PARTE DOS
“ASÍ ALUMBRE VUESTRA LUZ”
El Poder del Ejemplo
CAPÍTULO SEIS
Cinco Panes y Dos Peces
HACE ALGÚN TIEMPO, el élder Spencer J. Condie y yo estábamos en el aeropuerto de Salt Lake City cuando, inesperadamente, nos encontramos con un matrimonio devoto y fiel, amigo nuestro desde hacía varios años. Humilde, fiel y eficazmente, este matrimonio ha pasado la vida intentando edificar la Iglesia en diferentes lugares del mundo. El élder Condie observó: “¿No es notable lo que personas con cinco panes y dos peces hacen para construir el reino de Dios?” Ese tipo de servicio silencioso y devoto es, para mí, sin duda, el cumplimiento de la palabra de Dios que dice: “A fin de que la plenitud de mi evangelio sea proclamada por los débiles y los sencillos hasta los extremos de la tierra y delante de reyes y gobernantes.” (DyC 1:23)
Me gustaría escribir acerca de aquellos, entre nosotros, que pueden ofrecer al Salvador un talento equivalente tan solo a cinco panes y dos peces para alimentar a la multitud.
“Cuando alzó Jesús los ojos y vio que había venido a él una gran multitud, dijo a Felipe: ¿De dónde compraremos pan para que coman éstos?
Pero decía esto para probarle; porque él sabía lo que había de hacer.” (Juan 6:5–6)
Felipe respondió rápidamente que no había dinero suficiente para comprar pan para tanta gente. Entonces Andrés, hermano de Pedro, dijo: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos.” (v. 9)
“Y tomando él los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, bendijo y partió los panes, y dio a sus discípulos para que los pusiesen delante; y repartió los dos peces entre todos.
Y comieron todos, y se saciaron.
Y recogieron de los pedazos doce cestas llenas, y de lo que sobró de los peces.
Y los que comieron los panes eran cinco mil hombres.” (Marcos 6:41–44)
Posteriormente, se volvieron insensibles, habiendo olvidado la misión divina de Jesús, “porque aún no habían entendido lo de los panes.” (v. 52)
En nuestros días, parece que nos hemos olvidado del milagro de los cinco panes y dos peces, sustituyéndolo por los milagros realizados por la mente y la mano del hombre. Me refiero a las maravillas del transporte moderno y a la creciente sofisticación que acompaña al conocimiento científico, incluyendo el nuevo sistema de transmisión electrónica de datos. Nos olvidamos de que este asombroso conocimiento llega a la humanidad solo cuando Dios decide revelarlo, y debería usarse para propósitos más nobles y sabios que el simple entretenimiento. Los recursos modernos permiten que las palabras de los profetas sean retransmitidas por satélites en órbita de la tierra y lleguen a los oídos de gran parte de la humanidad.
Este gran conocimiento trae consigo cierto escepticismo en cuanto a las sencillas y profundas verdades eternas enseñadas en el milagro de los panes y los peces: que Dios gobierna en los cielos y en la tierra por medio de Su infinita inteligencia y bondad.
Debemos también entender y recordar que nosotros también, como el muchacho mencionado en el relato del Nuevo Testamento, somos hijos espirituales de nuestro Padre Celestial, que Jesús es el Cristo, nuestro Salvador y el Redentor del mundo. Creemos que en los siglos que siguieron al establecimiento de Su reino en la tierra, las doctrinas y ordenanzas fueron alteradas, resultando en la apostasía y pérdida de las llaves de la autoridad del sacerdocio en la tierra. Un milagro aún mayor que el de los panes y los peces ocurrió cuando el profeta José Smith vio al Padre y al Hijo en la Arboleda Sagrada, cerca de Palmyra, estado de Nueva York. Posteriormente, las llaves, el sacerdocio y las ordenanzas de salvación fueron restaurados en su plenitud y la Iglesia de Cristo fue restablecida en nuestros tiempos. Así, Dios nuevamente nos “alimentó” e hizo rebosar nuestros “cestos.”
