CAPÍTULO SIETE
Un Legado de Fe
EN TODO EL MUNDO, los pioneros del evangelio nos han dejado una herencia inestimable. Siento inmensa gratitud por los pioneros fieles de todos los países del mundo, que ayudaron a establecer la Iglesia en su tierra. Los conversos de primera generación de la Iglesia son, en verdad, pioneros. Son hombres y mujeres de gran fe y devoción. Algunos de los grandes pioneros del pasado, que nos dejaron una herencia invaluable que pertenece a los descendientes de todos los pioneros, fueron aquellos que vinieron al valle del Lago Salado y se establecieron en Utah y en otras partes del oeste norteamericano.
Hace varios años, en la conmemoración del Día del Pionero, 24 de julio, estuvimos con los santos de la estaca Riverton Wyoming. Bajo la dirección del presidente Robert Lorimer y sus consejeros, los jóvenes de esa estaca y sus líderes reconstituyeron parte de la jornada de los carritos de mano, ocurrida en 1856. Salimos temprano en la mañana en un vehículo con tracción en las cuatro ruedas y fuimos primero a Independence Rock, donde tomamos la Senda Mormona. Vimos Devil’s Gate a pocas millas más adelante.
Nos conmovimos al llegar al suelo sagrado de Martin’s Cove, un valle estrecho entre las montañas, donde los integrantes de la Compañía Martin de carritos de mano, helados y hambrientos, esperaron los carromatos de rescate que venían desde Salt Lake City. Cerca de cincuenta y seis personas de esa compañía perecieron de hambre y frío en aquel lugar.
Fue una experiencia profundamente emotiva ver el punto de cruce donde más de quinientos miembros de la compañía fueron cargados por tres jóvenes valientes. Posteriormente, los tres murieron debido al tremendo esfuerzo y al frío al que estuvieron expuestos durante las travesías. “Cuando el presidente Brigham Young supo de esa acción heroica, lloró como un niño, y más tarde declaró públicamente: ‘Solo esa acción ya garantizó a C. Allen Huntington, George W. Grant y David P. Kimball la salvación eterna en el reino celestial de Dios, para siempre jamás’.”
Seguimos por la senda hasta el lugar donde los miembros de la Compañía Willie fueron rescatados. Sentimos que caminábamos sobre suelo sagrado. Allí, veintiún miembros de ese grupo murieron de hambre y frío. Continuamos, hasta llegar a la travesía de Rocky Ridge, que se encuentra a dos mil doscientos sesenta metros de altitud. Es el punto más elevado de la Senda Mormona. Para alcanzar la cima de Rocky Ridge, a doscientos veinte metros sobre la base de la pendiente, es necesario caminar tres mil doscientos metros por la senda. La travesía de Rocky Ridge fue una hazaña dificilísima para todos los pioneros. Para los integrantes de la Compañía Willie de carritos de mano, esa travesía fue particularmente dolorosa, pues ocurrió en el otoño de 1856, en medio de una tormenta de nieve. Muchos tenían los zapatos desgastados, y las rocas agudas hacían sangrar sus pies, dejando un rastro de sangre en la nieve.
Al atravesar Rocky Ridge, encontramos dos clavos grandes y dos botones antiguos. Sin duda, esos objetos habían caído cuando los pioneros pasaron por las rocas puntiagudas. Sentí una gran reverencia por aquel lugar histórico. Varios de mis antepasados cruzaron ese desfiladero, aunque ninguno de ellos lo hizo en compañías de carritos de mano. No todos mis antepasados que iniciaron el gran éxodo hacia el oeste lograron llegar hasta Rocky Ridge. Dos de ellos murieron en Winter Quarters.
Al caminar por Rocky Ridge, me pregunté si he hecho mi parte de sacrificio. En mi generación no he visto semejante sacrificio realizado por un número tan grande de personas. Me pregunto qué más debería haber hecho y qué más debería estar haciendo para promover esta obra.
Pocos kilómetros adelante, en Radium Springs, encontramos a 185 jóvenes y líderes de la estaca Riverton, que habían reconstituido la jornada de los carritos de mano. Testificamos de la fe y del heroísmo de aquellos que dolorosamente recorrieron esa senda tantos años atrás.
