Las respuestas del evangelio a los problemas de la vida

por el élder Neal A. Maxwell
de la Presidencia del Primer Quorum de los Setenta
Extracto de un discurso al personal de Seminarios e Institutos en la Universidad de Brigham Young. 1970.)
Me gustaría pintaros a grandes rasgos un esbozo de lo que según pienso, es la juventud de la Iglesia.
Creo que tenemos un mayor número de jóvenes dentro de la Iglesia, que tanto en cantidad como en calidad excede lo que hemos tenido hasta el presente en esta dispensación, y que constituye una élite. Por élite no quiero decir arrogantes y altaneros, sino un selecto grupo de jóvenes dedicados, que desean servir a su prójimo, que creen en la veracidad del evangelio, desean vivirlo, y confrontan difíciles alternativas. Esta juventud vibra con conocimiento y dedicación. Sin embargo, no todos encuadran en esa categoría. En este aspecto hay una gran banda central de jóvenes miembros activos y bien informados que impresionan muy bien, pero no se hallan aún tan bien versados en el conocimiento del evangelio como los miembros de esta élite. Al otro extremo, tenemos nuestros rebeldes, los disidentes y desertores; es dentro de esta distribución de los jóvenes en la Iglesia, de un extremo a otro, donde vosotros funcionáis.
Importancia de la pertinencia
Ante todo, vamos a tener que hacer más, yo como padre y maestro, y vosotros, ciertamente en vuestras aulas, de lo que estamos haciendo al presente, para ayudar a los jóvenes a percibir que existe una conexión entre el evangelio y los muy reales problemas de la vida, y que el evangelio realmente contiene la solución a los problemas de la humanidad.
Esto significa que la muy oída palabra “pertinencia” todavía presenta problemas, en el sentido de que la juventud aún tiene que llegar a comprender que el evangelio es algo que hacemos, no simplemente algo que predicamos. Esto significa que la pertinencia del evangelio en términos de su capacidad para resolver los problemas humanos, debe ser comunicada con mayor constancia, con mayor maestría y con mayor espiritualidad que en el pasado.
Nuestra juventud debe ser pacificadora
Considerad el dilema de la juventud en la Iglesia. Una de las paradojas con que se confronta es que ha sido advertida, tanto en las Escrituras como por boca de los profetas modernos, que se aproxima rápidamente el momento en que la paz sea retirada de la tierra. Esto es algo que debemos saber; no podemos permitirnos el lujo de la ingenuidad Sin embargo, por medio de esos mismos profetas y en esas mismas Escrituras se les dice que de ellos es la tarea de proclamar la paz, de ser pacificadores. Los jóvenes deben llevar grabada en el pecho esta doble convicción, e integrarla a un estilo de vida que les permita ser cautelosos en un mundo en el que la paz no volverá a reinar, más en el cual deben aún ser pacificadores. Claro que pueden hacer lo que algunos de los adultos de la Iglesia hacen, algo que desapruebo, y que es el convertirse en un Jonás moderno, profetizando el desastre de Nínive y luego subiendo la colina a la carrera para sentarse en primera fila a observar el gran espectáculo. Me parece significativo que el Señor increpara a Jonás en forma bondadosa, más reprobadora, por la clase de vida que llevaba en la que parecía tener mayor interés en el desastre que en la salvación. Nuestros jóvenes deben trabajar en los Nínives de su vida haciendo todo lo posible, aun cuando les embargue un sentimiento profundo de desastre inminente. No van a desertar, y no deben desertar de sus puestos hasta que alguien tome su lugar; ninguno de nosotros debería hacer tal cosa. No podemos permitirnos el lujo de ser como Jonás, al punto de que lleguemos a ver una estaca en condiciones catastróficas, y casi deseemos que el desastre ocurra para justificar nuestras predicciones.
Nuestro antepasado Lehi nos ofreció un ejemplo mejor. Terna él datos e información que le sugerían la posibilidad de que el éxito le eludiera en sus esfuerzos para con dos de sus hijos; a pesar de ello, uno lo encuentra amándolos hasta el fin, bendiciéndolos, exhortándolos. Este tiene que ser nuestro estilo de vida, el estilo de vida de los jóvenes que pueblan las Nínives de nuestra existencia. No podemos hacer como Jonás, tratar de escaparnos a Tarsis y así “esquivar el bulto”; no podemos escalar la colina y esperar por el desastre. Debemos permanecer en nuestros puestos cumpliendo con nuestros deberes por tanto tiempo como el Señor lo requiera. Y será mucho más fácil que los jóvenes de la Iglesia lo hagan, si ven que algunos de nosotros también participamos en el esfuerzo. Eso no quiere decir que pongamos en duda las profecías o lo que pueda ocurrir, mas no vayamos, a buscar refugio en las colinas demasiado aprisa.
