Cómo Encontrar la Luz en un Mundo Tenebroso

CAPÍTULO OCHO

Una Nueva Religión Civil


HACE CASI 150 AÑOS, la primera compañía de pioneros mormones entró en la región conocida como Hennefer, Utah. Ese día subieron la cuesta llamada Hogs Back Summit, que era muy peligrosa y difícil para las carretas. Wilford Woodruff la llamó “el peor camino que encontramos en todo el trayecto”. Las ruedas de la carreta de George A. Smith se soltaron y bajaron la pendiente en zigzag. Por la noche, Orson Pratt y su grupo de avanzada llegaron a Big Mountain y divisaron los desfiladeros a través de una abertura. Fue el primer vistazo que los pioneros tuvieron del valle del Gran Lago Salado.

En el estado de Utah, los santos de los últimos días recuerdan cada año a los valientes pioneros que colonizaron Utah y sus alrededores. Ellos fueron perseguidos y expulsados de lo que en aquella época eran los Estados Unidos a causa de sus creencias religiosas. Viajaron hacia el oeste en busca de un lugar donde adorar al Dios Todopoderoso de acuerdo con los dictados de su conciencia.

Casi tres siglos antes, de manera semejante, varios grupos de personas temerosas de Dios —entre las cuales los más notables fueron los peregrinos— partieron de Europa, dejando atrás sus religiones estatales, y viajaron a América en busca de libertad para adorar. Como consecuencia, las raíces más profundas de los Estados Unidos y del estado de Utah fueron plantadas en la misma esencia de nuestra condición humana: la fe en Dios. Algunas monedas estadounidenses todavía llevan grabada la frase: “En Dios confiamos”. Nuestro juramento de fidelidad declara que somos “una sola nación bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos”.

La reciente controversia ocurrida en los Estados Unidos con respecto a la constitucionalidad de las oraciones públicas proyecta una nube sombría y grave sobre la realidad y el significado de las cosas sagradas en nuestra sociedad.

Parece estarse desarrollando una nueva religión civil. La religión civil a la que me refiero es la religión materialista. No posee principios morales absolutos. No está vinculada a ninguna denominación religiosa. Es atea. Tiene intereses políticos. Se opone a la religión. Rechaza las históricas tradiciones religiosas de la nación. Es extraña. Si esa tendencia continúa, la incredulidad llegará a ser más honrada que la fe. Aunque todas las creencias deben ser protegidas, ¿acaso el ateísmo, el agnosticismo, el escepticismo y el relativismo moral deben ser más defendidos y valorados que el cristianismo, el judaísmo y las doctrinas del islam, que declaran la existencia de un Ser Supremo y que los mortales tendrán que rendirle cuentas? Si así fuera, en mi opinión, los Estados Unidos están en gran peligro en lo que concierne a la moralidad.

Para quienes creen en Dios, esta nueva religión civil suscita algunas de las mismas preocupaciones que forzaron a nuestros antepasados a huir al Nuevo Mundo. La incredulidad está siendo promovida más por los políticos que la fe. Creo que esto coloca al país en un grave riesgo. La historia enseña claramente que debe existir consenso en torno a algunos principios morales para que cualquier sociedad sobreviva y progrese. De hecho, si no existe una moralidad nacional, la sociedad se desintegra. El libro de Proverbios nos recuerda: “La justicia engrandece a la nación; mas el pecado es afrenta de las naciones.” (Proverbios 14:34) La larga historia y tradición de este país, que tienen sus raíces en los pedidos de orientación divina, están siendo cuestionadas.

Con respecto a este asunto, el juez de la Suprema Corte Oliver Wendell Holmes comentó que “una página de la historia vale más que un libro de lógica”. Las súplicas de orientación, perdón y aprobación divinas siempre han formado parte de esta nación desde su inicio. La primera oración realizada en el Congreso tuvo lugar en septiembre de 1774.

