santos profetas nos han dicho durante el curso de la historia, que recibiremos nuestras bendiciones del mando de Dios de acuerdo con la obediencia que rendimos a sus santas leyes. Así, los galardones y los castigos son, para decirlo así, basados en una fórmula científica. El Señor reveló al profeta José Smith:
Hay una ley, irrevocablemente decretada en el cielo antes de la fundación de este mundo, sobre la cual todas las bendiciones se basan;
Y cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa.
Dios, nuestro Padre Eterno, no se interesa tanto en la raza de gente a la cual pertenezcamos, ni en el color de nuestro cutis como en nuestra rectitud. No se interesa en que si somos ricos. . . si manejamos un Cadillac o si vamos a pie; ni tampoco le importa a qué familia pertenezcamos; sino se interesa mucho en qué clase de corazón tenemos. En otras palabras, le importa muchísimo si rendimos obediencia a sus mandamientos o si no la rendimos.
Muchas veces a la mente de gente pensativa, y especialmente a los jóvenes, viene la pregunta; “¿Qué galardones siguen como consecuencia de la obediencia a los mandamientos de Dios?” Aun desde el principio y por todas las dispensaciones del evangelio, los santos profetas les han dicho a los discípulos de Jesucristo que los que obedecen a los mandamientos de Dios, al fin hallarán descanso en la presencia del Señor. Allí recibirán una inmortalidad bendita. En efecto, en el mero principio cuando Adán y su posteridad empezaron a poblar la tierra, las Escrituras nos informan:
Y Dios el Señor llamó a todos los hombres en todas partes, por el Espíritu Santo, y les mandó que se arrepintiesen:
Y cuantos creyeran en el Hijo, y se arrepintieran de sus pecados, serían salvos; y cuantos no creyesen ni se arrepintiesen, serían condenados; y las palabras salieron de la boca de Dios como firme decreto; por consiguiente, han de cumplirse. (Moisés 5:14-15).
Cuando ustedes y yo nos hicimos miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y fuimos bautizados, entramos en un convenio de guardar los mandamientos de Dios… todos sus mandamientos. No hicimos un convenio de obedecer solamente las leyes del evangelio que nos convienen, los que nos gustan guardar, sino todos los mandamientos de Dios.
Cuando recibimos el Santo Sacerdocio de Melquisedec, lo recibimos con un juramento y un convenio; y el juramento y convenio es que viviremos “…de acuerdo con cada palabra que salga de la boca de Dios”. (D. y C. 98:11). Jesucristo ha prometido que si lo hacemos, todo lo que tiene el Padre nos será dado. (D. y C. 84:38).
Ahora, ¿qué tiene el Padre? De acuerdo con su propia declaración, el galardón más grande que él puede dar a sus hijos fieles es vida eterna. (D. y C. 14:7). También, él ha llamado este galardón, exaltación en la presencia de Dios. El ser un dios es otra manera de describir ese mismo galardón. (D. y C. 132:19-20). Por lo tanto, todos los que aman a Dios y guardan sus mandamientos recibirán vida eterna, exaltación o llegarán a ser dioses, lo cual quiere decir que se levantarán en la resurrección y entrarán en la gloria celestial para ser coherederos con Jesucristo y recibir todo lo que tiene el Padre.
Estoy completamente convencido que si ustedes y yo guardamos los mandamientos de Dios día tras día, andando humildemente con nuestro Dios, con “un corazón quebrantado y un espíritu contrito”, como el Señor nos ha mandado que hagamos (Miqueas 6:8; 3Nefi 9:20), al fin oiremos la voz de Dios invitarnos a su presencia; y, como las Escrituras dicen, “pasaremos a los ángeles y a los dioses que están allí a (nuestra) exaltación y gloria en todas las cosas. ..” (D. y C. 132:19).
Si nos probamos fieles en guardar todos los mandamientos de Dios, recibiremos una gloria celestial, en comparación, un grado de felicidad, gozo, paz y poder con lo que Dios, el Padre Eterno, y su Unigénito Hijo han alcanzado. En otras palabras, todo lo que el Padre tiene nos será dado. Esto es lo que espera a los fieles Santos, los que aman a Dios y guardan sus mandamientos.
Humildemente pido a nuestro Padre en los cielos que bendiga a cada Santo de los Últimos Días en el mundo; que todos nosotros juremos de guardar los mandamientos de Dios y de andar de acuerdo con cada palabra que salga de la boca de él desde ahora y adelante. Lo hago en el nombre de Jesucristo. Amén.
























