CAPÍTULO CUATRO
“Él Sana a los Quebrantados de Corazón”
ES UN HECHO INEVITABLE de la vida que, de vez en cuando, todos suframos algún tipo de problema, dificultad o desilusión en este mundo. Al enfrentar los desafíos de la mortalidad, anhelamos una cura segura para el sufrimiento, la decepción, la aflicción, la angustia y la desesperación. El salmista declaró: “[El Señor] sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas.” (Salmos 147:3) La curación es un milagro divino; las heridas afectan a toda la humanidad.
En la sociedad sobrecargada de hoy, algunas de las cosas que nuestros padres hacían para sanar parecen ya no estar presentes en nuestra vida. Cada vez es menor el número de personas que tienen la posibilidad de aliviar las tensiones trabajando con las manos y labrando la tierra. Las crecientes demandas, la diversidad de estímulos, la propaganda, el ruido ensordecedor, las dificultades que muchos enfrentan en sus relaciones personales pueden robar la paz que nuestra alma necesita para funcionar y sobrevivir. La prisa por atender las exigencias implacables del reloj destruye la paz interior. Las presiones de la competencia y de la lucha por la supervivencia son enormes. Nuestro apetito por los bienes materiales es inmenso. Las fuerzas crecientes que destruyen al individuo y a la familia causan gran tristeza y sufrimiento.
Una de las razones por las que nuestra sociedad está espiritualmente enferma es que mucha gente no sabe distinguir lo moralmente correcto de lo incorrecto, o simplemente no le importa. Tantas cosas son justificadas por el oportunismo y por el afán de adquirir bienes materiales y ganar dinero. Hoy en día, los individuos e instituciones que tienen el valor de oponerse al adulterio, la deshonestidad, la violencia, el juego y otros males son con frecuencia ridiculizados. Muchas cosas son simple y llanamente malas, sean o no ilegales. Aquellos que insisten en seguir la maldad del mundo no pueden conocer “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento.” (Filipenses 4:7)
De algún modo, necesitamos encontrar la influencia benéfica que alivia el alma. ¿Dónde está el bálsamo? ¿Dónde está el alivio compensador, tan desesperadamente necesario para ayudarnos a sobrevivir a las presiones del mundo? En gran medida, el consuelo puede venir de una mayor comunión con el Espíritu de Dios. Esto puede sanarnos espiritualmente.
La curación espiritual puede ilustrarse con la historia de Warren M. Johnson, uno de los primeros barqueros de Lee’s Ferry, Arizona. Cuando joven, Warren Johnson fue al oeste en busca de oro, en el verano de 1866. Cayó gravemente enfermo, y sus compañeros lo dejaron bajo un árbol, en el patio trasero de una casa en Bountiful. Una de las hijas de aquella familia lo encontró y les dijo a los demás que había un hombre muerto en el patio. Aunque Warren era un forastero desconocido, aquella bondadosa familia lo acogió y cuidó de él hasta que se recuperó. Le enseñaron el evangelio, y fue bautizado. Más tarde, llegó a ser barquero de Lee’s Ferry.
En 1891, la familia de Warren Johnson sufrió una gran tragedia. En poco tiempo, perdieron a cuatro hijos que contrajeron difteria. Los cuatro fueron enterrados uno al lado del otro. En una carta al presidente Wilford Woodruff, fechada el 29 de julio de 1891, Warren contó lo sucedido:
“Querido Hermano (…)
En mayo de 1891, una familia residente en Tuba City llegó hasta aquí, procedente de Richfield, Utah, donde (…) había pasado el invierno visitando amigos. En Panguitch habían sepultado a un hijo (…) no desinfectaron el carromato ni se desinfectaron ellos mismos, tampoco se detuvieron para lavar la ropa del niño fallecido; vinieron a nuestra casa y aquí pernoctaron, mezclándose con mis hijos pequeños (…)”
Nada sabíamos acerca de la naturaleza de la enfermedad, pero teníamos fe en Dios, ya que estábamos aquí en una misión muy difícil y procurábamos firmemente obedecer la Palabra de Sabiduría y cumplir con las demás obligaciones de nuestra religión, como pagar el diezmo, hacer las oraciones familiares, etc., para que nuestros hijos fueran preservados. Lamentablemente, cuatro días y medio después, [mi hijo mayor] murió en mis brazos, sin poder respirar. Dos niñas enfermaron. Ayunamos y oramos tanto como nos pareció sensato, ya que teníamos muchos deberes que cumplir aquí. Ayunamos por veinticuatro horas, y en una ocasión ayuné por cuarenta horas, pero fue en vano, pues mis dos hijitas también murieron. Después de una semana, mi hija de quince años, Melinda, también fue acometida por la enfermedad, y aunque hicimos todo lo posible, pronto siguió a los otros (…) Tres de mis queridas hijas y un niño fueron llevados, pero ese no fue aún el fin. Mi hija mayor, de diecinueve años, está ahora postrada con la enfermedad, y hoy estamos ayunando y orando por ella. (…) Le ruego sus oraciones y fe en nuestro beneficio. ¿Qué hemos hecho para que el Señor nos haya abandonado, y qué podemos hacer para alcanzar nuevamente Su benevolencia?