En su discurso de despedida, George Washington reconoció que “todas las disposiciones y hábitos que llevan a la prosperidad política necesitan del apoyo indispensable de la religión y de la moralidad. (…) Tanto la razón como la experiencia nos impiden suponer que la moralidad nacional pueda prevalecer en detrimento de los principios religiosos”.

De manera semejante, Abraham Lincoln declaró: “Dios gobierna este mundo. Es deber de las naciones, así como de los hombres, someterse al poder supremo de Dios, confesar sus pecados y transgresiones con humilde pesar (…) y reconocer la sublime verdad de que solamente son benditas las naciones que tienen al Señor como su Dios”.

Thomas Jefferson, en su primer discurso de investidura, dijo en oración: “Que el poder infinito que rige los destinos del universo oriente nuestros consejos a hacer lo mejor posible y a tomar decisiones que favorezcan vuestra paz y prosperidad”.

James Madison, en su discurso de investidura, declaró que depositaba su confianza en “la protección y guía de aquel Ser poderoso, cuyo poder gobierna los destinos de las naciones, cuyas bendiciones han sido tan abundantemente derramadas sobre esta República naciente y a quien debemos dirigir nuestra devota gratitud por el pasado, así como nuestras fervorosas súplicas y esperanzas para el futuro”.

Hasta el día de hoy, cada sesión de la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos se inicia con la súplica: “Dios salve a los Estados Unidos y a este honorable tribunal”.

En el Libro de Mormón, Moroni hace una severa amonestación a los habitantes de esta nación: “Porque he aquí, esta es una tierra escogida entre todas las demás tierras; por tanto, aquel que la habite deberá servir a Dios o será destruido, porque este es el decreto eterno de Dios. Y no serán destruidos hasta que la iniquidad entre los hijos de la tierra llegue a su plenitud” (Éter 2:10).

La nueva religión civil es distinta de aquella que fue concebida por Benjamin Franklin, quien parece haber sido el primero en discutir el concepto de una “religión civil”. La religión civil de Franklin, tal como yo la entiendo, debía reemplazar a las religiones estatales de Europa, con sus impuestos obligatorios y opresión. Franklin, sin duda, imaginó que ese vacío sería llenado por el patriotismo expresado en el simbolismo, el orgullo, la ética, los valores y los propósitos nacionales. Su elocuente declaración respecto a la intervención divina en la convención constitucional claramente indica que no se oponía a la religiosidad.

La nueva religión civil no es realmente una religión, tal como usamos el término para describir una fe, iglesia o sinagoga que adore al Dios Todopoderoso y adopte un código moral para sus seguidores. Esta nueva religión civil enseña una filosofía sectaria que es hostil a la religión tradicional. Tiene sus propios dogmas. Irónicamente, podría llegar incluso a violar la Constitución Federal, que establece que no puede haber ningún tipo de favorecimiento basado en la religión. ¿Será, entonces, que la falta de religión será el factor decisivo?

Quisiera citar algunos ejemplos para ilustrar este punto. Todo estadounidense ha aprendido que la “libertad de religión” es la “primera libertad” garantizada por la Carta de Derechos. La Primera Enmienda de la Constitución reconoce que la “libertad de ejercer la religión” ocupa una posición preeminente entre los derechos constitucionales previstos por los fundadores de la nación.

La mayoría de los norteamericanos, sin embargo, no sabe que hace algunos años ese derecho fundamental fue significativamente debilitado. Durante muchas décadas, cada vez que el gobierno intentaba promulgar una ley que interfiriera en cualquiera de los derechos garantizados por la Constitución, esa ley era minuciosamente examinada por los tribunales. El gobierno estaba obligado a demostrar que existía un “interés gubernamental apremiante” que justificara la interferencia en un derecho constitucional, y que ese “interés gubernamental apremiante” no podía alcanzarse por otros medios menos intrusivos. Ese examen riguroso de la ley se aplicaba incluso a los derechos creados por los tribunales, aunque no fueran específicamente mencionados en la Constitución, como el derecho a la privacidad, que es la base para la legalización del aborto.