Se ha dicho que esta Iglesia no necesariamente atrae a los grandes hombres, pero muchas veces transforma a personas sencillas en grandes. Mucha gente anónima, con dones equivalentes apenas a cinco panes y dos peces, magnifican sus llamamientos y sirven sin recibir atención ni reconocimiento, alimentando literalmente a muchos. En gran escala, ellos realizan el sueño de Nabucodonosor de que el evangelio en los últimos días sería como una piedra cortada de la montaña, no con mano, que rodaba hasta llenar toda la tierra. (Véase Daniel 2:34–35; DyC 65:2)
Son los cientos de miles de líderes y maestros de todas las organizaciones auxiliares y quórumes del sacerdocio, los maestros orientadores, las maestras visitantes de la Sociedad de Socorro. Son los muchos obispos humildes de la Iglesia, muchos sin educación formal, pero inmensamente engrandecidos, siempre aprendiendo, con el humilde anhelo de servir al Señor y a los miembros de su barrio.
Cualquier hombre o mujer que se deleita con el toque del Maestro es como barro en las manos del alfarero. Más importante que alcanzar fama y fortuna es llegar a ser lo que Dios quiere que seamos. Antes de venir a esta tierra, podemos haber sido preparados para realizar, en esta vida, un bien —quizás pequeño— pero que nadie más podría hacer. El Señor dijo a Jeremías: “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué; te di por profeta a las naciones.” (Jeremías 1:5) Si el Señor tiene un trabajo para las personas de muchos talentos, creo que también tiene un trabajo importante para quienes poseen pocos talentos.
¿Cuál es la característica central de aquellos que tienen solamente cinco panes y dos peces? ¿Qué les hace posible, mediante el toque del Maestro, servir, edificar y bendecir a cientos e incluso a miles de personas? Tras toda una vida tratando con los problemas de hombres y mujeres, creo que esa característica es la capacidad de vencer el ego y el orgullo, ambos contrarios a la plena presencia del Espíritu de Dios y a la humildad delante de Él.
El ego interfiere cuando el esposo y la esposa necesitan pedirse perdón mutuamente. Impide disfrutar plenamente la dulzura de un amor profundo. El ego con frecuencia evita que padres e hijos lleguen a un entendimiento completo. Aumenta nuestra presunción y nuestro engreimiento. Nos ciega a la realidad. El orgullo nos impide confesar pecados e imperfecciones al Señor y buscar el arrepentimiento.
¿Qué decir de las personas que tienen talentos equivalentes apenas a dos peces o a un pez? Ellos realizan gran parte del trabajo arduo, servil, poco atractivo y mal remunerado del mundo. La vida puede no haber sido del todo justa con ellos. Luchan para conseguir lo suficiente para mantener unidos el cuerpo y el alma. Sin embargo, no son olvidados. Si sus talentos son usados para edificar el reino de Dios y servir al prójimo, disfrutarán de todas las promesas del Señor. La gran promesa del Salvador es que ellos “[recibirán] su galardón, sí, paz en este mundo y vida eterna en el mundo venidero.” (DyC 59:23) El que recibió apenas dos talentos puede decir: “Señor, me entregaste dos talentos; he aquí, con ellos gané otros dos talentos.” Su Señor le respondió: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor.” (Mateo 25:22–23)
Algunos tienen la bendición de poseer facultades mentales y talentos equivalentes a quince panes y diez peces. Tienen mucho que aportar; sin embargo, otros llegan a ser menos de lo que podrían haber sido. No alcanzan todo su potencial para servir, quizás porque están demasiado orgullosos de lo que creen saber y de lo que poseen. Una persona así no parece dispuesta ni capaz de ceder “al influjo del Santo Espíritu (…) [tornándose como un niño, dócil, manso, humilde, paciente, lleno de amor, dispuesto a someterse a todo cuanto el Señor considere oportuno imponerle, tal como un niño se somete a su padre].” (Mosíah 3:19)
Durante buena parte de mi vida, he oído a algunos periodistas y disidentes predecir la inminente caída de la Iglesia. Con frecuencia señalan el supuesto descontento de la juventud de la Iglesia. La vida y la dedicación de casi 50.000 jóvenes misioneros son un testimonio suficiente de la fidelidad de muchos de nuestros jóvenes. Además, a lo largo de mi vida, el número de miembros de la Iglesia ha crecido de 525.000 a más de 9 millones. Yo creo que esto se debe a la restauración de la plenitud de las llaves y de la autoridad del evangelio de Cristo por medio de José Smith. De ello doy testimonio.