Su hermano en el evangelio,
Warren M. Johnson
En una carta posterior, dirigida a su amigo Warren Foote, fechada el 16 de agosto de 1894, el hermano Johnson testificó que había encontrado la paz espiritual:
“Puedo asegurarle, sin embargo, que esta fue la prueba más difícil de mi vida. Busco, no obstante, la salvación y estoy resuelto (…) con la ayuda del Padre Celestial, a aferrarme firmemente a la barra de hierro, cualesquiera que sean los problemas que me aflijan. No he dejado de cumplir con mis deberes, y espero y confío en la fe y en las oraciones de mis hermanos, para que pueda vivir de tal manera que reciba las bendiciones que usted, por su autoridad (…) puso sobre mi cabeza.”
La sexta regla de fe declara que, además de otros dones espirituales, creemos en el don de sanidad. En mi opinión, ese don abarca tanto la curación del cuerpo como la del espíritu. El Espíritu transmite paz al alma. Recibimos ese alivio espiritual cuando invocamos los dones espirituales, que se reclaman y manifiestan de diversas maneras. Son ricos, plenos y abundantes en la Iglesia hoy en día. Fluyen del uso apropiado y humilde del testimonio. Se reciben mediante la ministración a los enfermos, después de la unción con aceite consagrado. Cristo es el gran Médico, que se levantó de entre los muertos con “poder de sanidad en sus alas” (2 Nefi 25:13), y el Consolador es el mediador de la curación.
El Señor ha provisto varios caminos por los cuales podemos recibir esa influencia sanadora. Estoy agradecido de que el Señor haya restaurado las ordenanzas del templo en la tierra. Es una parte importante de la obra de salvación, tanto para los vivos como para los muertos. Nuestros templos son un santuario donde olvidamos las innumerables preocupaciones del mundo. Nuestros templos son un lugar de paz y tranquilidad. En ese santuario santificado, Dios “sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas.” (Salmos 147:3)
La lectura y el estudio de las Escrituras traen gran consuelo. El presidente Marion G. Romney declaró:
“Estoy seguro de que si los padres leen ferviente y regularmente el Libro de Mormón en casa, en privado o con sus hijos, el espíritu de ese gran libro extenderá su influencia en el ambiente y en quienes allí habitan. Habrá más reverencia, respeto y consideración. Las discordias desaparecerán. Los padres aconsejarán a los hijos con más amor y sabiduría, y los hijos serán más receptivos y sumisos a esos consejos. Habrá mayor rectitud. La fe, la esperanza y la caridad, el puro amor de Cristo, estarán presentes en el hogar y en nuestra vida, trayéndonos paz, gozo y felicidad.”
Cuando yo era joven, los beneficios de la Palabra de Sabiduría —es decir, la abstinencia de tabaco, bebidas alcohólicas, té y café— no estaban tan bien comprobados como lo están hoy en día. Sin embargo, los beneficios espirituales ya habían sido confirmados desde hacía mucho tiempo. La Palabra de Sabiduría promete que quienes sigan estos consejos y obedezcan los mandamientos “recibirán salud en el ombligo y médula en los huesos.” (DyC 89:18)
La médula ha sido durante mucho tiempo símbolo de una vida vibrante y saludable. No obstante, en una época en la que se realizan trasplantes de médula para salvar vidas, la frase “médula en los huesos” adquiere un significado adicional como convenio espiritual. Las promesas para quienes guardan la Palabra de Sabiduría siguen siendo las mismas. Los que obedecen esta ley “hallarán sabiduría y grandes tesoros de conocimiento, sí, tesoros ocultos; y correrán sin fatigarse, y andarán sin desmayar. Y yo, el Señor, les prometo que el ángel destructor pasará de largo, como pasó por los hijos de Israel, y no los matará.” (DyC 89:19–21)
Para ser preservados, realmente necesitamos fortalecernos contra los diversos agentes destructores que actúan en el mundo de hoy.
Sin embargo, para muchos de nosotros, la curación espiritual no ocurre en las grandes arenas del mundo, sino en las reuniones sacramentales. Es un consuelo adorar, participar de la Santa Cena y aprender humildemente de nuestros vecinos y queridos amigos, que aman al Señor y procuran obedecer Sus mandamientos. Nuestro obispo asigna a los participantes un tema o principio del evangelio. Invariablemente, ellos hablan por el poder del Espíritu Santo, derramando el corazón de tal modo que la congregación pueda vislumbrar los tesoros que en él se contienen. Los mensajes son transmitidos en forma de humilde testimonio y consejos cariñosos. Nosotros, la congregación, comprendemos lo que es enseñado por el Espíritu de verdad y confirmamos el testimonio prestado.