En el caso Oregon Employment Division vs. Smith, sin embargo, ese examen riguroso y la exigencia de que el gobierno demostrara un “interés gubernamental apremiante” fueron dejados de lado en los asuntos que involucraban el libre ejercicio de la religión. Según el tribunal, la exclusión de las religiones de ciertas normas públicas era “un lujo que ya no podíamos permitirnos”.

Como consecuencia de ello, todos los gobiernos (federal, estatal o local) pasaron a poder promulgar leyes que restringieran la libertad religiosa individual, siempre que la ley se aplicara de manera general a todas las personas. En California, por ejemplo, una pareja católica fue procesada en un tribunal federal por haberse negado, alegando motivos religiosos y morales, a alquilar una habitación en su propia casa a un hombre y una mujer que vivían juntos sin estar legalmente casados.

Un empleador cuáquero, cuyas creencias religiosas exigían que acogiera al viajero y al pobre, no logró recibir ayuda bajo la Ley de Reforma y Control de la Inmigración.

Se practicó una autopsia a un niño hmong en contra de las creencias religiosas de sus padres, quienes creían que la mutilación del cuerpo impediría que el espíritu de su hijo quedara en libertad.

La Ley de Derechos Civiles de 1964 fue invocada para obligar a los Boy Scouts of America a admitir personas que no estuvieran dispuestas a profesar una creencia en Dios.

Como resultado del caso Oregon Employment Division vs. Smith, el Congreso creó la Ley de Restauración de la Libertad Religiosa, que fue aprobada por amplia mayoría y promulgada el 16 de noviembre de 1993. Esa ley volvió a exigir que el gobierno probara la existencia de un interés gubernamental apremiante antes de interferir en el libre ejercicio de la religión. Desafortunadamente, la constitucionalidad de esta Ley de Restauración de la Libertad Religiosa está siendo cuestionada en la actualidad.

La religión civil materialista también enseña que la cláusula de establecimiento de la Primera Enmienda —que acompaña a la cláusula de “libre ejercicio de la religión”— debe aplicarse para impedir que las organizaciones religiosas trabajen en cooperación con el gobierno en la realización de servicios de interés público. Existen muchos servicios públicos loables, como la educación, la alfabetización, la salud pública, los servicios de bienestar y la asistencia a los necesitados, en los que las instituciones de caridad, incluidas las iglesias, pueden y deben colaborar junto con los programas de ayuda gubernamental para beneficio de la población.

Existen, sin embargo, varios ejemplos de ocasiones en que el gobierno, a través de incentivos fiscales o de la donación de material didáctico y otros artículos, intentó ayudar a ciertas instituciones religiosas a proveer servicios de interés público, para luego ser acusado en los tribunales de patrocinar la religión, violando así la cláusula de establecimiento.

Otro ámbito en el que el gobierno podría mostrar deferencia es el respeto por el sentimiento religioso de las personas en relación con las tradiciones y festividades religiosas. Esto casi no implicaría el uso de fondos públicos, pero con frecuencia ha dado lugar a acusaciones de que el gobierno está violando la cláusula de establecimiento.

Decidí dar énfasis a este asunto porque la doble cláusula de la Carta de Derechos —“El Congreso no promulgará ninguna ley que establezca una religión ni que prohíba el libre ejercicio de la misma”— es una regla de oro que en el pasado permitió a quienes creían en Dios afirmar la existencia de un poder superior que “rige los destinos de los hombres”. Estas cláusulas religiosas promovieron el impulso creativo y la vitalidad de la religión en medio de una sociedad de mente abierta y heterogénea. Estas cláusulas libraron a este país de la terrible violencia religiosa que existió en Europa durante siglos y de la cual los antepasados de esta nación procuraron escapar. Un autor describió estas cláusulas religiosas de la Constitución como “Las Reglas de la Paz”.