El poder del amor
Hace unos meses, un amigo mío que reside en la ciudad de Washington, al llegar a su casa descubrió que estaba siendo saqueada. Mi amigo cometió el error de tratar de dominar al ladrón, quien disparó un revólver cuya bala, alojándose en su espalda, afectó de tal manera la espina dorsal que mi amigo quedó paralizado desde la cintura para abajo, para el resto de su vida. Se trataba de un hombre muy atlético y vigoroso que halló su vida trágicamente cambiada y abatida en un momento. Poco tiempo después de la tragedia, fui a visitarle al hospital. Fui, como a menudo lo hacemos en la Iglesia, con el propósito de consolarlo; más fui yo quien resultó consolado. Gracias a su lucha personal con el problema del perdón, él pudo decirme en medio de las lágrimas, que había llegado al punto de perdonar a su asaltante hacia quien no sentía ninguna malicia, y que no quedaban en él vestigios de amargura; en su lugar, había solamente amor. En realidad, eso sólo puede ocurrir dentro del contexto de la hermandad de la eternidad. Cuando usamos estas palabras, debemos ser más específicos en la manera en que las usamos y debemos explicar sus implicaciones, so pena de que la juventud dé por sentado que nuestro vocabulario contiene el mismo significado que el de aquellos que no pertenecen al reino. Cuando nos referimos a la paternidad de Dios, no hablamos de una fuerza vital inalcanzable, no hablamos de un abuelo condescendiente que concedería a la humanidad todo aquello que ésta deseara, a quien nada le importa y nada juzga. El nuestro es un Padre amantísimo quien permitirá, si es necesario, que cada uno de nosotros sufra alguna experiencia difícil, para así darnos a saber que su amor por nosotros es tan grande y tan profundo que nos permitirá sufrir de la misma manera como lo hizo con su Unigénito en la carne; para hacernos completar así, plenamente, el triunfo y conocimiento en los que seremos copartícipes con Él. Es de importancia vital que la juventud comprenda lo que esa clase de paternidad amante significa, en contraste con las ideas mundanas de aquellos que la rodean.
Las cuatro «E» del conocimiento
Tengo la impresión de que generalmente aprendemos y enseñamos, en el contexto de cuatro estilos y maneras diferentes de instrucción, los cuales son todos necesarios y apropiados, más requieren el establecimiento de cierto balance. Yo los llamo las cuatro “E” del conocimiento. La primera “e” es de exhortación; esto es algo que hacemos bastante bien en la Iglesia; lo hacemos extensivamente, y es necesario. La segunda es de explicación; de esto también damos mucho, lo que es también necesario. La tercera es de ejemplo; todos sabemos que la enseñanza por el ejemplo es la mejor, y se ha dicho que “la única autoridad moral a la que la juventud responderá hoy día, es el ejemplo”. La cuarta es de experiencia. Quisiera sugerir la idea de que en vuestros hogares y clases de la Escuela Dominical, y quizás aun en los institutos y seminarios, tal vez andemos algo escasos en las dos últimas. Nos recargamos pesadamente con la exhortación, y la explicación, y con motivo: pero lo que necesita agregarse para el balance didáctico es el ejemplo y la experiencia. Francamente, me preocupa que los miembros del Sacerdocio Aarónico sientan que el único servicio que necesitan prestar es el de bendecir y pasar el sacramento el día domingo. Personalmente me gustaría ver a las viudas y los ancianos recibir más ayuda concreta, como ser los cubos de basura sacados a la calle y que les fueran rendidos otros servicios igualmente prácticos para que los jóvenes experimenten el evangelio en acción y sus frutos, y sepan que es verdadero. Entonces nadie tendrá que testificárselo, porque ellos lo experimentarán; y si leéis nuevamente en 3 Nefi, cuando Jesús viene a este continente y la multitud se acerca a él, encontraréis muy interesantes formaciones verbales; leemos: “y metieron sus manos en su costado”, “palparon las marcas”, “vieron con sus ojos”. Quienes así hicieron experimentaron el evangelio y supieron que era verdadero, y este es el tema del ataque verbal del capítulo 32 del libro de Alma: la experimentación que produce conocimiento puro, porque sabemos por experiencia que es verdadero. Sabemos que no podemos vaciar las aulas de la Iglesia con el propósito de salir en busca de experiencias, pero todo lo que toma lugar fuera del aula tiene que incluir experiencias directas con aplicación de los principios del evangelio. Esto dará a cada uno de nuestros jóvenes un depósito de experiencias espirituales a las cuales se puede recurrir, en la misma manera que los miembros pueden recurrir a los abastecimientos de comida y ropa que han almacenado.
