Para aliviar el corazón afligido
por el presidente Harold B. Lee
“Cada uno debe hacer todo lo que pueda para salvarse del pecado; entonces podrá reclamar las bendiciones de redención que trajo el Santo de Israel.»
En miles de hogares de cada país, hay y ha habido una batalla interna en las almas de aquellos que han perdido miembros de su familia. ¿Qué podemos decir a los que añoran una paz interna que aplaque sus temores, que alivie el corazón afligido, que brinde comprensión, que vaya más allá de las pruebas sórdidas de la actualidad hacia un cumplimiento de esperanzas y sueños en un mundo más allá de la mortalidad?
En breves palabras quisiera referirme a las promesas que se encuentran en las escrituras y explicarlas brevemente, a fin de brindar en este mensaje comprensión, paz y esperanza.
El Maestro indicó la fuente de la cual provendría la paz máxima cuando les dijo a sus discípulos: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo» (Juan 14:27).
Después de la resurrección del Señor, hubo una serie de acontecimientos significativos que nos brindan un vislumbre de las eternidades futuras. Estos acontecimientos que culminaron con la resurrección se encuentran bien documentados en las escrituras, empezando por la noche terrible de la traición a Cristo y los procedimientos apresurados e ilegales que burlaron la justicia. En nuestra mente presenciamos la muerte agonizante de nuestro Señor y Maestro en la cruz; la tumba vacía en un jardín cerca del Calvario, donde había un nuevo sepulcro para su sepultura. Ahí es donde nos enteramos de los guardianes angélicos de la tumba y su gloriosa y triunfante declaración: «No está aquí, pues ha resucitado… (Mateo 28:6.)
Aquí presenciamos la primera aparición del Maestro con su cuerpo resucitado, un personaje completo y perfecto en todo detalle, tan tangible y real como lo habían conocido en su cuerpo mortal.
Pero eso no fue todo lo que aconteció en aquella mañana de la primera resurrección. En cumplimiento de la promesa que hizo el Señor por medio del Profeta, dando esperanza al pueblo que luchaba bajo la guía de Moisés, su Profeta líder, se les prometió que después de sus penas y luchas en el desierto: «Sus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán… (Isaías 26:19).
El registro de Mateo en la Biblia nos brinda el emocionante relato del cumplimiento de esa promesa ochocientos años más tarde. Ahí leemos: «Y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros después de la resurrección de Él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos» (Mateo 27:52-53).
Pensad en ese día, los que lloráis la muerte de vuestros seres queridos. Los sepulcros de vuestros amados se abrirán, y del mismo modo sus cuerpos saldrán, caminarán en la tierra de los vivos y se aparecerán a muchos. Asimismo, los profetas del continente americano explicaron la perfección del cuerpo resucitado, y uno de ellos declaró: «… y no se perderá ni un solo pelo de sus cabezas,… y esta unión se tornará espiritual e inmortal, para no volver a ver corrupción» (Alma 11:44-45).
Pero ahora hay otra gloriosa esperanza aún más allá de la tumba para aquellos que han fallecido. En una ocasión el Maestro hizo esta declaración que nos aclara lo que habrá más allá: «De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios,» y luego, a fin de evitar una posible mala interpretación de esta declaración, repitió: «No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; más los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación» (Juan 5:25, 28-29).
¡Qué gloriosa esperanza para aquellos que se han ido, oír nuevamente la voz del Hijo de Dios!
El tiempo me permitirá hacer una breve referencia a otro acontecimiento significativo relacionado con la resurrección del Salvador. Se recordará que su cuerpo estuvo en la tumba por tres días antes de salir resucitado; también se recordará que después de su resurrección el Salvador estuvo entre sus discípulos aproximadamente cuarenta días, comiendo con ellos, enseñándoles e invistiéndolos con el don del Espíritu Santo.
El debió haberles relatado lo que ocurrió durante aquellos tres días mientras su cuerpo se encontraba en la tumba, ya que en sus epístolas Pedro explica lo que sucedió en esos tres días: … pero vivificado en espíritu; en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron … en los días de Noé . . (1 Pedro 3:18-19).
Y también registra esta explicación de gran importancia: «Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios» (1 Pedro 4:6).
Sí, debemos llorar por los que mueren pero más especialmente por aquellos que no tienen esperanza de esa gloriosa resurrección. Las consoladoras palabras del apóstol Pablo explican que «así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados» (1 Corintios 15:22).
Los antiguos profetas del continente occidental han establecido claramente la obligación de cada individuo de obtener el más sublime de estos privilegios eternos en la mortalidad y en el mundo venidero, ya que encontramos escrito: «Porque nosotros trabajamos diligentemente para escribir, a fin de persuadir a nuestros hijos, así como a nuestros hermanos, a creer en Cristo,. . . pues sabemos que es por la gracia que nos salvamos, después de hacer todo lo que podemos» (2 Nefi 25:23).
En otras palabras, cada uno debe hacer todo lo que pueda para salvarse del pecado; entonces podrá reclamar las bendiciones de redención que trajo el Santo de Israel.
Jesús también expió no solamente por las transgresiones de Adán, sino por los pecados de toda la humanidad. Pero la redención de los pecados individuales depende del esfuerzo individual, siendo cada uno juzgado de acuerdo con sus obras.
Las escrituras recalcan claramente que a pesar de que todos hemos de ser resucitados, únicamente aquellos que obedecen a Cristo recibirán la gloriosa bendición de la salvación eterna. Hablando de Jesús, Pablo les explicó a los hebreos que «vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen» (Hebreos 5:9).
Ahora, desde aquel gran día en que el Santo de Israel triunfó sobre la muerte, tenemos ante nosotros el plan de redención al alcance de todos; podemos gritar esta mañana de Pascua junto con el apóstol Pablo; «¿Dónde está, oh muerte tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? . . . Más gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo» (1 Corintios 15:55, 57).
Mi humilde oración es que todos los hombres, en todas partes, puedan comprender más plenamente el significado de la expiación del Salvador de toda la humanidad, quien nos ha dado el plan de salvación que nos ha de conducir a la vida eterna, donde moran Dios y Cristo. Por esto ruego humildemente y dejo mi testimonio personal de estas verdades divinas, en el sagrado nombre de Aquel que dio su vida por nosotros. Así sea. Amén.