Las cláusulas de establecimiento y de libre ejercicio deben leerse en conjunto para armonizar la importancia de la libertad religiosa con la no injerencia del gobierno. Actualmente, sin embargo, en mi opinión, la cláusula de establecimiento ha sido usada en nuestro país para impedir que las instituciones religiosas desempeñen un papel significativo en los asuntos cívicos; y la cláusula de libre ejercicio, para privar a los individuos de su libertad religiosa. Eso no corresponde a la protección que la Constitución concede al materialismo —la nueva religión civil.

Una diferencia básica entre el concepto de Franklin de una religión civil y esta nueva religión civil es que la nueva religión civil materialista rechaza en gran medida el concepto básico de la jurisprudencia anglosajona-americana. Nuestra jurisprudencia tradicional declara que Dios es la fuente de todos nuestros derechos básicos y que la función principal del gobierno es simplemente garantizar que los ciudadanos disfruten de esos derechos. Cito la Declaración de Independencia: “Sostenemos como verdades evidentes en sí mismas que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; (…) y que para garantizar estos derechos, se instituyen gobiernos entre los hombres”.

En contraste, la nueva religión civil que mencioné encuentra su fuente de derechos invocando los poderes del Estado. Casi no parece tener propósito ni valores comunes en relación con la moralidad, salvo el interés propio. Recientemente ese poder fue invocado por la Suprema Corte en un caso conocido en el ámbito jurídico como Lee vs. Weisman. Ese fue el caso que resultó en la prohibición por parte de la Suprema Corte de la oración ceremonial en las escuelas públicas. Comentando sobre el caso, Edwin Yoder, un columnista prominente del Washington Post, observó que “esa decisión es más que una extensión natural de la decisión original sobre las oraciones en las escuelas públicas tomada en 1962. Parece más bien una promoción del materialismo ante el público: un resultado que los redactores de la Cláusula de Establecimiento de la Primera Enmienda probablemente jamás podrían haber imaginado”.

Yoder continúa: “La religión tiene una función pública, ceremonial y comunitaria legítima que podría verse sofocada por esa decisión. Es más que oscuro el motivo por el cual los niños, incluso los más pequeños, deban ser protegidos de la religión aun en las ocasiones ceremoniales especiales”.

Existen protecciones naturales en un pueblo temeroso de Dios que fomentan el respeto a la ley y promueven el orden, la decencia y la civilidad entre las personas. Una de esas influencias protectoras es la creencia de quienes viven una ley moral superior de que los ciudadanos tendrán que rendir cuentas de su conducta ante el Creador. Ese respeto y sumisión a las leyes morales trascienden las restricciones de los códigos civiles y penales. En un pueblo no temeroso de Dios, sin embargo, esas características están visiblemente ausentes.

¿Será que la civilidad de las personas desaparecerá bajo el pretexto de defender el derecho a la libertad de expresión garantizado por la Constitución? ¿Será que la tolerancia hacia otras religiones y creencias continuará disminuyendo bajo el pretexto de reivindicar ciertos derechos garantizados por las cláusulas de establecimiento y libre ejercicio de la religión contenidas en la Constitución?

Hace varios años, durante los disturbios ocurridos en Los Ángeles, vimos a nuestros ciudadanos de Los Ángeles saqueando ilegalmente los establecimientos comerciales y saliendo alegremente de las tiendas cargando artículos robados. Al mirar la programación diaria de la televisión y al encontrarnos con los inmensos males sociales que afligen a este país, difícilmente podríamos decir que nuestros ciudadanos están siendo excesivamente expuestos a enseñanzas moralistas. Una de las responsabilidades del gobierno es proteger la salud, la seguridad y la moralidad de sus ciudadanos. Nuestro gobierno no ha tenido mucho éxito en su tarea de proteger la moralidad, particularmente en relación con la generación venidera.