Nuestras reuniones sacramentales deben tener un carácter de adoración y de sanidad, proporcionando seguridad espiritual a los presentes. Parte de ese proceso de sanidad ocurre cuando adoramos mediante la música y los cánticos. Cantar nuestros bellos y reverentes himnos es alimento para el alma. Llegamos a ser uno en mente y corazón cuando alabamos al Señor mediante el canto. Entre otras influencias, la adoración por medio de la música tiene el efecto de unir espiritualmente a los participantes en una actitud de reverencia.
La sanidad espiritual también ocurre cuando damos y escuchamos un humilde testimonio. El testimonio expresado con contrición, gratitud por la providencia divina y sumisión a la guía divina es un excelente remedio para aliviar la angustia y las preocupaciones de nuestro corazón.
Dudo que los miembros devotos de esta Iglesia alcancen una completa sanidad espiritual si no estamos en armonía con el fundamento de la Iglesia, que el apóstol Pablo declaró que son “los apóstoles y profetas.” (Efesios 2:20) Esto no parece ser algo muy popular, ya que a lo largo de la historia los profetas y sus mensajes han sido rechazados por el mundo. Ellos, sin embargo, son los portavoces de Dios en la tierra y han sido llamados para dirigir y guiar la obra en estos días. También es fundamental que apoyemos al obispo, al presidente de estaca y a otros líderes.
Algunas investigaciones recientes parecen confirmar que la sanidad espiritual definitiva ocurre cuando nos olvidamos de nosotros mismos. Un análisis de los relatos que he leído me hizo percatarme de que las personas que mejor sobrevivieron en prisiones y campos de concentración fueron las que estaban preocupadas por sus semejantes y dispuestas a dar su propio alimento para sostener al prójimo. El Dr. Viktor Frankl declaró:
“Nosotros, que vivimos en campos de concentración, podemos recordar a hombres que caminaban por las barracas consolando a otros, distribuyendo su último pedazo de pan. Ellos eran pocos, pero dieron pruebas suficientes de que se le puede quitar todo a un hombre, menos una cosa: la última de las libertades humanas —escoger su actitud en cualquier circunstancia dada, [y] elegir su propio camino [de vida].”
El Salvador del mundo dijo con sencillez: “Todo el que procure salvar su vida, la perderá; y todo el que la pierda, la salvará.” (Lucas 17:33)
De todo lo que podemos hacer para encontrar alivio, tal vez la oración sea lo que más consuelo nos da. Se nos instruye a orar al Padre, en el nombre del Hijo, Jesucristo, por el poder del Espíritu Santo. La oración a Dios satisface el alma, aun cuando Dios, en Su sabiduría, no siempre nos conceda lo que pedimos. El presidente Harold B. Lee enseñó que todas las oraciones son contestadas, pero algunas veces el Señor dice que no. El profeta José Smith enseñó que “la mejor manera de obtener la verdad y la sabiduría” es “buscar a Dios en oración.” La oración es de gran ayuda en el proceso de sanidad.
Las heridas causadas por otras personas son curadas por medio del “arte de sanar.” El presidente Joseph F. Smith declaró: “La curación de una herida es un arte que no se aprende únicamente con la práctica, sino mediante la tierna compasión que proviene de la buena voluntad universal y del caritativo interés en el bienestar y la felicidad del prójimo.”
Todos pueden tener la esperanza de ser sanados mediante el arrepentimiento y la obediencia. Isaías confirmó que “si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos.” (Isaías 1:18) El profeta José Smith afirmó: “El espíritu nunca es demasiado viejo para acercarse a Dios. Todos pueden alcanzar la misericordia y el perdón.”
Después del completo arrepentimiento, la fórmula es maravillosamente simple. En realidad, esa fórmula nos fue dada por el Señor en estas palabras: “¿No volveréis a mí ahora, arrepintiéndoos de vuestros pecados y convirtiéndoos, para que yo os sane?” (3 Nefi 9:13) Al hacerlo, tenemos la promesa de que Él “sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas.” (Salmos 147:3)
Hallamos alivio en Cristo mediante la mediación del Consolador, y Él nos invita: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” (Mateo 11:28) El apóstol Pedro dice: “Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.” (1 Pedro 5:7) Al hacerlo, se produce la sanidad, tal como el Señor prometió por medio del profeta Jeremías, cuando dijo: “Yo tornaré su lloro en gozo, y los consolaré, y los alegraré de su dolor. (…) Porque satisfaré al alma cansada, y saciaré a toda alma entristecida.” (Jeremías 31:13, 25)
Se nos ha dicho que, en la gloria celestial, “enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor.” (Apocalipsis 21:4) Entonces la fe y la esperanza sustituirán al sufrimiento, la desilusión, la aflicción, la angustia y la desesperación, y el Señor nos dará fuerza, como dice Alma, “para que no padecieran ninguna aflicción, sino que se hallaban sobrellevados por la alegría en Cristo.” (Alma 31:38)
Que podamos vivir de tal manera que seamos dignos de ese glorioso día de gozo.
