En esta vida, a todos nos llega el momento en que necesitamos recurrir a este almacén de experiencia espiritual. Algunos de nuestros almacenes se hallan casi vacíos, mientras que hay otros en los que jamás ha habido nada. Debemos estar en condiciones de recurrir a estos abastecimientos para ayudar a nuestros jóvenes cuando los problemas intelectuales los asedien. A esta altura de los acontecimientos sabrán por experiencia propia que el evangelio es verdadero, porque lo habrán experimentado en los hechos.
Nuestra indulgente juventud
Lo que voy agregar ahora lo he tenido que aprender duramente, y permitidme sugerir que quizás parte de vuestra asignación como maestros esté relacionada más a los padres que a los jóvenes. Si tan sólo quisiera destacar una faceta al respecto, sería ésta: He aprendido que los jóvenes se sienten más reacios en la actualidad a denunciar la mala conducta de algunos de sus compañeros, que las generaciones precedentes. Esto no significa necesariamente que ellos aprueben tal comportamiento. Parecería ser un punto muy nebuloso y sutil, pero es muy profundo. Son mucho más tolerantes y siente menos inclinación a criticar a sus compañeros, cuando ellos hacen cosas que no deben: algunos de nosotros, observando este fenómeno lo interpretamos como aprobación tácita: mas no lo es. Muy a menudo desaprueban completamente, pero no están dispuestos a denigrar a sus compañeros. Admito francamente que como padre, hay muchas ocasiones en que me agradaría que mi hijo o mi hija levantaran su voz contra algunas de las cosas que suceden a su alrededor: más al hablar con ellos en diálogo tranquilo y cariñoso, descubro que aunque no les agrada lo que está ocurriendo, no van a reprender ni humillar a sus compañeros.
Nosotros, los adultos, necesitamos comprender que la juventud no está inclinada a expresar su indignación acerca de la conducta antisocial de sus amigos de la manera como a vosotros y a mí nos gustaría hacerlo pero cometemos un gran error si suponemos automáticamente que la falta de crítica significa aprobación de su parte.
Las Escrituras como un himnario
Por último, espero que encontréis nuevas maneras de interesar a nuestra juventud en la lectura individual de las Escrituras. Creo que la mejor analogía que podemos recordar es que las Escrituras son como un himnario que contiene todos los himnos eficaces, pero nosotros como adultos, deseamos cantar ciertos himnos favoritos una y otra vez. Más bien puede ocurrir que éstos no sean los favoritos de los jóvenes. Las Escrituras, en este sentido, son como un himnario: contienen muchas melodías que deben ser cantadas y oídas, y nuestras canciones preferidas no son necesariamente las mismas que atraen, o que tienen relevancia para la juventud.
Solamente por medio de un estudio personal de las Escrituras, podrán los jóvenes encontrar en ellas la música que responderá a las necesidades que experimentan hoy día. Vosotros no podéis depender de los cursos de estudio de ninguno de ellos, para responder a sus necesidades individuales en forma diestra y precisa. Ellos tienen que abrir el himnario y oír la música. El mensaje se encuentra allí, les hablará encontrará resonancia dentro de ellos: pero algunas veces esta comunicación tendrá que ocurrir en la intimidad de su propio conocimiento. No hay modo alguno en que vosotros o yo podamos prever la gran variedad de necesidades en forma absoluta.
Concluiré con una frase tomada del Libro de Mormón y la uniré a la frase de una canción popular que declara que «en un día despejado, se puede ver el infinito». El Libro de Mormón habla y creo que es el único lugar en las escrituras en que aparece la frase, de «el hombre de Cristo». Y gracias a la perspectiva especial que el evangelio nos da. «en un día despejado el hombre de Cristo puede ver el infinito».
Por esta clase de perspectiva y el manojo de percepciones que el evangelio nos da, nos regocijamos de ser tan favorecidos, más con este regocijo también nos invade un enorme sentimiento de responsabilidad.
Así es que, cuando lomamos sobre nuestros hombros las faenas del reino —y hay días en que yo sé que son faenas—debemos hacerlo con un cierto sentido especial de gratitud, de que Dios nos haya llamado individualmente a estar donde nos encontramos en esta hora señalada en la historia de la humanidad. Que seamos bendecidos para llegar a ese fin, lo ruego en el nombre de Aquel cuya Iglesia constituimos. Jesucristo. Amén.
