Fuimos a Rock Creek Hollow, donde la Compañía Willie de carritos de mano acampó. Trece integrantes de la Compañía Willie, que perecieron de frío, cansancio y hambre, fueron enterrados en una fosa común en Rock Creek Hollow. Otros dos integrantes, que murieron durante la noche, fueron enterrados en las cercanías. Entre los que fueron sepultados en Rock Creek Hollow estaban dos niños heroicos: Bodil Mortinsen, de nueve años, de Dinamarca, y James Kirkwood, de once años, de Escocia.
Bodil, al parecer, estaba encargada de cuidar de algunos niños pequeños durante la travesía de Rocky Ridge. Cuando llegaron al campamento, probablemente la enviaron a recoger leña. Fue hallada muerta de congelamiento, recostada contra una rueda de su carrito de mano, aferrada a una artemisa.
Quiero contarles acerca de James Kirkwood. James era de Glasgow, Escocia. En la travesía hacia el oeste norteamericano, James iba acompañado de su madre viuda y tres hermanos, uno de los cuales, Thomas, de diecinueve años de edad, era inválido y viajaba dentro del carrito de mano. La principal responsabilidad de James era cuidar de su hermano de cuatro años, Joseph, mientras la madre y el hermano mayor, Robert, tiraban del carrito.
Al subir Rocky Ridge, nevaba y soplaba un viento gélido y cortante. La compañía tardó veintisiete horas en recorrer veinticuatro kilómetros. Cuando el pequeño Joseph estuvo demasiado cansado para caminar, James, el hermano mayor, tuvo que cargarlo en brazos. Quedando rezagados del grupo principal, James y Joseph avanzaron lentamente hacia el campamento. Cuando finalmente llegaron, James, “después de haber cumplido su tarea, desfalleció y murió por la exposición al frío y el esfuerzo excesivo”.
Heroica también fue la acción de aquellos que respondieron al llamado del presidente Brigham Young en la conferencia general de octubre de 1856. El presidente Young pidió cuarenta muchachos fuertes, sesenta a sesenta y cinco yuntas de mulas o caballos, carromatos cargados con once mil kilos de harina, para que partieran en uno o dos días con el fin de “traer aquí a esas personas que están en las praderas”. Los voluntarios partieron inmediatamente en auxilio de los viajeros.
Cuando las personas rescatadas se aproximaban al valle del Lago Salado, Brigham Young convocó una reunión. Aconsejó a los santos del valle a recibir en sus hogares a los que habían sido salvados, darles consuelo, ropa y comida. El presidente Young dijo:
“Encontrarán algunos con los pies congelados hasta el tobillo; algunos están congelados hasta la rodilla y otros tienen las manos congeladas. (…) Queremos que los reciban como recibirían a sus propios hijos y que sientan por ellos el mismo amor.”
La llegada de los pioneros de carritos de mano fue registrada por el capitán Willie:
“A nuestra llegada, los obispos de los diferentes barrios acogieron a todas las personas que no tenían dónde quedarse, llevándolas a lugares confortables. Algunos tenían los pies y las manos gravemente congelados, pero todo lo que podía hacerse para aliviarles el sufrimiento fue hecho. (…) Al cruzar la ciudad en los carromatos, cientos de ciudadanos se reunieron para dar su cordial bienvenida a sus hermanos y hermanas que llegaban a su hogar en las montañas.”
Estas dolorosas experiencias desarrollaron en esos pioneros una fe inquebrantable. Elizabeth Horrocks Jackson Kingsford dijo:
“Yo, sin embargo, creo que el Ángel Registrador anotó todo en los archivos del cielo, y que mis sufrimientos en pro del evangelio serán santificados para mi bien.”
Además de la herencia de fe dejada por aquellos que atravesaron las llanuras, también quedó un legado de amor —amor a Dios y a la humanidad. Una herencia de seriedad, independencia, trabajo arduo, elevados estándares morales y compañerismo. Una herencia de obediencia a los mandamientos de Dios y lealtad a aquellos que Él llamó para guiar a Su pueblo. Un legado de abandono del pecado. La inmoralidad, los estilos de vida alternativos, el juego, el egoísmo, la deshonestidad, la crueldad, el alcoholismo y la drogadicción no forman parte del evangelio de Jesucristo.
De vez en cuando, los santos de los últimos días, en su condición de ciudadanos de sus respectivos países, tienen la oportunidad de votar en cuestiones que no son solo políticas, sino también morales. La Iglesia no retrocede de su posición al respecto. Pero si la controversia y los debates se tornan demasiado acalorados, aconsejamos a los miembros de la Iglesia que sean tolerantes y comprensivos. Todos tenemos el libre albedrío moral, pero si lo usamos insensatamente, tendremos que pagar el precio. El presidente J. Reuben Clark dijo:
“Podemos usar el libre albedrío tanto para obedecer como para desobedecer; pero, si desobedecemos, tendremos que someternos al castigo.”