Diversos tipos de males morales han penetrado las murallas de la fortaleza constitucional. La pornografía, por ejemplo, tiene como su escudo más eficaz los derechos de libertad de expresión de la Primera Enmienda. La libertad de conciencia garantizada por la Constitución fue totalmente distorsionada en las decisiones tomadas respecto a las oraciones públicas.

La nueva religión civil, en mi opinión, está llegando peligrosamente cerca de convertirse de hecho en una religión estatal materialista. El litigio —y el miedo al litigio— ha hecho que las juntas escolares y los gobiernos locales se muestren reacios a defender públicamente los principios morales. En consecuencia, pocas instituciones públicas se han mostrado dispuestas a manifestarse en defensa de los principios morales.

Históricamente en este país, la religión pública fue una cuestión sagrada y no sectaria ni secular. Las declaraciones públicas del poder judicial, así como del legislativo y del ejecutivo, afirmaron la existencia de un destino más elevado para esta nación, bajo la dirección de la providencia divina. Eso está claramente evidenciado en la declaración pública del juez Brewer, pronunciada en 1892: “Ésta es una nación cristiana”. El aspecto sagrado de la religión pública continuó hasta 1946, cuando el aspecto secular fue introducido por un caso llamado Everson contra la Junta Escolar.

Con la religión pública tornándose hoy cada vez más materialista, me pregunto cómo este país logrará preservar sus valores duraderos. En mi punto de vista, existe un interés gubernamental significativo —que está dentro de los límites impuestos por las cláusulas religiosas de la Constitución— en relación con la cuestión de las oraciones públicas y de las prácticas religiosas de todos los credos que reconocen la existencia de Dios. La cuestión de la oración y de las prácticas religiosas concuerda con los valores duraderos compartidos por la mayoría de nuestros ciudadanos. Esos valores dan significado a la trascendente realidad e idealismo espirituales que, al menos en el pasado, fueron vividos intensamente por las personas de nuestra sociedad. La esencia misma de nuestra preocupación por el bienestar de las personas y el alivio del sufrimiento humano se encuentra en nuestros sentimientos y prácticas espirituales.

Nos encontramos, por lo tanto, en una situación en la que, a diferencia de lo que sucedió con los peregrinos, los pioneros mormones y otras personas, no tenemos un lugar adonde huir de esta nueva religión estatal materialista que continuamente restringe las expresiones públicas de religiosidad y promueve los valores y conductas materialistas. ¿Cómo podremos preservar la esencia de nuestra condición humana?

Sin duda, necesitamos comenzar en el hogar. Tenemos que enseñar a nuestros hijos y nietos. Los principios morales enseñados en todas nuestras iglesias necesitan tener un lugar de honor en nuestra sociedad. El declive generalizado de la moralidad de nuestros ciudadanos coloca una responsabilidad mayor en los hogares y en las iglesias de enseñar valores como la moralidad, la decencia, el respeto al prójimo, el patriotismo, y el respeto y sumisión a la ley.

También podemos ejercer nuestro derecho, al igual que todos los demás ciudadanos, de votar por hombres y mujeres que compartan nuestros propios valores. También podemos expresar nuestro punto de vista como ciudadanos, tal como todos los demás ciudadanos tienen derecho de hacerlo, en el proceso legislativo tanto estatal como nacional. Como todos los demás ciudadanos, podemos reivindicar nuestro derecho a la libre expresión. Podemos exigir compensación por los agravios sufridos.

Podemos ayudar a educar a la generación venidera en relación con sus derechos y deberes. Podemos educarnos a nosotros mismos en cuanto a la importancia de las cuestiones morales de nuestra época. No existe un desierto al cual podamos huir a fin de tener plena libertad. No existe un lugar allende los mares para acoger a los peregrinos. Necesitamos, por lo tanto, aferrarnos firmemente a nuestras creencias y hacer aquello que esté a nuestro alcance.

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