Recientemente, un periodista de otro estado dijo que estaban apareciendo “grietas en las paredes del templo”, hablando, por supuesto, en sentido figurado. Con eso supongo que quiso dar a entender que los cimientos de la Iglesia estaban siendo sacudidos por un número muy pequeño de miembros que no apoyan completamente a los líderes o que no guardan los convenios de la Iglesia. Para disipar esa idea de grietas en la fe de nuestros miembros, basta con observar al alegre pueblo que asiste a cualquiera de nuestros cuarenta y cinco templos en todo el mundo. Muchos son matrimonios de la mano, cargando sus pequeñas bolsas; otros son solteros en busca de las pacíficas bendiciones de la casa del Señor. Sus semblantes reflejan gran gozo y satisfacción.
Una de las principales razones por las que esta Iglesia ha crecido, desde su humilde comienzo hasta su fuerza actual, es la fidelidad y devoción de millones de personas humildes y fervorosas que solo tienen cinco panes y dos pececillos para ofrecer en el servicio del Maestro. Renuncian a sus propios intereses y, al hacerlo, encuentran “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento.” (Filipenses 4:7) Yo solo deseo ser uno de los que experimentan esa paz celestial interior.
Jeff y Joyce Underwood, de Pocatello, Idaho, son los padres de Jeralee y de otros cinco hijos. Jeff trabaja en el equipo de mantenimiento que cuida de algunas de nuestras capillas en Pocatello, Idaho. Joyce es madre y ama de casa. Un día, en julio de 1993, su hija Jeralee, de once años, iba de puerta en puerta cobrando el dinero del periódico que repartía. Jeralee no volvió a casa —ni ese día ni al siguiente— nunca más.
Dos mil personas de la región salieron a buscarla día tras día. Otras iglesias enviaron apoyo y alimento para el equipo de búsqueda. Se descubrió que Jeralee había sido secuestrada y brutalmente asesinada por un hombre cruel. Cuando se encontró su cuerpo, toda la ciudad quedó atemorizada y conmocionada. Todos los sectores de la comunidad manifestaron amor y solidaridad a Jeff y Joyce. Algunos se llenaron de ira, expresando deseos de venganza.
Después de que se encontró el cuerpo de Jeralee, Jeff y Joyce se presentaron con gran serenidad ante las cámaras de televisión y en otros medios de comunicación para expresar públicamente su sincero agradecimiento a todos los que ayudaron en la búsqueda y que mostraron solidaridad y amor. Joyce dijo: “Sé que el Padre Celestial escuchó y contestó nuestras oraciones y trajo a nuestra hija de vuelta.” Jeff dijo: “Ya no tenemos ninguna duda sobre dónde está ella.” Joyce continuó: “He aprendido mucho sobre el amor esta semana; sé también que existe mucho odio. He visto las manifestaciones de amor y quiero sentir ese amor, y no el odio. Podemos perdonar.”
El élder Joe J. Christensen y yo, representando a las Autoridades Generales, estuvimos entre los miles de privilegiados que asistieron al funeral de Jeralee. El Espíritu Santo bendijo de manera maravillosa la reunión y llevó paz al alma de todos los presentes. Más tarde, el presidente Kent W. Howard, presidente de la estaca de Jeralee, escribió: “La familia Underwood recibió cartas tanto de miembros de la Iglesia como de no miembros, diciendo que habían orado por Jeralee, que no oraban desde hacía años y que, a causa de esto, sintieron el deseo de volver a la Iglesia.” El presidente Howard continuó: “Nunca sabremos exactamente cuánto despertó este caso el interés por la Iglesia y ayudó en la reactivación de miembros. Es imposible determinar la magnitud de los efectos que la vida de Jeralee tendrá sobre incontables generaciones.” Muchos se unieron a la Iglesia al querer saber qué tipo de religión puede dar a la familia Underwood la fuerza espiritual que demostraron.
Menciono el bien resultante de este trágico acontecimiento con total aprobación e incentivo de los padres de Jeralee. Su querida hija fue como el muchacho que solo tenía cinco panes de cebada y dos pececillos para dar a la causa del Salvador, pero, por el poder de Dios, miles fueron alimentados espiritualmente.
Testifico que el evangelio que enseñamos “es poder de Dios para salvación” para todos los que escuchan y obedecen (Romanos 1:16), independientemente de sus talentos y aptitudes.
