No puedo dejar de imaginar por qué esos intrépidos pioneros tuvieron que pagar un precio tan terrible de agonía y sufrimiento por su fe. ¿Por qué la naturaleza no fue apaciguada para librarlos de su intensa aflicción? Creo que la vida de ellos fue consagrada a un propósito superior, a través de su sufrimiento. El amor que sentían por el Salvador estaba profundamente grabado en su alma, y en la de sus hijos, y en la de los hijos de sus hijos. La motivación de su vida era fruto de una conversión real dentro de cada corazón. Tal como dijo el presidente Gordon B. Hinckley: “Cuando en el corazón de un santo de los últimos días late un gran y vital testimonio de la veracidad de esta obra, cumple con sus responsabilidades en la Iglesia.”
Por encima y más allá de los acontecimientos épicos de los que participaron, los pioneros descubrieron una guía para la vida personal. Encontraron realidad y significado en la vida. Durante los días difíciles de su jornada, los integrantes de las compañías de carritos de mano Martin y Willie se cruzaron con algunos apóstatas de la Iglesia que regresaban del oeste hacia el este. Esos apóstatas intentaron convencer a algunos de los miembros de las compañías de regresar. Algunos lo hicieron. Sin embargo, la gran mayoría de los pioneros siguió adelante, hacia una realización heroica en esta vida y hacia la vida eterna en la venidera. Francis Webster, miembro de la compañía Martin, declaró: “Todos salimos de esa experiencia con la certeza absoluta de que Dios vive, pues desarrollamos una relación personal con Él en los momentos de extrema aflicción.”
Espero que ese legado inestimable de fe que los pioneros nos dejaron nos inspire a participar más plenamente en la obra del Salvador, que es llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna de Sus hijos.
Ustedes, que son descendientes de esos nobles pioneros, poseen una herencia inestimable de fe y valor. Si hay alguno entre ustedes que no esté en plena actividad en el evangelio de Jesucristo, los invitamos a procurar descubrir qué infundió tan gran fe en sus antepasados y qué los motivó a pagar, voluntariamente, un precio tan terrible por su afiliación a la Iglesia. Deseamos invitar a los que han sido ofendidos, han perdido el interés o se han apartado por cualquier motivo, a que regresen a la plena actividad con nosotros. Los miembros fieles, con todas sus faltas y defectos, se esfuerzan con humildad por llevar a cabo la obra del Señor en todo el mundo. Necesitamos su ayuda en la gran lucha contra los poderes de las tinieblas que dominan el mundo actual.
Al participar en esta obra, satisfarán sus anhelos más profundos. Conocerán el consuelo personal que acompaña la búsqueda de las cosas santas y sagradas de Dios. Disfrutarán de las bendiciones y convenios ministrados en el templo sagrado. Encontrarán gran significado y propósito en la vida, aun en el mundo profano en que vivimos. Tendrán la fuerza de carácter para actuar por sí mismos y no permitir que otros actúen por ustedes. (Véase 2 Nefi 2:26)
Hace algunos años, la Primera Presidencia de la Iglesia lanzó esta invitación a todos:
“Sabemos que algunos están inactivos, que otros se han vuelto críticos y propensos a encontrar fallas, y que hay excomulgados o retirados de la Iglesia por transgresiones graves. A todos les ofrecemos nuestro amor. Estamos ansiosos por perdonar, en el espíritu de Aquel que dice: ‘Yo, el Señor, perdonaré a quien desee perdonar, mas a vosotros os es requerido perdonar a todos los hombres.’ (DyC 64:10)
Aconsejamos a los miembros de la Iglesia que perdonen a aquellos que puedan haberlos ofendido. A los que han dejado de ser activos y a los que tienen propensión a la crítica, les decimos: ‘Vuelvan. Vuelvan y banquétense en la mesa del Señor; vuelvan a probar de los dulces y saciadores frutos de la hermandad de los santos.’
Creemos que muchos desean regresar, pero se sienten cohibidos en hacerlo. Les aseguramos que serán recibidos con los brazos abiertos y manos extendidas, dispuestas a ayudarles.”
En nombre de las Autoridades Generales, reitero sincera y humildemente esa invitación. Los esperamos con los brazos abiertos.
























